viernes, 14 de enero de 2011

Capítulo VII y Final

 Me sentía completamente vulnerable ante él, me recostó de la pared del granero y su mirada grave se posó sobre la mía y sentí que las piernas me fallaban. Su tersa piel se estremeció con el contacto de mis manos y sus  mejillas se sonrojaron entre las palmas de mis manos. Suavemente su frente y la mía se unieron, sintiendo yo su dulce respiración agitándose y el aroma a colonia de su lisa piel muy cerca de mí. Era obvio lo que iba a pasar, y ninguno iba a decir nada, solo sentirnos el uno al otro.
 -Dime algo, amor, sé sincera conmigo- rogaba Michael, como si temiera recibir un rechazo que le destruiría el alma.
 -Michael, yo lo doy todo por ti- le decía con todo el corazón –Porque te amo, te amo de verdad-
 -¡Yo también te amo!- exclamó él radiante –No quiero dejarte ir nunca- luchaba por conseguir las palabras que quería expresar-… ¿Quieres casarte conmigo?-
 -Sí, Michael-
 -¿Estás segura? Eso implica demasiado, demasiado- me advertía muy emocionado pero a la vez atormentado por algo que quería prevenir.
 -Quiero estar contigo siempre- le enfaticé.
 Pero aquel abrazo de amor bajo la luna se vio interrumpida de golpe cuando él se separó de mí estremecido por un intenso dolor. No sabía qué le pasaba, pero era algo malo, y enseguida se rompió el hechizo y me subí la camisa otra vez.
 -Tienes que irte…¡Tienes que irte!- chilló él retorciéndose mientras yo volvía a abrocharme la camisa. Estaba demasiado preocupada por él como para pensar en irme, por supuesto que no lo haría. Lo tomé por lo hombros y trataba de ayudarlo, porque definitivamente creía que estaba sufriendo un infarto o algo.
 Me asusté muchísimo, pero él no dejaba de apartarme y de decirme que me fuera.
 -¡¡Vete, vete a la casa ya mismo!! ¡¡Tienes que ir allá ahora y cerrar todas las puertas!!- gorjeaba con dificultad y ya después no podría volver a hablar. Era horrible ¿Y quien podría ayudar a Michael ahora, qué médico?; ya estaba llorando y me aferraba a él para confortarlo en su dolor.
 Entonces me miró, levantó la cabeza y me miró, y un grito salió de mi garganta… tenía los ojos rojos y aquello no era una simple hinchazón, lo juro que no, tenía la pupilas más grandes y completamente rojas.
 Qué horror, pero qué horror, unos colmillos enormes salían de su boca, garras rompía sus dedos llenándolos de sangre y el chillido que salía de su garganta se transformaba en el espantoso y ya conocido aullido sobrenatural.
 Aterrorizada ya no distinguía la realidad de las alucinaciones, pero lo que vi después no era ya la cabeza de un hombre sino la de un animal espantoso.
 Horrorizada salí corriendo al fin, y lo dejé a él retorciéndose de dolor allí. Ya había pasado el granero cuando lo sentí gruñir y echar a correr detrás de mí; el horror me hacía tropezar constantemente así que la bestia, que era mucho más ágil y veloz que yo, me atraparía al instante. Estaba perdida.
 Cuando lo vi aparecerse otra vez por entre las casas, un grito desgarró mi garganta y una fuerza invisible me impulsó nuevamente, haciéndome atravesar la calle principal a toda velocidad y atropellar a todo aquel que intentara detenerme. Y allí estaban los viejos, todos viéndome correr y burlándose, riéndose de mí.
 -Te lo advertimos niña- reían sus voces infrahumanas.
 Tenía todo un bosque para ocultarme pero lamentablemente ya mi cuerpo no daba más y no creía que aguantaría hasta siquiera llegar a la frontera, antes de que me alcanzara el hombre lobo; y él lo sabía, un aullido de triunfo rompió el expectante silencio.
 Completamente extenuada llegué hasta la capilla y crucé por el muro lateral para escaparme por el patio de atrás. Entonces fue cuando pude ver con claridad lo que realmente había allí atrás, era un cementerio.
 La bestia llegaba y yo desesperada tenía que cruzar por entre las tumbas para ocultarme entre el bosque de atrás, pero eso aún no era lo peor de todo; lo que me llevó al borde de la locura fueron las tumbas abiertas,  estaban todas removidas desde adentro. Al fin me di cuenta que la gente del pueblo no era ningunos viejos marchitos, ahora lo veía, eran zombies y estaban todos muertos desde hacía años.
 No me quedaba más que continuar, porque ya no poseía razón alguna y actuaba por instinto, corrí y corrí saltando las tumbas abiertas sin imaginarme que detrás del derruido mausoleo me esperaba alguien insospechado. El bosque estaba allá mismo pero jamás llegué a el, unos brazos muy fuertes me atraparon sorpresivamente cuando pasé junto al mausoleo y no pude escapar más, grité hasta reventarme la garganta para que nadie más escuchara y el rostro del jorobado se presentó ante mí con sus dientes y piel putrefactos mientras sus brazos me estrujaban hasta la muerte.
 Pero la bestia llegó al instante y el jorobado ya no pudo matarme, porque fue a él a quien atacó Michael. Yo caí aparatosamente sobre la tierra mientras Michael se le echaba encima al monstruoso hombre, y con una fuerza de león le arrancó el brazo de un solo jalón, y yo no hacía más que observar aterrorizada cómo el hombre lobo lo hacía pedazos, desperdigando sangre por todas las lápidas. Pedazos de carne, vísceras, sangre y pelo desgarrado me cayó encima, pero yo no podía reaccionar. De repente me puse en pie sin saber con qué fuerza ni voluntad, y volví a correr histérica, llorando y gritando, esquivando tumbas, pero no sin antes presenciar cómo Michael se comía los restos del monstruoso ser.
 Pero yo no llegaría lejos, me estallaría el corazón como le pasaba a los caballos. Mis pies llenos de fango tropezaron por última vez contra la más alejada de las lápidas del cementerio y caí sin más fuerzas ni en mis piernas ni en mis brazos. Enseguida llegaron los zombies para agruparse alrededor de mi frágil cuerpo que miraba desfallecido hacia la gran luna llena que brillaba en el cielo.
 Un rugido bestial espantó a los zombies haciéndolos salir huyendo de allí y regresar todos a sus tumbas.
 Poco a poco el hombre lobo se apareció en mi borroso plano visual mientras yo solo esperaba la muerte allí tirada.
 -Michael…- logré susurrar con una exhalación y de repente no vi a la bestia sino a Michael en aquel hombre lobo, vi a Michael mirándome con serenidad…y no tuve miedo.
 El se acercó más y más hasta que la sangre que le goteaba de la boca y del cuerpo me bañaba la cara. Me miró por un rato con sus amables ojos rojos. La luna esparcía su plateado resplandor sobre nosotros y sentí su perfume…aún en su ropa parcialmente limpia.
 Luego las fauces de Michael me mordieron el hombro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario