jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo III

 La neblina matutina entró al recinto con una claridad espectral, y yo embobada había permanecido en mi banco toda la noche. Ahora el amanecer había traído luz y una nueva esperanza para mí.
 El pueblo al amanecer estaba cubierto de bruma húmeda y se veía uno que otro campesino deambulando por ahí. Salí de la iglesia dando tumbos, producto de un descanso incómodo, y ahora solo me quedaba buscar algún negocio abierto, si es que lo había, y ver si alguien por aquí al menos sabía mecánica y se dignaba a ayudarme con el carro… ya que no había un teléfono.
 Pero esa desagradable sensación de andar caminando por un lugar muerto no me dejaba en paz en ningún momento.
 Atravesé la calle principal otra vez a la luz del amanecer y el día no traía nada diferente a la noche, todo lo contrario, ahora veía mejor aquello que ya había percibido la noche anterior y que nada fue una ilusión nocturna. Casas tristes que hacía tal vez cincuenta años que no restauraban, solas, y la poca gente que se veía…todos ancianos marchitos haciendo nada, vagando sin rumbo y sin esperanza.
 “Hueco de lobo” rezaban los letreros semi borrados de negocios cerrados hacía ya tiempo, y la neblina era tan espesa que parecía que andaba entre nubes.
 Al menos nadie parecía tener ningún interés en mí.
 Sin embargo y allá al fondo de la calle que daba hacia la salida del pueblo distinguí algo, eran figuras oscuras que se adentraban en un local con un enorme letrero. Varias figuras. Lo que me hizo pensar que había algo abierto y a mí el hambre ya me atormentaba.
 Caminé automáticamente hacia allá como una figura oscura más en la blanca neblina y a medida que me acercaba podía leer el letrero con más claridad “Hueco de Lobo´s Pub”. Si es que podía llamar vida a lo que había en “Hueco de Lobo”, eso se veía en el pequeño pub.
 Cuando crucé las puertas del local no solo vi que era la única mujer, tal vez de todo el pueblo también, sino que la única persona joven y vestida a una usanza más moderna que de los 50s. Polvoriento, descuidado y olvidado como todo el pueblo era aquel pequeño pub.
  Horrendos animales disecados decoraban las paredes y solo seis personas, tan viejas y disecadas como los animales de las paredes, estaban acomodadas salteadamente en las mesas. Y a penas llegué todos voltearon a mirarme como algo extraordinario, lo que me hizo sentir aún más desubicada que antes.
 Pensaba “¿Por qué tendría yo que tener tanto miedo si yo sola era más fuerte que todos aquellos viejos?”, pero aquello de nada me servía, el temor estaba siempre ahí latente.
 Tratando de aparentar normalidad me acerqué al mostrador donde un viejo de gran barba atendía y me observaba fijamente.
 -Disculpe ¿no tendrá un teléfono?- me atreví a preguntar, obviamente sin recibir respuesta, lo cual ignoré y proseguí como si nada -¿Me puede dar un café por favor?-
 Y gracias a Dios que café si tenían, el viejo reaccionó con lentitud y fue a preparármelo; pediría dos cafés. Eso me animó un poco. Curioso, pero noté que nadie en el pub estaba comiendo ni bebiendo nada.
 -Es un centavo- carraspeó el tabernero un rato después. Me dije que hacía más de treinta años que los precios de las cosas se habían congelado en aquel pueblo, yo tenía veinticinco años ya y nunca había visto que algo costara un centavo. Ni siquiera tenía monedas sino un billete de $5 de casualidad, me compraría dos cafés y un trozo de pastel si tenía la suerte de que hubiera.
 Afortunadamente el encargado no me chistó más, al rato y de mala gana me sirvió el desayuno el cual devoré con avidez. Pensé que el pastel estaría viejo y que el café rancio, pero no, todo estaba recién hecho y contando el tiempo que esperé a que me sirvieran…me atrevería a decir que todo fue hecho al momento solo para mí.
 Me recuperé un poco al recibir mi estómago algo de comida, renovando las fuerzas.  Pero el local por nada agarraba un poco del calor del día, ni el bosque tampoco; la neblina cubría todo y había tal oscuridad que velas encendidas con llamas danzantes todavía iluminaban los rincones del pub.
 Estaban las mismas seis personas en sus mesas, adormiladas y aburridas, y yo seguía preguntándome qué hacer ¿Viviría en ese pueblo el jorobado del hacha? Tan solo la idea de encontrármelo allí hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.
 Y bonita facha la que tenía yo, para variar, ropa sucia y enlodada, sin peinarme, demacrada, cansada que con toda razón la gente me miraba de esa manera.
 Y tal vez ya no eran seis las personas que había en el pub, ahora me pareció captar una sombra más cuando por casualidad paseé la mirada alrededor, y la luz de una vela iluminó de pasada una séptima figura que se encontraba a la sombra de una ventana. Sería el polvo tal vez, el humo del ambiente encerrado lo que me nublaba la vista y me hacía ver personas en donde solo había sombras. Pero volteé enseguida y enfoqué mis cansados ojos al rincón tras la vela de la ventana y sí, allí había alguien, una séptima persona que no había notado antes.
 Regresé mi atención al pastel como si no hubiera visto nada.
 Pero no pasó mucho rato desde que sentí esa presencia, para darme cuenta de que me estaba observando fijamente desde su rincón, forzándome a mirar al extraño otra vez con más atención, dejando de fingir que no lo había notado.
 Y que sorpresa, esperaba ver a otro viejo marchito pero en cambio me encontré con que era joven, ahora lo veía mejor gracias a la vela y el resplandor que entraba por la ventana, y por alguna razón ese hecho me quitó un peso de encima.
 Continué comiendo en medio de contradictorios sentimientos hacia alguien a quien no le había visto el rostro, pero que me inspiraba tranquilidad, como si supiera que era diferente a todo ser viviente en el pueblo -y además alguien amable- pero que no dejaba de mirarme fijamente, como si me estuviera llamando con eso.
 El tiempo transcurrió y yo ya no tenía más nada que hacer allí, había terminado hace rato y solo permanecía en mi mesa pensativa e insegura.
 Si se puede decir, el día aclaró, pero no era mucho, y cuando pude ver bien al joven del rincón mi corazón se estremeció pues era hermoso, de rostro gentil, grande ojos negros y piel morena. Toda una rareza sin duda en un lugar frío de gente vieja y piel cetrina.
 Ese joven irradiaba energía vestido como estaba, por lo que pude ver, con una chaqueta roja sport.
 ¿Estaría a salvo?¿Me ayudaría él? No sabía cómo entrarle, le tenía miedo a todos y no podía saber si podía confiar en el extraño junto a la ventana.
 Como si nada, me dispuse a irme esperando que él hiciera algo, y no me equivoqué, el joven se paró igualmente, iba a dirigirse a mí sin duda alguna y yo no titubearía en pedirle ayuda, debía hacerlo por supervivencia.
 -Disculpa ¿Por casualidad conoces a algún mecánico por aquí?- le pregunté torpemente cuando pasó a mi lado. El joven se había acercado a mí efectivamente pero su intensión era irse del pub y no hablar conmigo –Es que tengo el carro dañado y necesito viajar- me excusaba sintiéndome como una tonta.
 Y no tenía por qué, el joven muy amablemente me prestó atención, preocupado por mi situación. Definitivamente me dio mucha confianza.
 -No creo que haya mecánicos por aquí, señorita- lamentaba- Sabe, este pueblo está… quedado en el tiempo, digamos- añadió mientras miraba a la gente del bar tal como lo hacía yo. Este joven era como yo, de la civilización, no como los demás.
 Y mientras más lo veía, más raro pero fascinante me parecía, era muy masculino pero de rostro delicado, casi andrógino… me gustó demasiado. Tal vez era una reacción psicológica, esa de gustarme al primer  hombre normal que veía después de una noche de horror. El me dio un poco de luz y era extraño eso, pero sí, me dio un poco de luz.
 -¿Qué personas son éstas? O sea, no hay mecánicos, teléfonos…no hay ni animales ¿En que trabajan?- me aventuré a indagar.
 Noté el cambio en su expresión, una sombra le cruzó los ojos pero estaba muy dispuesto a hablar de eso.
 -La gente por aquí es rara- bajó la voz porque permanecíamos junto a la barra donde el tabernero nos miraba atentamente- Pero no te preocupes- dijo notando mi preocupación y luego alzó la voz- Aquí nadie se va a entrometer- y al decir esto me di cuenta de algo que me dio curiosidad. El joven miró a cada uno de los presentes, incluyendo al encargado, y enseguida cada uno continuó con sus quehaceres como si nosotros no existiéramos. Fue como si el joven les hubiera dado una orden.

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