jueves, 13 de enero de 2011

Capítulo IV

Capítulo IV

 Salimos del pub y no parecía ser de mañana, el cielo estaba gris y el bosque lleno de neblina, y hacía frío igual.
 -Me llamo Michael, por cierto- se presentó el joven con gracia y educación y yo hice igual y nos dimos la mano cortésmente- Llévame donde tu carro a ver qué puedo hacer-
 Y así salimos al bosque atravesando la calle en el sentido contrario por donde llegué anoche, y yo me animé mucho por que la idea de no volver al pueblo hizo que el alma me volviera al cuerpo.
 -Es un largo camino. Dejé el carro en la carretera pero no tengo idea dónde- iba explicándole y mi aliento se veía como fino humo blanco.
 -Vamos, tenemos mucho por hablar- el  sonreía tranquilo.
 El bosque ya no lucía aterrador, pero sí muy triste; no había pájaros, solo animales extraños y sombras.
 -¿Por qué se llama esto “Hueco de Lobo”?- pregunté indiferente.
 -Creo que por una extraña leyenda- lo noté evasivo por primera vez- No lo sé- se encogió de hombros. Nuestros pasos crujían sobre la grama seca y la paja del camino, intensificados por el silencio profundo.
 -Que triste es todo esto- suspiré.
 No fue muy largo el trayecto hasta encontrar la carretera, que no era por cierto la misma que vi anoche -¿Por qué nadie viene por aquí?-
 -No lo sé- observaba- Tal vez esto es demasiado lejos y perdido en el mapa- y yo le di la razón, ni siquiera sabía cómo pude yo perderme de tal manera como para llegar a lugar semejante.
 -Entonces, el accidente te desvió-
 -Sí, hubo un accidente en la carretera y yo, desesperada por el retraso, me desvié buscando un atajo y el invento me trajo hasta acá- pateé una piedra con frustración pensando en eso.
 -Me gustó conocerte, eres la primera persona interesante en aparecerse por aquí en mucho tiempo- me dijo con un hermoso gesto y yo ya estaba sintiendo algo por él inevitablemente, había llegado en una hora aciaga y era demasiado atento conmigo –No te imaginas cuánto-
 Aquel hombre era como un niño, a pesar de tener mi misma edad, pero a la vez hacía gala de una sensualidad muy natural y espontánea, digna de alguien muy educado. Estaba contenta y mis problemas parecían haberse solucionado, ya me veía junto al carro y él arreglándole unos cables y ya.
 Pero no tenía idea de lo que me esperaba.
 Caminamos y caminamos, la noche pasada yo calculé que había caminado como tres horas por el bosque, y a lo mejor caminando por aquella carretera llevaría un día entero encontrar el carro.
 -Ufff, yo creo que mejor nos devolvemos- le dije a Michael cansada- No creo que por este camino encontremos el carro. En serio, no tengo idea de dónde lo dejé, tuve que escapar…-
 -¿Qué?¿Alguien te atacó?-
 -No, bueno, en realidad no- contesté y luego le conté sobre el jorobado- Es que me asusté mucho, tal vez exageré-
 -Ni se te ocurra acercarte a ese tipo- me dijo Michael muy serio- Mejor que te fuiste. Si lo vuelves a  ver ¡No te acerques!-
 Su advertencia me asustó. Por un momento creí que todo mi terror fue exageración mía, pero ya veo que no.
 -Me parece que anoche vine por aquella parte del bosque, caí donde una granja- le señalaba a Michael hacia el lado opuesto del pueblo –Pero no puedo decir de qué lado del bosque vine ni nada-
 -La carretera bordea todo el pueblo ¿No recuerdas nada específico?- indagaba él.
 -En el bosque encontré un viejo camino de piedra semi oculto, era como de adoquines. De hecho fue gracias a ese camino que pude llegar a Hueco de Lobo. Había un arco de madera. Pero parecía que nadie hubiera usado ese camino nunca- le explicaba mientras seguía caminando haciendo ecos entre los árboles secos y retorcidos.
 -Ése es el camino medieval, y tienes razón, hace muchos años que dejó de usarse. Y eso tampoco ayuda en nada a ubicar tu automóvil- suspiró él.
 -¿Qué hora es? Este día no parece aclarar- comenté ya cansada.
 Hice una pausa porque ya no podía seguir caminando, y tenía mucha sed.
 -Es una montaña muy nublada y fría, difícilmente llega el sol por aquí- nos detuvimos y yo encontré una roca, a un lado del camino, donde sentarme.
 -No puedo seguir, Michael- jadeé y él se sentó al lado mío, en la misma roca.
 -Me gustan estos bosques ¿Sabes? Podrán parecer muy intimidantes, sobre todo de noche, pero aquí encontré la paz- paseó su mirada por las copas de los árboles y habían unos pinos muy altos por donde se deslizaba la niebla –La civilización muchas veces destruye los sueños de la gente ¿No te parece?- y me miró afablemente, parecía un joven muy espiritual.
 -No lo puedo negar…yo no andaba muy bien que digamos antes de llegar aquí- la verdad tenía deseos de desahogarme con él- Estaba muy sola. Estoy muy sola, Michael-
 -Yo también- y una sombra de tristeza cruzó sus dulces ojos y un animal chilló lastimeramente bosque adentro.
 -¿Aquí hay lobos?- me acordé de inmediato del horrendo aullido de anoche, me asusté y se rompió la magia del momento, volviendo a la realidad de mi temor hacia el bosque. Me pareció ver un gesto extraño cruzarse por el gentil rostro de Michael cuando pregunté eso.
 -¿Lobos?¿Tú…viste algo anoche?- me preguntó mirando al piso con indiferencia.
 -No, de eso no, solo al hombre del hacha- dije fijando mi vista en los misteriosos árboles y  estudiando la manera en que el viento mecía sus ramas.
 -No lo creo, yo no he visto lobos por aquí. Pero deben de haber muchas fieras salvajes-
 - Y tú ¿Hace mucho que vives aquí?- Mi mayor interés no eran los lobos ni las fieras, con Michael conmigo no sentía tanto miedo por eso.
 -No mucho, estoy aquí desde el 82. Llegué tal como tú llegaste, mi viejo Civic se me quedó accidentado. Deben ser las subidas de estas montañas que son muy fuertes para los carros viejos-
 -La historia con mi Thunderbird es distinta, está en buen estado y es un carro potente, lo que pasa es que tenía que entonarle el carburador y lo llevé a un maldito taller y allá resultó que me lo echaron a perder, y me cobraron una fortuna para que quedara peor- le contaba yo.
 -Civilización- resopló Michael meneando la cabeza –Eso no lo extraño-
 -Tenía que volver a llevarlo al taller y reclamar pero no tuve tiempo y creí que no serviría de mucho- me encogí de hombros cansadamente.
 -Te dirían que tiene otra cosa y te cobraría una reparación nueva- Michael se conocía el cuento muy bien.
 -Exacto- sonreí y él también.
 -Mi viejo Civic está ahora tirado como chatarra junto a la granja que viste anoche. Te lo puedo mostrar si pasamos por allí. Creo que las gallinas lo hicieron su hogar- bromeó y yo me reí igual. Los dos nos relajamos y el viento frío ya no nos hacía tiritar.
 -Y…¿Alguien especial que podría estar preocupado por ti?- preguntó al fin y me extrañó que lo hiciera, porque ya le había dicho que estaba sola. Quería respuestas con más detalles, obviamente.
 -No,  no estoy casada y no tengo novio- aclaré encogiéndome de hombros otra vez  e ignorando la blanca bruma que golpeaba mi rostro en ese momento, sin embargo me estremecí, y no fue el viento- Tengo hambre y frío, y estoy sucia…- cambié de tema.
 -Ven conmigo, te puedo dar algo- y me invitó a regresar al pueblo. Curioso, pero me sentía como si tuviera un novio. Me hubiera parecido una soberana bobería si estuviéramos en la ciudad, pero allí en ese bosque lo básico me calentaba el espíritu- ¿Y que tal tu vida en la civilización?- se levantó de la roca para emprender el camino de regreso.
 -Mala- le confesé, ya no tenía interés en callarme o fingir que mi vida iba bien- No he tenido muy buena suerte en esta vida-
 -Bueno, no quiero ser entrometido, pero es que no he tenido más compañía en tres años que los viejos del pueblo- comentó su melodiosa voz –Este retiro ya me estaba cansando en serio, a esos viejos no les gusta hablar-
 -No te estás entrometiendo. Me siento mal y necesito hablar con alguien y no tengo a nadie en quien confiar-
 -Puedes confiar en mí. Cuando yo pasaba por aquí hace tres años, venía de fracasar rotundamente en la vida. Estuve desde los dieciocho años estudiando en la universidad, pasé por tres carreras y en ninguna me fue bien. No tenía ni una pulla ni a nadie- e hizo una pausa, le costaba decirme lo siguiente- Soy huérfano desde los quince años-
 -Michael, lo siento. A mí mis padres me echaron de la casa apenas cumplí los dieciocho, ya no iban a seguir manteniendo a una inútil. Desde entonces ando dando tumbos- comencé a patear piedritas del camino.
 -Ese trato es imperdonable, no tenían por qué comportarse así con una hija- se molestó él ante aquello- A veces la misma familia no nos conoce. De todas las personas que he conocido tú tienes un aura de honestidad y de valores que casi nadie tiene hoy en día- me decía él de corazón- Esta década comenzó demasiado alocada para mi gusto- Michael caminaba con la mirada perdida en el bosque con sus blancos jirones de niebla –Eso sin contar que yo también sufrí por mi timidez, en el colegio, en la universidad se burlaban de mí y abusaban de mí por ser diferente. Me llamaban gay también-
 Estaba asombrada de los mucho que congeniábamos, me hubiera encantado encontrarme con Michael antes, nos hubiera ido mejor a los dos con esta amistad.
 -Yo no culpo del todo a mis padres, somos demasiado diferentes, simplemente no podían entender mi forma de ser y de pensar. Ni yo misma me entiendo- respiré hondo- De mí también se han burlado, como esos tipos del taller, me ven cara de tonta y trataron de estafarme-
 -Si, pero llega un momento en que ya no más- Michael se detuvo y me miró – De mí ya no abusan más ni me llaman gay. No más- afirmó y en su mirada había una gravedad inusual.
 Nos miramos por un rato, y yo a veces me sentía un poco incómoda, porque cuando él me miraba así, lo hacía con la intensidad de alguien que está realmente interesado en uno. Y a mí irremediablemente me gustaba aquel hombre tan dulce y misterioso, que estaba dispuesto a apoyarme… así que, sí, creo que me estaba enamorando.
 Regresamos al pueblo tenebroso y yo en cierta forma me sentí decepcionada porque por un momento me imaginé regresando a casa en mi Thunderbird y dejando atrás ese lugar para siempre, pero ahora estaba él y dejar el pueblo atrás significaba también dejarlo a él. Me encontré en un enorme dilema emocional. Sin embargo cuando me acercaba al pueblo otra vez tuve la sensación de que más nunca saldría de allí.
 -¿No te da miedo vivir aquí solo? Es que, sinceramente, es tenebroso- ya llegábamos y me imaginaba que Michael me llevaría a lo que yo suponía era su casa, y no prestaba atención por dónde iba.
 -Estaba peor en la ciudad, créeme- me dijo alegremente.
 Cruzamos hacia una calle que se abría lateralmente y que no había visto antes, y al final de esta estaba una casa de dos pisos y un ático construida detrás de un pequeño jardín. No había visto esa casa antes, tal vez porque la noche y la niebla me impidió ver en realidad todo. Sin duda aquella casa debió pertenecer a alguien importante del pueblo, aún conservaba algo de majestuosidad…de una manera retorcida, pero tenía algo de majestuosidad.
 Por supuesto que todos los árboles de la calle y el jardín frontal de la mansión estaban secos y marchitos. La casa era relativamente pequeña, pero tal como dije antes, debió ser una mansión muy elegante una vez.
 -Aquí uno no vive para trabajar- Michael pasaba por delante de  unas estatuas olvidadas, y llenas de musgo, que una vez adornaron la calle que iba a la mansión –Hago lo que quiero y me valgo por mí mismo, nadie es dueño de mi tiempo ni de mí- y ya cruzábamos las cercas que daban paso al jardín frontal de la mansión.
 -Entiendo lo que dices- me detuve a ver calle abajo- Se siente una gran paz- La verdad era que la diferencia entre esa calle y el pueblo era muy grande. El pueblo era netamente campesino y esta parte en cambio tenía cierto toque gótico. Me gustaba mucho más esta parte –Esta parte es más nueva ¿Verdad?- pensé en voz alta.
 -Lo dices por la diferencia con el pueblo montañés ¿Verdad?- adivinó él.
 -Es extraño- asentí.
 -No tengo idea, esto se remonta a siglos pasados. La casa tan solo tiene doscientos años, el pueblo tiene aún mucho más. Yo supongo que esta calle fue construida tiempo después y por gente rica- dijo abriendo la puerta de entrada que chirrió a todo gañote, y yo me preguntaba por qué yo nunca había oído nada de Hueco de Lobo antes- Aquí vivo yo-
 -Me gusta, creo que ya veo por qué te agrada vivir aquí- dije fascinada, aunque esa fascinación sólo se debía a que estaba acompañada por Michael; de estar yo sola allí saldría corriendo de aquella casa, de aquella calle, de todo el pueblo.
 -Te puedo dar una camisa y un pantalón limpios si te quieres cambiar, hay baños y comida- y eso me sonó a paraíso- Eres mi huésped ¿Aceptas mi invitación?- y sonó como todo un maestro de ceremonias con un toque juguetón, Michael era muy educado.
 -Encantada- accedí  yo entrando a la casa.


 Y subimos al segundo piso, la casa estaba descuidada y abandonada como si nadie viviera allí. Supuse que eso se debía al hecho de que la habitaba un hombre solo, por lo tanto la casa necesitaba los cuidados y el toque femenino. Y la verdad era que me sentía a salvo allí dentro de lo que me atemorizaba del pueblo y del bosque, y con la compañía de Michael era más que suficiente.
 -Este es el cuarto más limpio y presentable. Yo tengo el mío abajo junto a la cocina porque  da al jardín trasero- se excusaba quitando unos trastes del medio, no había cortinas en los grandes ventanales- Las cortinas las pongo ahora, unas limpias, y sábanas recién lavadas. Disculpa esto, pues no esperábamos la dicha de tener un huésped tan glamoroso hoy-
 -Me encantaría ayudarte- reí- Como verás, no tengo absolutamente nada que hacer- y puse mi cartera en una mesa. El panorama de mi día cambió rotundamente.
 Primero bajamos a comer, luego lavaríamos las cortinas y sábanas para preparar el cuarto para la noche.
 El se veía encantado ante tales tareas hogareñas, aunque yo dudaba que se hubiera preocupado por eso antes, ya que había vivido allí tres años y si acaso habría lavado lo estrictamente necesario. La cocina era un desastre también, al menos había agua por medio de un sistema rudimentario que ni idea de cómo funcionaba. Gran cosa, definitivamente.
 Michael aprendía a hacer todo como si fuera un niño, porque no sabía hacer bien casi nada; la comida que tenía era toda enlatada y tenía puras verduras, como si guardara la comida, en vez de usarla tres veces al día.
 Tal vez yo estaba siendo demasiado ingenua e ilusa al pensar que su entusiasmo por las tareas del hogar se debía solo a mi llegada, algo típico del amor.
 Los enlatados y las verduras había que cocinarlos porque si no, no eran comibles.
 -Por ahorrarme el trabajo de cocinar y arreglar la cocina- se excusaba, como si hubiera leído mis pensamientos- suelo comer en el pub del pueblo, tal como me encontraste esta mañana-
 Curioso, pensé, porque nadie en ese pub estaba comiendo absolutamente nada, él tampoco; pero no dije nada.
 -Bueno, cocinaremos esos granos, será una rica sopa en un instante- solté alegremente y lavé unas ollas y utensilios para usarlos.
 Él me ayudó con las verduras, había que lavarlas para la sopa y hacer una ensalada, todo muy divertido, pero él me prestaba más atención a mí que a las verduras.
 -Ya me hacía falta un poco de compañía civilizada- pareció tratar de disimular su atención en mí- Aquí no hay nadie interesante con quien hablar, como ya habrás notado- Tomó unas verduras limpias y las comenzó a picar para la ensalada, como le enseñé- Dime ¿Qué películas han ganado el Oscar?¿Quién está de moda?¿Qué pasa en el mundo?-
 Eso nos llevó a una amena conversación en la cocina hasta que eran las tres y pico, según vi en el viejo reloj cucú colgado de la pared. Le dije que había que lavar las sábanas y cortinas rápido porque si no, no estarían listas para la noche. En aquel sombrío lugar no veía cómo iban a secarse las cosas.
 La cocina daba al patio trasero donde Michael tendía la ropa, y por cierto, unas zarzas secas se colaban por la ventana frente a la que estaba. En el patio había un tocón con un hacha donde, ya listo lo de las cortinas y sábanas, Michael ahora cortaba la leña para la chimenea; y al verlo en esa actividad, el joven delicado y tímido adquiría una gravedad y una fuerza que lo hacía ver muy masculino y maduro. Me fascinaba aquella ambiguedad.
 Por un momento pensé que aquel patio trasero parecía un cementerio pero sin tumbas, con su monte seco y ramas cubriéndolo todo. No me extrañaría que alguien estuviera enterrado por ahí secretamente. El total es que tenía la cabeza llena de locas fantasías.
 Al fin comí bien a eso de las cuatro y pico, las sábanas y las cortinas se secaban junto a una estufa de carbón. Así se secaba la ropa cuando no había sol en el siglo pasado, yo apenas me estaba enterando de eso.
 La llegaba de la noche me asustaba; después de comer y charlar con Michael encendimos la chimenea- pues la niebla enfriaba toda la casa- lavamos los platos, acomodamos la cocina y recogimos las sábanas tratando de ignorar la inquietud que llegaba junto con la noche, tanto para mí como para Michael.
 No entendía por qué el joven sonriente se había puesto de repente muy sombrío mientras el reloj cucú avanzaba y avanzaba.
 -Esta noche me tengo que ir- dijo al fin cuando íbamos al cuarto- Vamos a poner esto, porque no tengo mucho tiempo-
 Llevamos las cortinas limpias  a mi cuarto, y las sábanas y él las colocó. Cambió de aspecto todo tan solo con eso. Luego volvió a hablarme disimulando su apuro:
 -Esta noche estoy muy ocupado, tengo que mostrarte como abrir y cerrar todas las puertas. Ven- De nuevo salimos y a unos pasos a la izquierda de mi cuarto bajaba la escalera. Junto a la puerta de entrada, a un lado, colgaba el llavero que supuse eran las llaves de la casa, pero que estaba lleno de telarañas. Otra vez me parecía que hacía años que no las usaban.
 -Mira, ésta es la llave principal- me mostraba- ésta es la de la puerta de la cocina que da al patio que ya viste. Hay dos puertas más en los laterales, el de la derecha va a un jardín de rosas- ahora me mostraba el pasillo que llegaba al llamado jardín de rosas, más oscuro que boca de lobo. Al llegar a la puerta Michael la cerró con llave. Nos volvimos y nuestros pasos retumbaban por entre las vacías estancias de la estructura -Es muy importante…- me miró fijamente- muy importante que cierres con llave todas las puertas y no las abras en toda la noche. La gente sabe que estás aquí, que no está sola la casa, y ya has visto que hay gente muy rara aquí-
 Todo aquello era una advertencia así que no me calmaba, ni mucho menos, la inquietud que tenía, y mi realidad volví: Todo aquello era una locura. La sombra de la aflicción empañó mi rostro pálido.
 -Pero aquí estas segura- me tranquilizaba él al notar mi aflicción – Por eso te traje aquí, es un lugar seguro. Nadie te molestará aquí dentro si las puertas están cerradas. No temas, solo corre las cortinas y ya-
 Eso no me tranquilizaba. Me advertía que no saliera porque claro que había algo malo afuera y eso ya era suficiente como para asustar a cualquiera.
 -Entiendo- dije, pero el panorama de toda la noche sola en esa casa vacía y tenebrosa no me gustaba. Tomé el manojo de llaves con resignación.
 -Puedes cambiarte esa ropa al fin. Tienes casi mi misma estatura y mi mismo peso, puse una ropa en tu cuarto que te servirá. Siéntete cómoda, ésta es tu casa- me sonrió al fin - Aquí no te pasará nada- Estaba apurado y con un gesto se despidió- Debo irme, pero mañana muy temprano voy a estar aquí otra vez-
 Y tan misteriosamente como se apareció, así se desapareció cruzando la puerta de entrada, sin cambiarse de ropa siquiera.
 Cerré la puerta con llave y me quedé mirando la cerradura con desasosiego.

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