viernes, 14 de enero de 2011

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Esta historia fue escrita y terminada hace meses, y está publicada en:
http://marionetafanfics.megustaescribir.com/

Por problemas técnicos dejé aquel mi antiguo blog y me mudé aquí a Blogger a comienzos Enero del 2011 :) Por lo tanto "Thriller Night" mi historia, está aquí en la página, con el mismo título, de este blog <3

Capítulo VII y Final

 Me sentía completamente vulnerable ante él, me recostó de la pared del granero y su mirada grave se posó sobre la mía y sentí que las piernas me fallaban. Su tersa piel se estremeció con el contacto de mis manos y sus  mejillas se sonrojaron entre las palmas de mis manos. Suavemente su frente y la mía se unieron, sintiendo yo su dulce respiración agitándose y el aroma a colonia de su lisa piel muy cerca de mí. Era obvio lo que iba a pasar, y ninguno iba a decir nada, solo sentirnos el uno al otro.
 -Dime algo, amor, sé sincera conmigo- rogaba Michael, como si temiera recibir un rechazo que le destruiría el alma.
 -Michael, yo lo doy todo por ti- le decía con todo el corazón –Porque te amo, te amo de verdad-
 -¡Yo también te amo!- exclamó él radiante –No quiero dejarte ir nunca- luchaba por conseguir las palabras que quería expresar-… ¿Quieres casarte conmigo?-
 -Sí, Michael-
 -¿Estás segura? Eso implica demasiado, demasiado- me advertía muy emocionado pero a la vez atormentado por algo que quería prevenir.
 -Quiero estar contigo siempre- le enfaticé.
 Pero aquel abrazo de amor bajo la luna se vio interrumpida de golpe cuando él se separó de mí estremecido por un intenso dolor. No sabía qué le pasaba, pero era algo malo, y enseguida se rompió el hechizo y me subí la camisa otra vez.
 -Tienes que irte…¡Tienes que irte!- chilló él retorciéndose mientras yo volvía a abrocharme la camisa. Estaba demasiado preocupada por él como para pensar en irme, por supuesto que no lo haría. Lo tomé por lo hombros y trataba de ayudarlo, porque definitivamente creía que estaba sufriendo un infarto o algo.
 Me asusté muchísimo, pero él no dejaba de apartarme y de decirme que me fuera.
 -¡¡Vete, vete a la casa ya mismo!! ¡¡Tienes que ir allá ahora y cerrar todas las puertas!!- gorjeaba con dificultad y ya después no podría volver a hablar. Era horrible ¿Y quien podría ayudar a Michael ahora, qué médico?; ya estaba llorando y me aferraba a él para confortarlo en su dolor.
 Entonces me miró, levantó la cabeza y me miró, y un grito salió de mi garganta… tenía los ojos rojos y aquello no era una simple hinchazón, lo juro que no, tenía la pupilas más grandes y completamente rojas.
 Qué horror, pero qué horror, unos colmillos enormes salían de su boca, garras rompía sus dedos llenándolos de sangre y el chillido que salía de su garganta se transformaba en el espantoso y ya conocido aullido sobrenatural.
 Aterrorizada ya no distinguía la realidad de las alucinaciones, pero lo que vi después no era ya la cabeza de un hombre sino la de un animal espantoso.
 Horrorizada salí corriendo al fin, y lo dejé a él retorciéndose de dolor allí. Ya había pasado el granero cuando lo sentí gruñir y echar a correr detrás de mí; el horror me hacía tropezar constantemente así que la bestia, que era mucho más ágil y veloz que yo, me atraparía al instante. Estaba perdida.
 Cuando lo vi aparecerse otra vez por entre las casas, un grito desgarró mi garganta y una fuerza invisible me impulsó nuevamente, haciéndome atravesar la calle principal a toda velocidad y atropellar a todo aquel que intentara detenerme. Y allí estaban los viejos, todos viéndome correr y burlándose, riéndose de mí.
 -Te lo advertimos niña- reían sus voces infrahumanas.
 Tenía todo un bosque para ocultarme pero lamentablemente ya mi cuerpo no daba más y no creía que aguantaría hasta siquiera llegar a la frontera, antes de que me alcanzara el hombre lobo; y él lo sabía, un aullido de triunfo rompió el expectante silencio.
 Completamente extenuada llegué hasta la capilla y crucé por el muro lateral para escaparme por el patio de atrás. Entonces fue cuando pude ver con claridad lo que realmente había allí atrás, era un cementerio.
 La bestia llegaba y yo desesperada tenía que cruzar por entre las tumbas para ocultarme entre el bosque de atrás, pero eso aún no era lo peor de todo; lo que me llevó al borde de la locura fueron las tumbas abiertas,  estaban todas removidas desde adentro. Al fin me di cuenta que la gente del pueblo no era ningunos viejos marchitos, ahora lo veía, eran zombies y estaban todos muertos desde hacía años.
 No me quedaba más que continuar, porque ya no poseía razón alguna y actuaba por instinto, corrí y corrí saltando las tumbas abiertas sin imaginarme que detrás del derruido mausoleo me esperaba alguien insospechado. El bosque estaba allá mismo pero jamás llegué a el, unos brazos muy fuertes me atraparon sorpresivamente cuando pasé junto al mausoleo y no pude escapar más, grité hasta reventarme la garganta para que nadie más escuchara y el rostro del jorobado se presentó ante mí con sus dientes y piel putrefactos mientras sus brazos me estrujaban hasta la muerte.
 Pero la bestia llegó al instante y el jorobado ya no pudo matarme, porque fue a él a quien atacó Michael. Yo caí aparatosamente sobre la tierra mientras Michael se le echaba encima al monstruoso hombre, y con una fuerza de león le arrancó el brazo de un solo jalón, y yo no hacía más que observar aterrorizada cómo el hombre lobo lo hacía pedazos, desperdigando sangre por todas las lápidas. Pedazos de carne, vísceras, sangre y pelo desgarrado me cayó encima, pero yo no podía reaccionar. De repente me puse en pie sin saber con qué fuerza ni voluntad, y volví a correr histérica, llorando y gritando, esquivando tumbas, pero no sin antes presenciar cómo Michael se comía los restos del monstruoso ser.
 Pero yo no llegaría lejos, me estallaría el corazón como le pasaba a los caballos. Mis pies llenos de fango tropezaron por última vez contra la más alejada de las lápidas del cementerio y caí sin más fuerzas ni en mis piernas ni en mis brazos. Enseguida llegaron los zombies para agruparse alrededor de mi frágil cuerpo que miraba desfallecido hacia la gran luna llena que brillaba en el cielo.
 Un rugido bestial espantó a los zombies haciéndolos salir huyendo de allí y regresar todos a sus tumbas.
 Poco a poco el hombre lobo se apareció en mi borroso plano visual mientras yo solo esperaba la muerte allí tirada.
 -Michael…- logré susurrar con una exhalación y de repente no vi a la bestia sino a Michael en aquel hombre lobo, vi a Michael mirándome con serenidad…y no tuve miedo.
 El se acercó más y más hasta que la sangre que le goteaba de la boca y del cuerpo me bañaba la cara. Me miró por un rato con sus amables ojos rojos. La luna esparcía su plateado resplandor sobre nosotros y sentí su perfume…aún en su ropa parcialmente limpia.
 Luego las fauces de Michael me mordieron el hombro.


Capítulo VI

 -¡Maldita sea!- exclamó Michael con un inusitado mal humor-¡Vámonos rápido!- y me dijo que tomara su mano.
 -Tú- habló uno de los viejos con una voz horrible y cuando salió de entre los arbustos vi que era el tabernero- Tú estás maldito, muchacho, no puedes unirte a esa chica- chirrió dejando ver sus podridos dientes y luego todos los viejos se rieron con voces de ultratumba.
 Michael se enfrentó a él protegiéndome de ellos pero no les dijo nada, sin embargo, algo que yo no pude ver, porque estaba detrás de él, hizo que de inmediato todos los viejos se asustaran y volvieran a internarse en el bosque de donde habían salido.
 -Jajajaja- se rió Michael como si nada hubiera pasado –Tú los viste ¡Son lo más supersticioso que pueda haber!-
 -No entiendo- a mi nada me hacía gracia, pero pude ver por primera vez que Michael llevaba un collar bajo su camisa con un dije de lo más grotesco que he visto en mi vida.
 -Sí, ya sé que es algo feo- dijo guardándose el collar otra vez en el pecho –Pero en estos bosques hay fuerzas sobrenaturales y esos viejos les temen con toda razón. Es un amuleto este pequeño lobo-
 Lo que Michael llevaba en el collar era un lobo retorcido, marchito, disecado, del tamaño de un ratón recién nacido. Me miró muy seriamente a los ojos y se veía imponente y misterioso –Te dije que tengo mucho que decirte- y sentí su mano cálida asir la mía como si con eso hiciéramos un pacto.
 Me guió hasta nuestra casa, su casa, y la noche se venía sobre nosotros. Agarrados de la mano me prometió que nunca me pasaría nada malo porque él estaba allí.
 -Era un demonio- aclaró a la luz de las velas de la biblioteca un rato despues; la chimenea calentaba el lugar de la lluviosa noche. Ambos vestíamos elegantes batas de terciopelo, yo la misma del antiguo dueño y Michael otra más nueva pero igual de elegante y ornamentada. Me sirvió una copa de vino tinto añejo. –Yo mismo lo destruí a los pocos meses de mi llegada al pueblo-
 -¿Y por qué dicen que estás maldito?- yo estaba sentada en su sillón, él se recostó de uno de los armarios.
 -Porque se supone…- él buscaba las palabras- que yo al destruirlo heredé su maldición. Ellos dicen que pasó a mí. Por eso yo uso su cuerpo…- y observaba el amuleto iluminado por la vela, yo me estremecía, aquello era un cuerpo momificado entonces. Y el gran oso pardo que “adornaba” la biblioteca me asustaba aún más –para alejar la maldición- concluyó y yo lo escuchaba fascinada, porque en esos momentos del Michael juvenil no quedaba nada, y veía ahora a un hombre de la experiencia y madurez de uno de cincuenta. Un destructor de demonios.
 Mi estadía en Hueco de Lobo se estaba volviendo ya como una película de la Dimensión Desconocida.
 -Entonces ésa es la leyenda. Me dijiste ayer que el nombre del pueblo se debía a una leyenda. A ése demonio entonces-
 -Sí, creo que sí- le encantó que yo haya deducido eso, cada vez nos conectábamos más y entendíamos de maravilla. Yo solo deseaba que él tomara la iniciativa, eso era lo que evitaba que yo saliera huyendo de aquel pueblo, aunque no tuviera éxito en mi huída. Me estaba seduciendo, desde el primer día, pero aún no se lanzaba a tomar la iniciativa.
 Yo seguiría esperándolo.
 Aún no era tarde y la lluvia cesaba cuando nuestra conversación sobre los libros y estudios, que hacía Michael allí, se vio interrumpida por el resplandor de la luna llena que entraba por la ventana. Y Michael cambió, su seductora tranquilidad se volvió inquietud y puso la copa de vino sobre la mesa, junto al oso pardo.
 -Debo irme. La noche es el único momento que tengo para ir a buscar cosas sin que la gente del pueblo me vea. Cosas sólo para nosotros- se excusaba él con mucha educación pero a la vez con urgencia en la voz, y antes de que yo le dijera que esa gente no tenía ningún derecho sobre él, agregó –Es mejor que no sepan de las cosas que consigo por afuera, porque son unos ladrones y roban- y se despidió de mí besándome la mano.
 Y ese beso nos hizo estremecer a los dos.
 Y así desapareció Michael la segunda noche, y yo de nuevo me quedé dueña y señora de la casa.
 E hice lo mismo, no solo recorrer sus grandes pasillos y descubrir cada vez más cosas, sino preparar comida para mañana, acomodar un poco más los lugares más ruinosos, y, aunque la ruina y el abandono eran demasiado, poco a poco todo cambiaba.
 Me sentía yo plenamente, y pronto le metería mano al jardín de rosas también. Me entusiasmaba mucho eso, que hubiera un jardín de rosas, aunque mucho dudaba que quedara algún rastro de rosas. Pero de alguna manera lo resucitaría.
 Casi a las doce de la medianoche me fui a bañar y fue en ese momento cuando subía las escaleras, que noté bajo la escalera unos trastes arrinconados y, entre esos trastes, un gran cuadro. La curiosidad me ganó y fui a sacarlo para seguir descubriendo cosas fascinantes; era muy pesado debido al marco que estaba bañado en oro, pero lo pude sacar y echarle una mirada. Creo que esa noche vi al antiguo dueño de la mansión, pintado al óleo bajo un completo estilo renacentista en aquel cuadro. Fue un hombre horrible, o tal vez era culpa del pintor que su rostro quedara con la maldad y la locura plasmadas en las líneas de su gesto.
 No me gustó, lo devolví enseguida a su oculto rincón.
 Pero por sobre todas mis actividades, eran las explicaciones de Michael lo que más daba vueltas en mi cabeza, no me convencían. Mi amigo Michael guardaba en sí muchos más secretos.
 Esperaba que, por cierto, se hubiera llevado el dije con él. Tan solo de recordar la imagen de aquel lobo momificado en miniatura me perturbaba. No quisiera tener semejante cosa en mi casa, ni tampoco el grotesco cuadro del retrato del antiguo dueño de la mansión.
 Pero eran cosas de Michael, así que nada podía hacer.
 Dormí plácidamente a pesar de eso y de la agitada tarde, ya ni siquiera escuché a nadie merodeando afuera. Encerrada allí en mi cuarto estaba segura… como quien es el alcalde o el terrateniente de algún lugar y al que todos respetaban.
 Al día siguiente Michael me recibió con un buen desayuno, gracias a las cosas que trajimos del granero y lo que yo había dejado preparado de anoche. Pero era un desayuno como nunca antes había comido, porque parecía algo realizado por algún chef de algún país exótico.
 Me dio los buenos días con mucho ánimo y me dijo que mis zapatos de goma ya estaban secos, y de hecho me lavó mi ropa sport que ahora colgaba del tendedero afuera en el lúgubre patio trasero de la casa.
 De hecho, esa ropa era mi único contacto con el año 1985, que por cierto pronto llegaría a su fin, pues era Septiembre.
 Al ver el patio trasero lleno de matojos, ventanales sucios y rotos, trastes tirados por todas partes y vegetación salvaje rodeando la casa, me decía que teníamos trabajo en grande y por mucho tiempo.
 Hoy limpiaríamos el jardín, le propuse a Michael eso durante el desayuno y a él le gustó la idea, incluso ideó una parrillada para el almuerzo.
 -¿De dónde sacaremos la carne?- reí yo y él se rió también.
 -Bueno, pues no lo sé. Tendremos que hacer una parrillada sin carne- comentó alegre –Me encanta que estés aquí, todo se ha puesto muy animado- dijo fingiendo indiferencia, y yo me sonrojé inevitablemente. Por un momento se vio tentado a acercar su mano por sobre la mesa, llegando sólo hasta la mitad, donde estaba colocada una lámpara de aceite. No se atrevió a acercarla más.
 Y Michael tenía una piel extraña, a veces se aclaraba tanto que era difícil ver que él era de un ligero color tostado. Yo suponía que era su vida en el bosque nublado, hacía mucho que no recibía el sol, tal vez por eso se había aclarado su piel.
 Sonrió otra vez tímidamente y se levantó de la mesa con la excusa de buscar el café.
 -Definitivamente quiero ver “Amadeus” contigo un día de estos- comentó mientras tomaba un sorbo de café.
 -Sería genial, yo también quiero. A ver cómo hacemos con el carro, si lo encontramos y lo podemos arreglar – me entusiasmé terminando mi aromática taza de café. Y ya empezaba a extrañar la leche- Y ¿Cómo hacen aquí para vivir sin leche?- comenté de casualidad.
 -Para eso tengo que llegarme hasta la bodega del señor Thompson- resopló Michael -En serio no estaría mal tener el carro-
 -Me preocupa que lo desvalijen o se lo roben- suspiré con un dejo de angustia, recordando lo que me costó comprar ese carro.
 -No te preocupes. No le pasará nada- aseguró él. Y luego me invitó a conocer algunas cosas de la cocina y de la casa. Me enseñó dónde guardaba las cosas frías, que era una cava con hielo seco. Los escaparates necesitaban mucha reparación pero las vajillas antiguas se veían en buen estado.
 En un cobertizo afuera estaban todas las herramientas. Yo comencé lavando bien las ventanas de todo el lado trasero, hacía frío y me tomó un tiempo echarles agua y secar cada una de las grandes ventanas. Pero era divertido todo eso.
 Mientras, Michael con el rastrillo iba limpiando el patio de la maleza y el monte.
 -Michael, el cuadro que está bajo la escalera ¿Es el antiguo propietario de la casa?- pregunté para aclarar la idea que ya tenía, alzando la voz pues Michael estaba más lejos.
 -Sí, así es- me contestó desde el final del patio, casi al borde del bosque -¿Qué te pareció el tipo?-
 -Raro- contesté yo sin entrar en detalles.
 -Era un tipo muy malo- comentó acercándose un poco- Eso me contaron cuando llegué. De hecho, dicen que mató gente y la enterró por aquí-
 ¡Entonces mis ideas de cuerpos enterrados en ese patio no eran tan locas después de todo! Pensé yo.
 -¿No te da miedo?- ahora Michael estaba parado a mi lado con el rastrillo sobre el hombro –O sea todo esto- y paseó la mirada por el jardín, la casa y los bosques lejanos y luego posó esos ojazos grandes y hermosos sobre mí, con esa gravedad tan inquietante que mostraba a veces su gentil rostro. Michael trataba de decirme algo que por alguna razón no hacía -Estos bosques, están malditos, aquí pasan cosas…sobrenaturales- y luego continuó pasando el rastrillo sobre la maleza –Hay que tener cuidado-
 -Yo ¿Debería tener miedo?- solté muy seriamente terminando mi trabajo con las ventanas. Él se detuvo y volvió a mirarme.
 -No mientras yo esté contigo, no en esta casa- me aseguró con un esbozo de sonrisa.
 -Yo soy muy mente abierta, sabes, yo no cierro mis ojos completamente ante la idea de ciertas cosas- ahora lo ayudaba a él con la maleza.
 -Lo sé, se te nota. Eres superior, tu mente no está limitada. Si no fuera así, nunca te hubieras quedado en Hueco de Lobo, y nunca hubieras hablado conmigo- él se mantenía enfocado en su trabajo con el rastrillo sin mirarme –Cualquier otra chica hubiera huido de aquí histérica- concluyó y se oyo un cuervo graznar en la lejanía. Michael había pasado de la seriedad a la soledad absoluta.
 La casa no solo tenía matojos, sino que también mucha hiedra pegada a las paredes, así que en un día sólo limpiaríamos la cara trasera, del piso de abajo nada más.
 -Ya tendremos tiempo para lo demás- me decía- la casa necesita suministros y para eso tenemos que ir a Saw Town- y su respirar estaba ya agitado por el trabajo- Después del almuerzo debemos volver a la carretera- añadió refiriéndose a lo del carro.
 -Estoy de acuerdo, intentémoslo otra vez- ya cansada retiraba la hiedra arrancada y el monte recogido para echarlo por encima de la reja al bosque. Con la próxima lluvia eso se esparciría y se uniría a la naturaleza. Había que arreglárselas sin servicio de aseo.
 Y tal como me lo ofreció, mi distinguido anfitrión preparó una parrillada de verduras asadas con salsa y yo me preguntaba si en verdad Michael se había pasado tres años sin comer carne.
 Nos divertimos mucho con la parrillada y yo le pedí que me contara historias sobrenaturales sobre el bosque.
 Sentados en la sencilla mesa de la cocina, nos remontamos a bizarros parajes oscuros llenos de fantasmas y aparecidos; pero lo que más me llamó la atención fue la historia de que hay hombres lobo. Me quedé fría cuando Michael me contó la historia, porque me recordó inmediatamente el horrendo aullido que aún me ponía los pelos de punta, y me veía corriendo por el bosque como hacía dos noches atrás y cayendo presa de las fauces del monstruo.
 -Y tú…¿Lo has visto?- mi voz interrumpió el aullar del viento afuera -¿Has visto algo?-
 -Bueno, sí- confesó él muy sombrío- en el bosque, te digo que he visto seres que no son normales, no son animales y no me importa cuántas explicaciones científicas hayan para eso-
 Aquellos cuentos de Michael me ponían los pelos de punta, pero a la vez estaba fascinada y feliz de vivir en la mansión abandonada, que era ahora mía y estaba a mis anchas allí. Pero al rato nos decidimos aventurarnos otra vez hacia el bosque, y agarraríamos la carretera porque Michael siempre advertía que se debía ir por la carretera y nunca cruzar el bosque.
 -Creo que en la granja al menos hay gallinas. Podemos hacer la parrillada de pollo la próxima vez- rió Michael cuando recorríamos alegremente la calle principal, saliendo por el sendero de la capilla.
 Llegamos a la granja por donde llegué mi primera noche y él me llevó a un lado del granero. Quería mostrarme lo que fue su auto una vez.
 Y en efecto allí estaba, oxidado y viejo, el chasis de un Civic, semi cubierto por el monte, y había gallinas y otros tipos de aves de corral, tal como sospechó Michael.
 Luego de eso pasamos por el pub, ya que Michael iba a ordenar unos pollos para nosotros, o sea mandarles un poco de trabajo a los viejos aquellos. Un trabajo desagradable como lo era matar unos pobres pollos.
 El tabernero y los otros se comportaron como leales sirvientes. De hecho el pub estaba de lo más acogedor y era sorprendente ver cómo un mismo lugar  pasaba de ser tenebroso a ser acogedor en solo dos visitas.
 A la final, Michael y yo tuvimos flojera de ir a caminar por la carretera con ese frío, porque, de repente, nos sentimos muy a gusto en el pub, rodeados con sus horrendos animales disecados y a la luz de las velas. El tabernero nos trajo pastel recién horneado y, por mandato de Michael, también unas cervezas que no sé de dónde las sacó. Seguramente había mercancía guardada y por eso Michael tenía que ordenarles con firmeza que sacaran las cosas.
 Yo creo que aquella quedada en la taberna iba a terminar siendo la cita que tanto deseábamos los dos, pero que ninguno supo cómo hacer. Fue el destino quien lo decidió.
 -Puedes llamarme Mike, por cierto- me dijo él y la luz de la vela solo le iluminaba su perfil derecho- Mi nombre es Michael Jackson, pero mis allegados siempre me llamaban Mike, o Mickey- se sonrojó y yo pensé que así lo debió de llamar alguna chica.
 -Mucho gusto señor Jackson- saludé yo con ceremonia y él se sonrojó aún más.
 -Dime ¿Alguna vez pensaste en casarte y esas cosas?- me preguntó por segunda vez por mi vida sentimental.
 -No- le volví a decir –Nunca se me ha presentado un pretendiente ¿Y tú?-
 -No- suspiró con tristeza –Una chica en la universidad, sabes, creí que era mi novia y por un tiempo me gustó, Diana, pero ella no aceptaba del todo mi forma de ser ni de pensar- y Mike tomaba sorbos de su cerveza como si Diana fuera un trago amargo que pasar- Ella no era diferente, era igual a todas y eso me decepcionó tanto…- y luego se quedó callado concentrado en la vela de la mesa. Al local habían llegado dos viejos más a medida que se acercaba la noche, los dos viejos me vieron con recelo pero luego se sentaron en la barra a charlar con el tabernero como si nada. Nuestra mesa estaba al fondo junto a la pared, bajo la enorme cabeza de un alce.
 -Me afectó mucho- continuó, ya se sentía que había entre los dos la confianza suficiente para todo eso –Lo que hizo después, yo no lo merecía, no, no lo merecía. Ella incentivó los rumores de que yo era gay, porque yo no era como ella quería que fuera. Trató de cambiarme-
 Y ya la amargura le había empañado la voz.
 -Que puede uno hacer, Mike, así es la vida- resoplé picando mi pastel- No podemos pensar que todo el mundo quiera hacernos daño a propósito. Aunque a veces lo parezca-
 -No entiendo como no has tenido pretendientes- me dijo cambiando de tema y de tono, ya no le importaba más Diana, ahora jugueteaba conmigo y yo no sabía si era por ingenuidad o con toda la intensión de seducirme. Con Michael no se podía saber.


 -Yo tampoco lo entiendo- mi mirada estaba perdida en el oscuro local, detallando cada animal, cada silla de madera, cada letrero desgastado por los años. Porque cuando él me miraba así, yo no sabía qué hacer, yo no sabía cómo actuar.
 -Sus pollos están listos señor- interrumpió el tabernero con esa voz gutural, me sacó de mis pensamientos, no me explicaba cómo alguien podía hablar con semejante voz. Pero yo ya no me molestaba por entender el mundo de Hueco de Lobo.
 -Bien, los recogeremos luego- dijo Mike muy serio- Esfúmate- agregó con fastidio. Luego volvió su atención a mí como si nunca nos hubieran interrumpido- No es un trabajo agradable, sacrificar pollos; pero comemos carne ¿No? algunos animales deben ser sacrificados-
 -Yo prefiero no ver nada de eso, si no, no comería nunca más-
 -Cuando era niño soñaba con un mundo en que los animales no tuvieran que morir para ser nuestra comida. Pero cuando uno crece, ya sabes, acepta la realidad y los sueños se van- se encogió de hombros- A veces yo me sentía más como un animal que como un humano, quería perderme en el bosque y no volver nunca más-
 -Yo me siento aquí igual- suspiré involuntariamente y sorbiendo más de mi cerveza- No quiero regresar a vivir metida en un cuarto y presa en una oficina cinco días a la semana- mi jarra de cerveza ya estaba vacía y mi plato, puesto a un lado –En serio que estaba mal mi vida como para encontrarme mejor aquí- y fue cuando, sin saber cómo, la mano de Michael se posó sobre la mía. Sorprendida  sentí un calor, era suave y cálida su mano y su contacto nos hizo estremecer a los dos.
 -No siempre la civilización es lo mejor, tal vez sea lo peor, de hecho- canturreó su voz mientras manos seguían unidas entre las dos jarras de cerveza vacías y la vela.
 Sin que supiéramos cuánto tiempo habíamos pasado en el pub, llegó la noche, y con eso un grupo más grande se reunió allí. Pero no importaba que tan concurrido estuviera el local ni que tan siniestro fuera, para nosotros era el lugar más romántico que hubiéramos conocido ambos.
 -Tengo tanto miedo de que no me aceptes como soy- me soltó Michael inesperadamente y  con expresión evasiva- Me importas demasiado y no quiero que salgas corriendo de aquí-
 -Confío en ti, Michael, lo que sea que hayas hecho en el pasado, yo lo entenderé porque he visto que eres una buena persona- le apreté la mano dándole todo mi apoyo en su angustia. Estaba siendo paciente, esperando que aquel hombre que se escondía del mundo, pudiera abrirse conmigo y contarme su crimen.
 -Sí, muchacho, dile lo que eres- al fin había hablado uno de los viejos recién llegados, y  todos se agruparon alrededor de nuestra mesa. Michael estaba muy inquieto, a punto de llorar.
 -¡Dile la verdad!- ladró otro viejo, uno tan aterrador que ahí en la penumbra parecía un esqueleto. Yo supuse que el ambiente pesado del pub y la bruma de la noche me estaban haciendo ver visiones.
 -¡Tú no puedes amarla, muchacho!- bufó otro más.
 -¡Ya basta!- gritó Michael y al fin me tomó del brazo para salir de la taberna. Ninguno de los viejos se atrevió a tocarnos.
 Salimos del pub a la frialdad del bosque y de la niebla. El silencio nos golpeó como un puño invisible.
 -Michael, te lo digo otra vez, puedes confiar en mí. Yo no te juzgaré- y mi mano rozó su mejilla con cariño mientras nos alejábamos del pub.
 -Por favor, no me dejes- tartamudeaba él aunque trataba de mantener la compostura –Tú no-
 -¿Por qué crees que te voy a dejar? No quiero irme- insistía yo.
 -Por lo que soy, por lo que he hecho-
 -Si cometiste un crimen, podré entender por qué lo hiciste-
 Y sin darnos cuenta llegamos al granero, justo donde habíamos estado ayer, y Michael se detuvo. Su brazo ahora se había aferrado a mi cintura y ya ninguno de los dos iba a seguir fingiendo nada.


Capítulo V

 Allí estaba yo sola otra vez, y me preguntaba si no había soñado todo. Me preguntaba si no despertaría de repente y descubriría que nada era real… y que Michael no existía.
 No, claro que no, era todo muy real, allí estaba yo y ahora debía cerrar todas las puertas, así que me apresuré y fui a revisar la otra puerta lateral y la de la cocina. Y cerré todas las cortinas que había, tal como Michael me aconsejó.
 Entonces inevitablemente me imaginé al jorobado caminando por el patio de atrás y me invadió el terror. No debía andar imaginándome cosas, así no podría dormir en toda la noche. Pero tenía trabajo que hacer y eso desviaría mi mente de cosas aterradoras; arreglaría el cuarto y pondría un poco de orden en la casa. Ya tendría tiempo yo de arreglarme después. La noche era joven.
 Subí a mi habitación con una escoba y un trapo y me puse a limpiar, aunque era mucho lo que tenía que hacer, pero al menos mi cuarto estaría limpio esa noche.
 Tenía la sensación de que mi estadía sería larga porque lo de Michael y yo apenas estaba empezando, no encontraría nunca en otro lugar a un hombre solo, así como si fuera el destino el que me puso en su camino. Sí, por primera vez me estaba pasando y yo no quería dejarlo pasar, yo quería experimentarlo.
 Aquel hombre estaba interesado en mí y yo quería que eso continuara, porque era hermoso y  me hacía feliz.
 Así que trabajé con gusto quitando el polvo de los muebles, que suponía valdrían una fortuna, luego barrí muy bien y unas cuantas arañas me asustaron, pero mi situación ya no me permitía enfocarme tanto en mi fobia hacia los insectos. Finalmente terminé con el cuarto y tuve energía para pasarle también a los armarios góticos que adornaban el pasillo. Me gustaba aquel trabajo hogareño siendo yo alguien profesional y con otras aspiraciones,  tal vez eso era porque estaba motivada, sentía que estaba empezando una nueva vida y aquella casa era el lugar. Que extraño: Empezando una nueva vida encerrada en una casa abandonada en medio de un lugar aterrador.
 Una gran ironía que jamás imaginé, lo que evidenciaba lo mala que estaba mi vida en la civilización.
 Luego de andar por los pasillos me aventuré al baño, el agua llegaba por gotas a la pintoresca tina de baño, otra antigüedad, pero al menos había agua, definitivamente gran cosa, y por eso no me quejaba.
 Me gustaba todo, que era muy clásico y muy ornamentado, así que me preocupé por echar a lavar las toallas y así también acomodar el baño. Aunque para eso ya habría tiempo, pensé mientras me quitaba la ropa -que cargaba desde ayer al medio día cuando salí de mi apartamento, con destino a ciudad nueva y a una vida nueva. ¿Había encontrado acaso esa nueva vida cuando creí que me había quedado accidentada y perdida? Tal vez sí, porque me topé con alguien especial por primera vez en mi vida
 Entre esas ensoñaciones estaba cuando me lavaba en la tina con agua fría y oía el viento y las ramas de los árboles afuera en la lúgubre noche, eso más… un espantoso aullido  en la noche, muy lejano pero lo suficientemente claro como para identificarlo. Di un respingo del susto y volví a la realidad, pues recordé el espantoso aullido que oí la noche anterior. Ahora no podía imaginarme que yo misma estuve por aquel bosque, a merced de lo que fuera que aullara tan horriblemente, porque ahora estaba en la seguridad de la casa, pero no podía negar la realidad de afuera y eso era lo que me tenía con las piernas temblando, no el agua fría.
 Terminé sin más ni más mi ligero baño y me puse la ropa que Michael me había dado, que era de hombre pero que me quedaba bien. Ahora sí parecía yo una campesina más de Hueco de Lobo.
 Lavé mi ropa interior, medias y zapatos y los puse a secar hasta mañana. Ahora llevaba unos jeans y una camisa montañera de cuadros azul oscuro, bajé a la cocina en medias nuevas para calentarme un poco de sopa y comer ensalada. Entreví el cuarto de Michael por una rendija de la puerta cuando pasé por el frente y aproveché que él no estaba para asomarme:
 Era de esperarse que estuviera completamente limpio y ordenado, lleno de libros y velas apagadas; había allí cuadernos y lápices sobre un pequeño escritorio y algunos libros también. Todo muy austero para ser ése el cuarto de un joven de veinticinco años.
 Bueno, seguí de largo y con aquel frío encendí la estufa para calentarme y el anafe para calentar la sopa, y sí, de esa manera aprendía cómo cocinaban las gentes de antes, todo era a carbón y me gustaba.
 Las cortinas estaban bien cerradas y menos mal, tenía miedo de mirar hacia afuera, el viento no entraba pero sí las movía suavemente y sentía su frescura por debajo de mi camisa montañera. Y sentí deseos de él, no dejaba de pensar en él y la forma en que me había mirado cuando cocinábamos esa tarde.
 Fue esa mirada la que despertó en mí esas ganas de conocer y experimentar. Pero esos pensamientos locos y nuevas emociones me atormentaban, me confundían y no quería caer en eso, pero a la vez ya había aguantado demasiado y por primera vez a alguien le gustaba tal como me vio la primera vez: toda hecha un desastre.
 Así que sí, no quería dejar pasar esa experiencia.
 Al calor de la estufa me tomé en silencio la sopa recalentada, el viento aullaba lastimero afuera, interrumpido solo por el suave tic tac del reloj en la pared. Que por cierto ya marcaban las nueve de la noche.
 ¿Qué podría estar haciendo Michael a esas horas que fuera tan urgente, y en un lugar donde no había absolutamente nada? Ni siquiera mujeres con quien él escaparse así a plena noche.
 Terminé mi sopa pensativamente y le eché mano a la ensalada, solo el tic tac del reloj me acompañaba en mi frugal cena  hasta que… levanté la vista de repente hacia la ventana frente a la mesita pues juraría que oí algo afuera. Lo ignoré, terminé mi ensalada y me enfoqué ahora en seguir limpiando la cocina que, después del trabajo de la tarde, ya lucía otra cara; pero a medida que trabajaba estaba más y más convencida de que había gente merodeando la casa.
 Debía pasarme la noche entera ignorando lo que ocurriera afuera, y confiando en que estaría segura dentro de la casa y que nada entraría. No sería fácil.
 Salí de la cocina y paseé por zonas donde no había estado en la tarde, el gran recibo con su precaria mueblería requería limpieza, eran pocos los muebles y estaban muy abandonados, pero eran hermosos y con un poco de limpieza valdrían una fortuna. Haría lo que fuera por el recibo otro día.
 El jardín de rosas estaba al otro lado pero ya todas las cortinas estaban cerradas y yo no tenía la más mínima intensión de asomarme afuera.
 Encontré una biblioteca y dentro de todo estaba bien organizada, se veía que Michael la frecuentaba, había un gran sillón y muchos candelabros, libros en los estantes y varios volúmenes reposaban sobre un pequeño escritorio. Era fascinante, las cortinas lucían glamorosos diseños Persa y había un enorme oso pardo disecado -que según parecía allí a la gente le gustaban mucho los animales disecados- adornando todo el centro. A mí me resultaba muy intimidante.
 Estaba extremadamente cansada ya pues había hecho entre ayer y hoy más de lo que había hecho en un año, sin embargo no quería acostarme, y aunque estaba asustada también me sentía feliz y quería seguir explorando la casa.
 El sofá brillaba de limpio así que me senté un rato allí donde seguro se sentaba Michael a leer con frecuencia, le echaría un vistazo a lo que estaba leyendo así que tomé uno de los pesados volúmenes sobre la mesa. Y alguien tocó a la puerta haciendo que mi corazón saltara olvidándome de los libros ¿Qué haría? No debía abrir, y es que de hecho, nadie tenía nada que hacer allí, así que apagué inmediatamente todas las velas que había encendido para ver la biblioteca. Así me había quedado totalmente oscura y me preguntaba si en verdad había oído la puerta. Quizá confundí el sonido de alguna rama golpeteando una ventana por el viento, que ya sabía que había viento esa noche… pero nuevamente tocaron a la puerta y esta vez con más insistencia. Me asusté mucho, quedándome tiesa sin moverme de mi asiento, a oscuras en toda la casa esperando a que se fueran.
 No aguanté mucho así, a tientas y completamente desconcertada volví derechito a mi cuarto y allí me encerré hasta el día siguiente, rogando no escuchar nada más.
 La cama de dosel era tan grande que cabían tres personas allí cómodamente, estaba muy elegantemente ornamentada y yo allí recostada me preguntaba cuántas historias no habían pasado ya por esa cama.
 Al poco rato ya estaba cayendo en una relajante ensoñación debido al cansancio acumulado, las sábanas recién lavadas eran suaves y desprendían el olor a flores del jabón, y no había escuchado un solo ruido más así que me sentí arrullada por la seguridad de la oscura habitación. Me fui quedando dormida con todas las imágenes de mi llegada, el jorobado, del pueblo, de los viejos y de Michael dándome vueltas y vueltas en la cabeza hasta que ya no recordé más.
 Creí haber dormido apenas unos minutos pero cuando abrí los ojos el sol matutino traslucía por  entre las finas cortinas, había dormido plácidamente toda la noche como si ése hubiera sido mi cuarto, y mi casa por veinticinco años. Lo que me pasaba con aquella casa era realmente extraño, que algo tan aterrador fuera para mí desconcertante y a la vez acogedor.
 Yo suponía que todo era porque me había brindado un refugio, así como Michael lo había hecho y tal vez por eso me estaba enamorando de él.
 Desperezada corrí las cortinas y vi que aunque había un poco de sol, el día era igualmente nublado y triste.
 Cogí la bata que también me regaló Michael, antigua y muy varonil, para ponérmela e ir al baño y luego bajar a ver qué había sido de Michael. Por los ruidos que oía supe que ya estaba en casa; cuando bajé lo encontré en la cocina devorando un mendrugo de pan con pedazos de queso que tendría guardado por semanas. Me sorprendió el aspecto que tenía Michael cuando lo vi, el joven tan pulcro y educado ahora estaba desaliñado y sucio. Parecía que había pasado la noche trabajando de obrero o de granjero, y traía tanta hambre que no se había ni quitado la ropa ni lavado antes de eso. Lo más extraño -si es que eso era posible- era que aquel aspecto le sentaba muy bien, yo lo encontraba muy sexy y rudo en aquel estado. Me parece que ya yo estaba desvariando.
 -Michael- le dije, él se mostró apenado cuando me vio llegar-¿Necesitas algo?-
 -Oh, no- dijo y siguió con su extraña comida pero ahora tratando de recobrar los modales.
 -Bueno, voy a preparar café- le sonreí contenta de tenerlo allí otra vez -¿Cómo te fue anoche?-
 -Como todas estas noches, en realidad, ya sabes- comentó como si nada. Pero yo sabía que nada normal le había pasado anoche.
 -Dormí bien, gracias por todo- comenté- Tienes una casa increíble, y con un poco de arreglos podría ser muy valiosa- y saqué todo lo del café, puse una olla de agua a hervir en el anafe.
 -Te agradezco muchísimo todo lo que has hecho, ya lo he notado, está hermoso- me dijo muy sinceramente y volvía a ser tan dulce y educado como siempre –Gracias-
 -No me fue mucho, en realidad me divierte- eché el aromático café en la bolsa. Al menos el café en Hueco de Lobo era fresco y de muy buena calidad.
 -Me alegra que te sientas bien y en casa aquí. Esta casa tiene ahora una nueva cara, un ambiente distinto- me sonrió pero fue solo por un momento, luego me preguntó -¿Todo estuvo tranquilo?-
 -Bueno…creo que hubo gente afuera-
 -¡No les abras! Nunca, si tocan a la puerta. Ya lo sabes- advirtió.
 -No les abrí, tal como dijiste-
 -Bien- se tranquilizó y luego prestó atención a la bata que llevaba puesta –Era del antiguo dueño, por cierto-
 -¿Qué?- interrumpí la colada del café, no sabía a qué se refería.
 -La bata que llevas puesta- apareció una sonrisa en sus labios cuando me miró.
 -Wow, debe ser bastante vieja ¿No? Me gusta, se nota lo fina que es la tela, es muy suave- ya terminaba de colar el café y el aroma invadió toda la cocina.
 -Si, es una bata muy fina y me encanta como te queda- coqueteó y yo me sonrojé. Nunca antes alguien me había hablado así tan bonito, que le gustara cómo me quedaba una antigua bata masculina típica de algún anciano. No podía pensar nada malo de Michael, era maravilloso.
 En cuanto a lo de anoche no me atreví a preguntarle nada, esperaba a que él me lo contara cuando quisiera hacerlo.
 -Discúlpame por haberte recibido así- Michael al fin se excusaba por su aspecto, que repito, me parecía muy sexy. Le hice un ademán de que no me importaba pues yo había estado mucho peor que él ayer, y hoy llevaba puesta la bata de un hombre que murió hace mucho. O sea la ropa de un muerto.
 -No importa, pero sí creo que debemos hacer algo para tener algo de comida- él ya se había parado para lavar los platos y marcharse al cuarto –No comiste bien-
 -Estoy bien- me guiñó el ojo –Ah, por cierto ¿Viste la biblioteca?-
 -Sí, es increíble- le dije y él se emocionó.
 -Ah, la biblioteca, quiero mostrarte algunas cosas- divagó soñador, luego volvió al tema- Mira, aquí de casualidad se consigue algo de los cultivos. Pero creo que podemos conseguir algo más. Ya veremos- y antes de irse me invitó –Vístete-
 Cuando se fue a su cuarto yo me fui al mío y qué diferente se veía todo el panorama a la luz del nuevo día. La enorme cama quedó tendida cuando me vestí otra vez con la ropa de Michael, ahora mía.
 -Lavé mis zapatos y están todavía húmedos- le dije cuando salió del cuarto y yo ponía mis tenis junto a la estufa para que se terminaran de secar. Él estaba muy guapo, con unos jeans ajustados y una camisa negra bajo una gruesa y elegante chaqueta perfumada, alto y esbelto. Era muy guapo.
 Se excusó un momento y fue a buscarme unos zapatos para yo ponerme.
 Rato después ya salíamos por la puerta principal al lúgubre jardín para bajar por la calle. Me sentía bien aunque hubiera preferido ir tomada de la mano con él.
 -Me encantaría que vieras “Amadeus”, Michael, es la peli del momento y revela un punto de vista controversial sobre la vida de Mozart, sé que te gustará- charlábamos caminando calle abajo, sabía que la película le interesaría a él porque noté en la biblioteca que la historia y la música clásica le gustaban- Ganó ocho Oscars hace poco-
 -¡Ah, me encantaría! Pero para ir al cine hay que viajar a Saw Town, que es el poblado con cine más cercano. Sería bueno encontrar tu carro, así podríamos ir- dijo y en un giro de esquina llegamos a la calle principal. No había ni un alma en el pueblo a esa hora y a mí todavía me inspiraba mucho temor.
 -¿No extrañas mucho a la gente? Aunque los dos seamos unos marginados, yo extraño ir al cine y al McDonald´s- nos detuvimos y él me miró.
 -Bueno, la última vez que fui al cine, tuvieron problemas conmigo-
 -¿Problemas? ¿Qué?- inquirí.
 -Por mi color- me dijo y apartó la mirada. Michael era moreno, de ojos oscuros y cabellos rizados, pero yo no lo consideraba negro, él era más de un color caramelo claro, de facciones finas y dulces. Muy hermoso. Por eso me sorprendió un poco esa confesión.
 -Estamos en 1985, oseas, ¿Cómo puede ser que haya problemas por eso todavía?- me preguntaba y él se veía muy cohibido por el tema –Michael, puedes hablar conmigo-
 -El tipo de la taquilla cuando fui a comprar mi entrada me dijo que ésa no era ninguna función de cine negro, como si hubiera ido a ver alguna película de negros y me hubiera equivocado de función. Ni siquiera… ni siquiera había abierto la boca para decir qué película iba a ver ¿Entiendes?-
 Yo asentí.
 -Era una indirecta, así funciona la cosa, no me hubieran impedido la entrada al cine claro, pero algo tenían que decirme. Estoy harto de eso- gruñía Michael- estamos en los 80s pero la discriminación por mi color está presente en todos lados, oculta pero presente-
 -Tienes razón, ahora no es tan evidente pero igual está allí al acecho- emprendimos nuestra caminata otra vez calle abajo –Pero el color de la piel no es lo único responsable de la suerte de uno. Solo mírame a mí, yo soy blanca, pero soy mujer y fea-
 Michael se detuvo en seco:
 -Tú no eres fea ¿Te han dicho eso?-
 -No me lo han dicho, pero lo han insinuado tal como te pasó a ti. Las mujeres bellas y sexys le quitan a una todo, los mejores trabajos, la atención de todos los hombres aunque sean una mujeres que no sirven para nada- suspiré cansinamente y él seguía mirándome sorprendido como si quisiera decirme muchas cosas– No hay remedio entonces- me encogí de hombros.
 -Sí, eso es cierto, por eso me fui de la civilización- dijo al fin –No soporto eso, y no estoy de acuerdo en lo absoluto-
 Seguimos caminando en silencio, atrás quedaba la capilla donde pasé mi primera noche en Hueco de Lobo, me volteé un momento a echarle un vistazo.
 -¿A dónde vamos?- pregunté porque al fin no tenía idea de por donde caminaba.
 -A la bodega- sonrió él y me señaló una callejuela que salía antes de llegar al final donde estaba el pub, que era la misma por donde había entrado la noche en que llegué. Ahora no me asustaba para nada el granero abandonado, ni la granja sin animales, ni el tupido bosque más allá de las fronteras.
 Lo que llamaba Michael “bodega” resultó ser un granero lleno de cosechas, granos y montones de otros artículos diversos.
 -Coge lo que quieras- me invitó con ceremonia como si entráramos a una fina boutique.
 -Por aquí pasé la noche que llegué, creí que eran las ruinas de una granja o algo- comenté yo.
 -Lo son, es una granja abandonada desde hace muchos años-
 -¿Y de donde salieron todas esas cosas?-
 -Yo las traigo, estuve aquí anoche. Bueno, uno tiene que comer y necesita de algunas cosas ¿No?- explicaba Michael- Esto lo tengo que traer de fuera, del bosque o de otros pueblos. No es un trabajo fácil-
 Y yo me preguntaba cómo hacía Michael para traer cosas de otros pueblos si no tenía un automóvil.
-Pero ¿Y qué hace la gente de este pueblo si no cosechan, no crían animales- Yo no entendía ese pueblo, por nada del mundo. Que vida tan extraña.
 -Ellos tienen sus propias cosas pero no las comparten con nadie, y no ayudan a nadie. Uno tiene que arreglárselas solo- me explicaba vagamente, aunque aún no me convencía.
 En fin, tomé un saco que había tirado por allí y empecé a coger algunas cosas puestas y clasificadas desordenadamente. Definitivamente parecía una campesina y vivía en el siglo pasado, no podía entender mi sentimiento de gusto y temor hacia aquello ni por qué me sentía cómoda con esa vida de cocinar verduras y granos y limpiar mansiones antiguas, de la cual no podía salir de noche.
 Bueno, es que estaba viviendo un paréntesis, algún día volvería a la rutina de trabajo en la ciudad… y sin Michael.
 ¡No lo quería! No quería volver a eso.
 -Yo creo que tú en la civilización podrías tener un buen futuro en el modelaje- se me ocurrió comentar cuando nos echamos a descansar sobre un montón de paja.
 -¿Tú crees? A mí el modelaje no me llama la atención, además soy muy tímido para eso- resongó él.
 -Bueno, es que tienes potencial- traté de parecer lo más indiferente posible, tal vez me había delatado demasiado –Tienes un buen porte, eres alto, esbelto y muy sofisticado- me limité a decirle procurando que no sospechara que me parecía muy guapo. Pero eso bastó para que él se sonrojara –Y en este mundo hay que sacarle provecho a lo que se tiene, porque no importa de qué color seas, eso no te impediría hacer un buen dinero con el modelaje-
 Él se tomó muy a pecho lo que le dije, le gustó que yo notara que tenía potencial físicamente. Y yo en cierta forma me desahogaba al hacerle saber de alguna manera que me resultaba guapo. Nos quedamos en silencio por un rato, muy sonrientes los dos; él me había aclarado que yo no era fea y yo le dije que tenía buen cuerpo, o sea dos indirectas muy claras, estábamos progresando.
 -Me alegra mucho haber encontrado a alguien como yo –me confesó, ya había entre nosotros esa confianza que se da en gente que lleva años conociéndose. Definitivamente había algo especial entre nosotros.
 -A mí también – le dije yo un poco apenada, nunca me había abierto así con un hombre. En el fondo no sabía cómo comportarme, y él lo notaba, lo que me hacía sentir muy incómoda. Sin embargo él me ayudaba a sentirme más cómoda, para que yo me expresara como quisiera.
 Ya habíamos pasado mucho tiempo allí y sin darnos cuenta era ya de tarde. Enseguida él volvió a la realidad y me pareció notar que estaba un poco asustado.
 Recogí el saco con las cosas que me llevaba y sin más ni más salimos del granero. Cerró muy bien la puerta cuando salimos con un candado enorme.
 Sin embargo apenas cruzamos la esquina del granero y llegamos a la calle principal nos sorprendió un corro de viejos enorme, eran como veinte viejos que yo no tenía idea de dónde habían salido; apenas al mediodía el pueblo estaba vacío.
 Yo tenía razón, Michael estaba muy asustado.
 -¿Qué pasa?- solté yo mirando con recelo al corro de viejos.
 -Nada- respondió Michael con voz tranquila pero se había interpuesto enseguida entre los viejos y yo- No les hagas caso, son gente muy prejuiciosa- y me tomó del brazo para guiarme hacia atrás del granero otra vez. Aquel contacto hizo estragos en nosotros,  que apenas nos alejamos de los viejos él me soltó enseguida sonrojado, y caminamos apresuradamente por la parte de atrás de las casas.
 -No ven con buenos ojos nuestra amistad- decía Michael vigilando severamente las esquinas- Ya te he dicho de lo terriblemente racistas que son en pueblos primitivos como éste- me decía aunque el racismo no me encajaba en esta historia, Michael vivía allí ¿Se aguantaría el racismo es ese pueblo y no en la civilización. Y todo eso me era más que sospechoso.
 La angustia de Michael crecía, me llevó por el brazo por toda la calle tratando de llegar hasta donde la casa, pero por cualquier hueco por donde nos metíamos, nos encontrábamos con un viejo al acecho.
 Seguíamos por detrás de las casas abandonadas hasta que paramos en la capilla, de hecho, por detrás de la capilla. Allí se detuvo Michael y me tomó por los hombros.
 -Prométeme que te quedarás aquí- me miraba fijamente a los ojos, y la cercanía de su cuerpo me quitaba el miedo –Quédate aquí un momento y no vayas para allá. Yo ya vuelvo-
 Asentí y Michael fue a enfrentarse a los viejos; lo espié por detrás del muro derruído que separaba la parte de atrás de la capilla de la calle principal. Todavía no me había preocupado por ver lo que había detrás de la capilla.
 -¡Les prohíbo que se acerquen a ella!¿Entendido?¡Se los advierto!- dijo Michael con un carácter tan fuerte que me sorprendió. Y lo había visto antes amenazar a los viejos con solo una mirada. Era un hombre contradictorio- Aquí ya saben que no deben meterse conmigo-
 Lo veía todo a medias y de lejos. Yo parada a un costado de la pared de la capilla, escondida tras el muro y con un gran patio trasero a mis espaldas cubierto de niebla y árboles secos -al que no le presté atención- y Michael allá adelante frente a un gran grupo de viejos marchitos parados en medio de la calle.
 Los viejos se quedaron quietos por un momento, luego comenzaron a dispersarse torpemente y fue cuando por fin Michael regresó a mí notoriamente más tranquilo.
 -Michael ¿Qué pasa?- ya no debía seguir mintiéndome, le exigí una respuesta. Él suspiró.
 -No les gusta la idea de que yo tenga una amiga- se lamentó.
 -Entonces no es cuestión de racismo-
 -No, aquí no. Pero sé que en el lugar donde vivía mi amistad contigo, que eres blanca, me hubiera causado más problemas y discriminación de la que ya tenía- confesó.
 -Yo no puedo creer eso de que los morenos no puedan tener una amistad blanca- gruñí yo furiosa, pero después me di cuenta de que Michael se refería a la amistad de nosotros dos como algo más. Y así fue como nos olvidamos del tema de los viejos, Michael se quedó callado por su timidez. Él se refería a que sabían que él tenía especial interés en mí y el hecho de que yo pasara la noche en su casa resultaba más que sospechoso.
 Lo miré por un momento pero él evitó mi mirada.
 -Tú eres un hombre adulto e independiente. No veo por qué un montón de extraños se atreven a tratar de controlar tu vida-
 -Yo…-titubeaba él- Tengo tantas cosas que decirte –y su voz sonaba suplicante. Yo solo quería abrazarlo y darle mi apoyo, pero no podía.
 El saco con la comida ya me pesaba, nos habíamos quedado parados en medio del ruinoso jardín de la capilla. Luego él empezó a caminar hacia la vereda que daba a la entrada de la calle gótica donde estaba la mansión. Ya me aprendí el camino: Saliendo de la capilla por la derecha se encontraba la vereda que estaba rodeada de árboles altos y muchísimos arbustos secos, que era precisamente lo que la ocultaba de la vista desde la calle principal; uno agarraba esa vereda y atravesaba el oscuro y espeso bosquecillo y se salía a la calle gótica. Dos estatuas de ángeles anunciaban el inicio de la calle.
 Con semejantes pasadizos secretos me imaginé que aquel bosque debía de tener muchas más cosas que descubrir.
 Michael y yo caminamos sin rumbo por allí y no fuimos a la casa sino que él me llevó a lo que fue una vez un parque, o eso suponía yo, por que había un banco oxidado donde él se sentó.
 -Michael, puedes confiar en mí. Yo no te juzgaré y prefiero que seas honesto conmigo. Por favor, no me mientas, yo confío en ti- le hablé con todo mi corazón y él parecía dolido.
 -Yo pude haberte ayudado con el carro- me confesó, y yo estaba muy asustada, no soportaba la idea de decepcionarme de él.
 -¿Cómo? Ayer no podía pasármela el día entero buscando el carro, porque, eso, al menos hubiéramos tardado un día entero buscándolo- le dije sin sentirme traicionada.
 -Es cierto, pudimos haber estado el día entero buscando el carro, pero también pudimos encontrarlo en tres horas o menos- suspiró y luego prosiguió con decisión– la verdad es… la verdad es que yo no quería que lo encontraras. Eso era-
 Yo me quedé callada, pero no por la sorpresa, en cierta forma, podía identificarme con eso también.
 -Soy muy egoísta y lo lamento- me miró.
 Decirle algo era decirle que lo quería y que quería estar con él igualmente. Y yo no sabía cómo decirle eso.
 -Yo no tengo ningún apuro por irme – me encogí de hombros- Eres la mejor persona que he conocido. Te considero un amigo y yo nunca he tenido amigos así de verdad-
 Michael se conmovió con esas palabras pero aún así había algo en él que lo atormentaba.
 -Necesito confiar en alguien por lo que he hecho- susurró y yo me senté a su lado, estaba muy vulnerable y yo me dispuse a ayudarlo y apoyarlo así como él me había ayudado a mí.
 -Yo no creo que seas capaz de hacerle daño a nadie- le dije con cariño.
 -Yo no, pero…-Michael quería abrirse, me miraba honestamente pero cuando se disponía a continuar, sus negros ojos notaron algo justo detrás de mí.
 Y el nerviosismo perturbó la calma que había entre los dos. Se paró del banco como un resorte y yo volteé enseguida hacia donde él había visto. Atrás de nosotros empezaba un tupido bosque que era en realidad el mismo que habíamos cruzado para llegar a la calle gótica, lo que pasaba era que entre las ramas se asomaban los rostros cetrinos y fríos de los viejos del pueblo, allí espiándonos. Y era aterrador, no sabía por qué, pero lo era.