viernes, 14 de enero de 2011

Capítulo VI

 -¡Maldita sea!- exclamó Michael con un inusitado mal humor-¡Vámonos rápido!- y me dijo que tomara su mano.
 -Tú- habló uno de los viejos con una voz horrible y cuando salió de entre los arbustos vi que era el tabernero- Tú estás maldito, muchacho, no puedes unirte a esa chica- chirrió dejando ver sus podridos dientes y luego todos los viejos se rieron con voces de ultratumba.
 Michael se enfrentó a él protegiéndome de ellos pero no les dijo nada, sin embargo, algo que yo no pude ver, porque estaba detrás de él, hizo que de inmediato todos los viejos se asustaran y volvieran a internarse en el bosque de donde habían salido.
 -Jajajaja- se rió Michael como si nada hubiera pasado –Tú los viste ¡Son lo más supersticioso que pueda haber!-
 -No entiendo- a mi nada me hacía gracia, pero pude ver por primera vez que Michael llevaba un collar bajo su camisa con un dije de lo más grotesco que he visto en mi vida.
 -Sí, ya sé que es algo feo- dijo guardándose el collar otra vez en el pecho –Pero en estos bosques hay fuerzas sobrenaturales y esos viejos les temen con toda razón. Es un amuleto este pequeño lobo-
 Lo que Michael llevaba en el collar era un lobo retorcido, marchito, disecado, del tamaño de un ratón recién nacido. Me miró muy seriamente a los ojos y se veía imponente y misterioso –Te dije que tengo mucho que decirte- y sentí su mano cálida asir la mía como si con eso hiciéramos un pacto.
 Me guió hasta nuestra casa, su casa, y la noche se venía sobre nosotros. Agarrados de la mano me prometió que nunca me pasaría nada malo porque él estaba allí.
 -Era un demonio- aclaró a la luz de las velas de la biblioteca un rato despues; la chimenea calentaba el lugar de la lluviosa noche. Ambos vestíamos elegantes batas de terciopelo, yo la misma del antiguo dueño y Michael otra más nueva pero igual de elegante y ornamentada. Me sirvió una copa de vino tinto añejo. –Yo mismo lo destruí a los pocos meses de mi llegada al pueblo-
 -¿Y por qué dicen que estás maldito?- yo estaba sentada en su sillón, él se recostó de uno de los armarios.
 -Porque se supone…- él buscaba las palabras- que yo al destruirlo heredé su maldición. Ellos dicen que pasó a mí. Por eso yo uso su cuerpo…- y observaba el amuleto iluminado por la vela, yo me estremecía, aquello era un cuerpo momificado entonces. Y el gran oso pardo que “adornaba” la biblioteca me asustaba aún más –para alejar la maldición- concluyó y yo lo escuchaba fascinada, porque en esos momentos del Michael juvenil no quedaba nada, y veía ahora a un hombre de la experiencia y madurez de uno de cincuenta. Un destructor de demonios.
 Mi estadía en Hueco de Lobo se estaba volviendo ya como una película de la Dimensión Desconocida.
 -Entonces ésa es la leyenda. Me dijiste ayer que el nombre del pueblo se debía a una leyenda. A ése demonio entonces-
 -Sí, creo que sí- le encantó que yo haya deducido eso, cada vez nos conectábamos más y entendíamos de maravilla. Yo solo deseaba que él tomara la iniciativa, eso era lo que evitaba que yo saliera huyendo de aquel pueblo, aunque no tuviera éxito en mi huída. Me estaba seduciendo, desde el primer día, pero aún no se lanzaba a tomar la iniciativa.
 Yo seguiría esperándolo.
 Aún no era tarde y la lluvia cesaba cuando nuestra conversación sobre los libros y estudios, que hacía Michael allí, se vio interrumpida por el resplandor de la luna llena que entraba por la ventana. Y Michael cambió, su seductora tranquilidad se volvió inquietud y puso la copa de vino sobre la mesa, junto al oso pardo.
 -Debo irme. La noche es el único momento que tengo para ir a buscar cosas sin que la gente del pueblo me vea. Cosas sólo para nosotros- se excusaba él con mucha educación pero a la vez con urgencia en la voz, y antes de que yo le dijera que esa gente no tenía ningún derecho sobre él, agregó –Es mejor que no sepan de las cosas que consigo por afuera, porque son unos ladrones y roban- y se despidió de mí besándome la mano.
 Y ese beso nos hizo estremecer a los dos.
 Y así desapareció Michael la segunda noche, y yo de nuevo me quedé dueña y señora de la casa.
 E hice lo mismo, no solo recorrer sus grandes pasillos y descubrir cada vez más cosas, sino preparar comida para mañana, acomodar un poco más los lugares más ruinosos, y, aunque la ruina y el abandono eran demasiado, poco a poco todo cambiaba.
 Me sentía yo plenamente, y pronto le metería mano al jardín de rosas también. Me entusiasmaba mucho eso, que hubiera un jardín de rosas, aunque mucho dudaba que quedara algún rastro de rosas. Pero de alguna manera lo resucitaría.
 Casi a las doce de la medianoche me fui a bañar y fue en ese momento cuando subía las escaleras, que noté bajo la escalera unos trastes arrinconados y, entre esos trastes, un gran cuadro. La curiosidad me ganó y fui a sacarlo para seguir descubriendo cosas fascinantes; era muy pesado debido al marco que estaba bañado en oro, pero lo pude sacar y echarle una mirada. Creo que esa noche vi al antiguo dueño de la mansión, pintado al óleo bajo un completo estilo renacentista en aquel cuadro. Fue un hombre horrible, o tal vez era culpa del pintor que su rostro quedara con la maldad y la locura plasmadas en las líneas de su gesto.
 No me gustó, lo devolví enseguida a su oculto rincón.
 Pero por sobre todas mis actividades, eran las explicaciones de Michael lo que más daba vueltas en mi cabeza, no me convencían. Mi amigo Michael guardaba en sí muchos más secretos.
 Esperaba que, por cierto, se hubiera llevado el dije con él. Tan solo de recordar la imagen de aquel lobo momificado en miniatura me perturbaba. No quisiera tener semejante cosa en mi casa, ni tampoco el grotesco cuadro del retrato del antiguo dueño de la mansión.
 Pero eran cosas de Michael, así que nada podía hacer.
 Dormí plácidamente a pesar de eso y de la agitada tarde, ya ni siquiera escuché a nadie merodeando afuera. Encerrada allí en mi cuarto estaba segura… como quien es el alcalde o el terrateniente de algún lugar y al que todos respetaban.
 Al día siguiente Michael me recibió con un buen desayuno, gracias a las cosas que trajimos del granero y lo que yo había dejado preparado de anoche. Pero era un desayuno como nunca antes había comido, porque parecía algo realizado por algún chef de algún país exótico.
 Me dio los buenos días con mucho ánimo y me dijo que mis zapatos de goma ya estaban secos, y de hecho me lavó mi ropa sport que ahora colgaba del tendedero afuera en el lúgubre patio trasero de la casa.
 De hecho, esa ropa era mi único contacto con el año 1985, que por cierto pronto llegaría a su fin, pues era Septiembre.
 Al ver el patio trasero lleno de matojos, ventanales sucios y rotos, trastes tirados por todas partes y vegetación salvaje rodeando la casa, me decía que teníamos trabajo en grande y por mucho tiempo.
 Hoy limpiaríamos el jardín, le propuse a Michael eso durante el desayuno y a él le gustó la idea, incluso ideó una parrillada para el almuerzo.
 -¿De dónde sacaremos la carne?- reí yo y él se rió también.
 -Bueno, pues no lo sé. Tendremos que hacer una parrillada sin carne- comentó alegre –Me encanta que estés aquí, todo se ha puesto muy animado- dijo fingiendo indiferencia, y yo me sonrojé inevitablemente. Por un momento se vio tentado a acercar su mano por sobre la mesa, llegando sólo hasta la mitad, donde estaba colocada una lámpara de aceite. No se atrevió a acercarla más.
 Y Michael tenía una piel extraña, a veces se aclaraba tanto que era difícil ver que él era de un ligero color tostado. Yo suponía que era su vida en el bosque nublado, hacía mucho que no recibía el sol, tal vez por eso se había aclarado su piel.
 Sonrió otra vez tímidamente y se levantó de la mesa con la excusa de buscar el café.
 -Definitivamente quiero ver “Amadeus” contigo un día de estos- comentó mientras tomaba un sorbo de café.
 -Sería genial, yo también quiero. A ver cómo hacemos con el carro, si lo encontramos y lo podemos arreglar – me entusiasmé terminando mi aromática taza de café. Y ya empezaba a extrañar la leche- Y ¿Cómo hacen aquí para vivir sin leche?- comenté de casualidad.
 -Para eso tengo que llegarme hasta la bodega del señor Thompson- resopló Michael -En serio no estaría mal tener el carro-
 -Me preocupa que lo desvalijen o se lo roben- suspiré con un dejo de angustia, recordando lo que me costó comprar ese carro.
 -No te preocupes. No le pasará nada- aseguró él. Y luego me invitó a conocer algunas cosas de la cocina y de la casa. Me enseñó dónde guardaba las cosas frías, que era una cava con hielo seco. Los escaparates necesitaban mucha reparación pero las vajillas antiguas se veían en buen estado.
 En un cobertizo afuera estaban todas las herramientas. Yo comencé lavando bien las ventanas de todo el lado trasero, hacía frío y me tomó un tiempo echarles agua y secar cada una de las grandes ventanas. Pero era divertido todo eso.
 Mientras, Michael con el rastrillo iba limpiando el patio de la maleza y el monte.
 -Michael, el cuadro que está bajo la escalera ¿Es el antiguo propietario de la casa?- pregunté para aclarar la idea que ya tenía, alzando la voz pues Michael estaba más lejos.
 -Sí, así es- me contestó desde el final del patio, casi al borde del bosque -¿Qué te pareció el tipo?-
 -Raro- contesté yo sin entrar en detalles.
 -Era un tipo muy malo- comentó acercándose un poco- Eso me contaron cuando llegué. De hecho, dicen que mató gente y la enterró por aquí-
 ¡Entonces mis ideas de cuerpos enterrados en ese patio no eran tan locas después de todo! Pensé yo.
 -¿No te da miedo?- ahora Michael estaba parado a mi lado con el rastrillo sobre el hombro –O sea todo esto- y paseó la mirada por el jardín, la casa y los bosques lejanos y luego posó esos ojazos grandes y hermosos sobre mí, con esa gravedad tan inquietante que mostraba a veces su gentil rostro. Michael trataba de decirme algo que por alguna razón no hacía -Estos bosques, están malditos, aquí pasan cosas…sobrenaturales- y luego continuó pasando el rastrillo sobre la maleza –Hay que tener cuidado-
 -Yo ¿Debería tener miedo?- solté muy seriamente terminando mi trabajo con las ventanas. Él se detuvo y volvió a mirarme.
 -No mientras yo esté contigo, no en esta casa- me aseguró con un esbozo de sonrisa.
 -Yo soy muy mente abierta, sabes, yo no cierro mis ojos completamente ante la idea de ciertas cosas- ahora lo ayudaba a él con la maleza.
 -Lo sé, se te nota. Eres superior, tu mente no está limitada. Si no fuera así, nunca te hubieras quedado en Hueco de Lobo, y nunca hubieras hablado conmigo- él se mantenía enfocado en su trabajo con el rastrillo sin mirarme –Cualquier otra chica hubiera huido de aquí histérica- concluyó y se oyo un cuervo graznar en la lejanía. Michael había pasado de la seriedad a la soledad absoluta.
 La casa no solo tenía matojos, sino que también mucha hiedra pegada a las paredes, así que en un día sólo limpiaríamos la cara trasera, del piso de abajo nada más.
 -Ya tendremos tiempo para lo demás- me decía- la casa necesita suministros y para eso tenemos que ir a Saw Town- y su respirar estaba ya agitado por el trabajo- Después del almuerzo debemos volver a la carretera- añadió refiriéndose a lo del carro.
 -Estoy de acuerdo, intentémoslo otra vez- ya cansada retiraba la hiedra arrancada y el monte recogido para echarlo por encima de la reja al bosque. Con la próxima lluvia eso se esparciría y se uniría a la naturaleza. Había que arreglárselas sin servicio de aseo.
 Y tal como me lo ofreció, mi distinguido anfitrión preparó una parrillada de verduras asadas con salsa y yo me preguntaba si en verdad Michael se había pasado tres años sin comer carne.
 Nos divertimos mucho con la parrillada y yo le pedí que me contara historias sobrenaturales sobre el bosque.
 Sentados en la sencilla mesa de la cocina, nos remontamos a bizarros parajes oscuros llenos de fantasmas y aparecidos; pero lo que más me llamó la atención fue la historia de que hay hombres lobo. Me quedé fría cuando Michael me contó la historia, porque me recordó inmediatamente el horrendo aullido que aún me ponía los pelos de punta, y me veía corriendo por el bosque como hacía dos noches atrás y cayendo presa de las fauces del monstruo.
 -Y tú…¿Lo has visto?- mi voz interrumpió el aullar del viento afuera -¿Has visto algo?-
 -Bueno, sí- confesó él muy sombrío- en el bosque, te digo que he visto seres que no son normales, no son animales y no me importa cuántas explicaciones científicas hayan para eso-
 Aquellos cuentos de Michael me ponían los pelos de punta, pero a la vez estaba fascinada y feliz de vivir en la mansión abandonada, que era ahora mía y estaba a mis anchas allí. Pero al rato nos decidimos aventurarnos otra vez hacia el bosque, y agarraríamos la carretera porque Michael siempre advertía que se debía ir por la carretera y nunca cruzar el bosque.
 -Creo que en la granja al menos hay gallinas. Podemos hacer la parrillada de pollo la próxima vez- rió Michael cuando recorríamos alegremente la calle principal, saliendo por el sendero de la capilla.
 Llegamos a la granja por donde llegué mi primera noche y él me llevó a un lado del granero. Quería mostrarme lo que fue su auto una vez.
 Y en efecto allí estaba, oxidado y viejo, el chasis de un Civic, semi cubierto por el monte, y había gallinas y otros tipos de aves de corral, tal como sospechó Michael.
 Luego de eso pasamos por el pub, ya que Michael iba a ordenar unos pollos para nosotros, o sea mandarles un poco de trabajo a los viejos aquellos. Un trabajo desagradable como lo era matar unos pobres pollos.
 El tabernero y los otros se comportaron como leales sirvientes. De hecho el pub estaba de lo más acogedor y era sorprendente ver cómo un mismo lugar  pasaba de ser tenebroso a ser acogedor en solo dos visitas.
 A la final, Michael y yo tuvimos flojera de ir a caminar por la carretera con ese frío, porque, de repente, nos sentimos muy a gusto en el pub, rodeados con sus horrendos animales disecados y a la luz de las velas. El tabernero nos trajo pastel recién horneado y, por mandato de Michael, también unas cervezas que no sé de dónde las sacó. Seguramente había mercancía guardada y por eso Michael tenía que ordenarles con firmeza que sacaran las cosas.
 Yo creo que aquella quedada en la taberna iba a terminar siendo la cita que tanto deseábamos los dos, pero que ninguno supo cómo hacer. Fue el destino quien lo decidió.
 -Puedes llamarme Mike, por cierto- me dijo él y la luz de la vela solo le iluminaba su perfil derecho- Mi nombre es Michael Jackson, pero mis allegados siempre me llamaban Mike, o Mickey- se sonrojó y yo pensé que así lo debió de llamar alguna chica.
 -Mucho gusto señor Jackson- saludé yo con ceremonia y él se sonrojó aún más.
 -Dime ¿Alguna vez pensaste en casarte y esas cosas?- me preguntó por segunda vez por mi vida sentimental.
 -No- le volví a decir –Nunca se me ha presentado un pretendiente ¿Y tú?-
 -No- suspiró con tristeza –Una chica en la universidad, sabes, creí que era mi novia y por un tiempo me gustó, Diana, pero ella no aceptaba del todo mi forma de ser ni de pensar- y Mike tomaba sorbos de su cerveza como si Diana fuera un trago amargo que pasar- Ella no era diferente, era igual a todas y eso me decepcionó tanto…- y luego se quedó callado concentrado en la vela de la mesa. Al local habían llegado dos viejos más a medida que se acercaba la noche, los dos viejos me vieron con recelo pero luego se sentaron en la barra a charlar con el tabernero como si nada. Nuestra mesa estaba al fondo junto a la pared, bajo la enorme cabeza de un alce.
 -Me afectó mucho- continuó, ya se sentía que había entre los dos la confianza suficiente para todo eso –Lo que hizo después, yo no lo merecía, no, no lo merecía. Ella incentivó los rumores de que yo era gay, porque yo no era como ella quería que fuera. Trató de cambiarme-
 Y ya la amargura le había empañado la voz.
 -Que puede uno hacer, Mike, así es la vida- resoplé picando mi pastel- No podemos pensar que todo el mundo quiera hacernos daño a propósito. Aunque a veces lo parezca-
 -No entiendo como no has tenido pretendientes- me dijo cambiando de tema y de tono, ya no le importaba más Diana, ahora jugueteaba conmigo y yo no sabía si era por ingenuidad o con toda la intensión de seducirme. Con Michael no se podía saber.


 -Yo tampoco lo entiendo- mi mirada estaba perdida en el oscuro local, detallando cada animal, cada silla de madera, cada letrero desgastado por los años. Porque cuando él me miraba así, yo no sabía qué hacer, yo no sabía cómo actuar.
 -Sus pollos están listos señor- interrumpió el tabernero con esa voz gutural, me sacó de mis pensamientos, no me explicaba cómo alguien podía hablar con semejante voz. Pero yo ya no me molestaba por entender el mundo de Hueco de Lobo.
 -Bien, los recogeremos luego- dijo Mike muy serio- Esfúmate- agregó con fastidio. Luego volvió su atención a mí como si nunca nos hubieran interrumpido- No es un trabajo agradable, sacrificar pollos; pero comemos carne ¿No? algunos animales deben ser sacrificados-
 -Yo prefiero no ver nada de eso, si no, no comería nunca más-
 -Cuando era niño soñaba con un mundo en que los animales no tuvieran que morir para ser nuestra comida. Pero cuando uno crece, ya sabes, acepta la realidad y los sueños se van- se encogió de hombros- A veces yo me sentía más como un animal que como un humano, quería perderme en el bosque y no volver nunca más-
 -Yo me siento aquí igual- suspiré involuntariamente y sorbiendo más de mi cerveza- No quiero regresar a vivir metida en un cuarto y presa en una oficina cinco días a la semana- mi jarra de cerveza ya estaba vacía y mi plato, puesto a un lado –En serio que estaba mal mi vida como para encontrarme mejor aquí- y fue cuando, sin saber cómo, la mano de Michael se posó sobre la mía. Sorprendida  sentí un calor, era suave y cálida su mano y su contacto nos hizo estremecer a los dos.
 -No siempre la civilización es lo mejor, tal vez sea lo peor, de hecho- canturreó su voz mientras manos seguían unidas entre las dos jarras de cerveza vacías y la vela.
 Sin que supiéramos cuánto tiempo habíamos pasado en el pub, llegó la noche, y con eso un grupo más grande se reunió allí. Pero no importaba que tan concurrido estuviera el local ni que tan siniestro fuera, para nosotros era el lugar más romántico que hubiéramos conocido ambos.
 -Tengo tanto miedo de que no me aceptes como soy- me soltó Michael inesperadamente y  con expresión evasiva- Me importas demasiado y no quiero que salgas corriendo de aquí-
 -Confío en ti, Michael, lo que sea que hayas hecho en el pasado, yo lo entenderé porque he visto que eres una buena persona- le apreté la mano dándole todo mi apoyo en su angustia. Estaba siendo paciente, esperando que aquel hombre que se escondía del mundo, pudiera abrirse conmigo y contarme su crimen.
 -Sí, muchacho, dile lo que eres- al fin había hablado uno de los viejos recién llegados, y  todos se agruparon alrededor de nuestra mesa. Michael estaba muy inquieto, a punto de llorar.
 -¡Dile la verdad!- ladró otro viejo, uno tan aterrador que ahí en la penumbra parecía un esqueleto. Yo supuse que el ambiente pesado del pub y la bruma de la noche me estaban haciendo ver visiones.
 -¡Tú no puedes amarla, muchacho!- bufó otro más.
 -¡Ya basta!- gritó Michael y al fin me tomó del brazo para salir de la taberna. Ninguno de los viejos se atrevió a tocarnos.
 Salimos del pub a la frialdad del bosque y de la niebla. El silencio nos golpeó como un puño invisible.
 -Michael, te lo digo otra vez, puedes confiar en mí. Yo no te juzgaré- y mi mano rozó su mejilla con cariño mientras nos alejábamos del pub.
 -Por favor, no me dejes- tartamudeaba él aunque trataba de mantener la compostura –Tú no-
 -¿Por qué crees que te voy a dejar? No quiero irme- insistía yo.
 -Por lo que soy, por lo que he hecho-
 -Si cometiste un crimen, podré entender por qué lo hiciste-
 Y sin darnos cuenta llegamos al granero, justo donde habíamos estado ayer, y Michael se detuvo. Su brazo ahora se había aferrado a mi cintura y ya ninguno de los dos iba a seguir fingiendo nada.


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