jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo I

 Debí haber arreglado el carro cuando salí, pero no lo hice, y ahora andaba pistoneando y dando tumbos por aquella carretera oscura a media noche, porque para colmo, un accidente en la autopista había retrasado mi viaje tres horas.
 Desde hacía una hora que no veía ni un carro y mucho menos personas.
 ¿Dónde me encontraba? No reconocía en lo absoluto el siniestro bosque por donde iba, con sus interminables filas de abedules, todo frío y oscuro como salido de un cuento de terror.
 Trataba de calmarme pensando en que pronto hallaría un pueblo, pues tenía que haberlo, algún mapa, algún letrero, aquel desvío infortunado que hice más atrás debía de llegar a algún lugar. Si, esto era lo último que me faltaba, que ahora me encontrara perdida en medio de un bosque a media noche; ya de por sí me sentía bastante mal, era una fracasada, había renunciado al trabajo, todo el mundo me había dado la espalda, no sirvió para nada la reparación que le hice al carro que de paso me costó todos mis ahorros y debía mandarlo a arreglar otra vez… Había dado todo por ese viaje que ahora estaba resultando en un callejón sin salida en las profundidades de un frío y tenebroso bosque desconocido.
 El reloj del carro, mi viejo Ford Thunderbird gris del 74, marcaba las 12:30 am y no había ninguna señal en la radio. Lo que acrecentó la sensación de que estaba completamente sola en el mundo.
 Afortunadamente, si se podía decir eso, no había rastros de lluvia, la noche era clara y la luna brillaba sobre la copa de los árboles. Olía a pino fresco, aunque no veía ningún pino sino inmensos abedules marchitos con raquíticas ramas que a veces llegaban a cubrir todo el  cielo de la carretera, como si fueran garras acechando alguna incauta presa.
 Seguramente los pinos estaban detrás de las filas de árboles que bordeaban la carretera, pensé distraídamente, pinos y, de paso, muchas otras cosas, como fieras hambrientas.  Incluso creería posible que hubiera gigantes, trols o el mismo pie grande viviendo por allá atrás.
 Mi carro ronroneaba y las luces eran lo único que esparcía algo de claridad al camino silente. Iba bastante mal, sin potencia el viejo Thunderbird, un carro tan bueno pero que no había forma de que me lo arreglaran bien. Era lamentable. Había gastado una fortuna en él para nada, para volver a pagar más reparaciones o para quedarme allí varada en la peor situación.
 Estaba asustada y ¿Cuándo se iba a terminar aquella carretera abandonada? Todas las historias de fantasmas se me vinieron a la mente, la novia de la carretera, las almas en pena, la mula maniá. ¡Oh! es que si veía algo o a alguien por ahí solo pisaría el acelerador como una loca.
 Tampoco me ayudaría eso en nada, mi carro no daba más, corcoveó hasta que finalmente se fue parando poco a poco, que apenas alcancé a bordearlo para  apartarlo del camino. Y allí me quedé, a la sombra de un gran árbol cuya forma me pareció grotesca y atemorizante. Aquel árbol me daba muy mala impresión, parecía un gigante jorobado y si alguien me decía que en otros tiempos estaba vivo, y que por una maldición había quedado petrificado así tal como se veía ahora…lo hubiera creído.
 Que soledad, y ahora que ni el ronroneo de mi automóvil sonaba, el silencio golpeó mis oídos porque no chillaba ni un grillo. La zona era montañosa pero aún no podía imaginar en qué parte del estado podía estar un bosque alto e inhóspito, donde el aliento se marcaba como vaporones de humo. Ahora si era verdad que no tenía idea de lo que haría, solté el volante impotente y me recosté del asiento abatida.
 Pero no podía quedarme allí esperando por mucho tiempo.
 Eché un vistazo en general, de extremo a extremo,  lo que abarcaba un poco la claridad, y no se veía ni un insecto; y yo ni loca me pondría a caminar por esa carretera negra sin saber  quién o qué cosa podía aparecerse por allí. Sin embargo quedarme en el carro tampoco era un panorama muy seductor y, desgraciadamente, era demasiado temprano para amanecer. Si acaso serían como la una apenas. Ni modo.
 Este año 1985 ya me tenía al borde, en serio. El reloj del carro marcaba la una y veinte cuando un espantoso sonido me hizo saltar el corazón: esto no podía ser peor, lobos. ¿Y es que había sido acaso un lobo lo que aulló tan horriblemente hacía un momento? Mi mente decidió pensar que fue un simple lobo, el más extraño y sobrenatural de todos.
 Las luces del carro parpadeaban entre la neblina y yo seguía a la sombra del grotesco árbol observando la carretera. No iba a quedarme allí mucho tiempo, no lo aguantaría, pero la vocecilla de mi conciencia me repetía que si sabiendo que había lobos allá afuera me iba a arriesgar a  salir del auto para irme caminando a buscar algún sitio habitado, estaba prácticamente entregándome a sus fauces. Pero yo creo que prefería los lobos a que algo me encontrara ahí sola e indefensa.
 Un amargo sentimiento no me dejaba en paz, pero estaba segura que no quería quedarme allí esperando que me encontrara cualquier bicho raro.
 Y ya habían pasado las dos cuando distinguí al fin algo en la carretera, me esforcé para ver mejor pero era difícil, sin embargo al poco tiempo se dibujó una figura humana al borde de la carretera y el eco de sus pasos llegaba tenuemente hasta mi carro. Me quedé sentada en silencio segura de que una persona venía a lo lejos, ahora la veía entre la neblina y, que extraño, en vez de sentirme aliviada lo que hice fue inquietarme más.
 Se acercaba y pude ver que caminaba defectuosamente, renqueaba, como un cojo, y era un hombre pues cada vez lo distinguía mejor, y cada vez me gustaba menos su figura.
 La verdad es que la visión me llenó de terror, hubiera preferido quedarme sola encerrada en el carro hasta el amanecer. Pero ya no podía ser así, se acercaba un hombre horrible por la carretera directo hacia donde yo estaba, y mi inquietud me hizo pensar en la posibilidad de marcharme sin que me viera.
 Y si la figura desgarbada del desconocido ya me asustaba eso era porque aún no había notado que llevaba algo colgado de una mano, así que cuando distinguí la silueta de un hacha bamboleándose a un costado de su cuerpo, me nacieron alas en los pies para salir de allí.
 Me deslicé como una gata hacia la puerta del copiloto, no sin dejar de mirar hacia la carretera para asegurarme que el tipo aún estaba lejos, me latía el corazón fuertemente y los pasos retumbaban cada vez más fuertes. Así logré salir a hurtadillas por el lado del co-piloto agarrando todas mis cosas y lamentando que no tenía en el carro algo que me pudiera servir de arma, solo mi cartera. A rastras llegué hasta detrás del árbol con forma de trol y que me quedé estática allí oculta.
 Afortunadamente hacía mi viaje con ropa sport, lo que significaba que andaba con unos buenos jeans y zapatos de goma, lo que agradecí mucho. Nunca pensé que terminaría en pleno monte a media noche y huyendo de un jorobado con un hacha.
 Esperé tras el árbol con el corazón acelerado, oyendo como se acercaban esos pasos hasta mi carro, quería vigilar al tipo así que me asomé por un lado y distinguí al hombre llegando a mi automóvil, hacha en mano, y empezar a husmear con curiosidad a ver si encontraba algo. Lo quería lejos de mi Thunderbird, pero mejor era que el tipo se distrajera husmeando el carro y que no me descubriera a mí…
 Dios, al verlo rogaba por que se fuera y nunca supiera de mí, era horrible y extraño aquel jorobado y se le notaban las malas intenciones a flor de piel. Por supuesto que el tipo debía de sospechar que yo andaba por ahí cerca, que ingenuidad creer que no, pero yo no podía moverme, porque tan solo un ruido y el hombre me descubriría. Yo no estaba muy lejos y se podía oír lo que hacíamos, porque la noche intensifica los sonidos, y él estaba oliendo… sí, olía mi auto como un perro. No me atrevía ni a respirar.
 Entonces, por un momento la luna iluminó al hombre, y el hombre alzó el rostro, y yo, a mis ocho metros de distancia, le vi el rostro con más claridad: horror, no era un hombre, era una cosa con una cara poco humana.
 Me quedé paralizada detrás del árbol, ahora sí estaba aterrada. Dios, es que podía oír sus balbuceos que eran como los de una bestia embrutecida, incapaz de hablar.
 El jorobado husmeaba el carro con curiosidad, llevando el hacha colgando a un costado. Incluso lo vi comerse algo que encontró dentro de mi carro ¿Acaso comía insectos el individuo? Yo definitivamente me encontraba en la maldita dimensión desconocida, solo deseaba que el tipo se fuera y no volviera más ¿Y acaso eso me mostraba una salida? No, pero prefería andar perdida por un bosque sola que con un maniático rastreándome como un sabueso a su presa.
 Nada, no titubeé más, huí de allí escurriéndome entre los matorrales por detrás del árbol, como una serpiente sin hacer el menor ruido y no me detuve a mirar siquiera, sin echar un vistazo sobre el hombro todavía.
 Que locura más grande, me internaba en el bosque negro como un mapache salvaje en plena madrugada, donde posiblemente me encontraría con una manada de lobos, como los de esa nueva película que vi hace poco en el cine, “Compañía de lobos” ¡Oh, que lejos se veía la civilización en aquel momento, como si fuera un sueño! La ciudad llena de punks con sus enormes equipos de sonido sonando a Madonna o The Police a todo volumen, molestando a la gente que pasaba bajo las luces de neón de los nightclubs.
 Lloré al recordar eso y verme ahora sola y perdida en un bosque frío y tenebroso, sin mi carro, y con un horrible tipo rastreando mis pasos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario