viernes, 14 de enero de 2011

Capítulo V

 Allí estaba yo sola otra vez, y me preguntaba si no había soñado todo. Me preguntaba si no despertaría de repente y descubriría que nada era real… y que Michael no existía.
 No, claro que no, era todo muy real, allí estaba yo y ahora debía cerrar todas las puertas, así que me apresuré y fui a revisar la otra puerta lateral y la de la cocina. Y cerré todas las cortinas que había, tal como Michael me aconsejó.
 Entonces inevitablemente me imaginé al jorobado caminando por el patio de atrás y me invadió el terror. No debía andar imaginándome cosas, así no podría dormir en toda la noche. Pero tenía trabajo que hacer y eso desviaría mi mente de cosas aterradoras; arreglaría el cuarto y pondría un poco de orden en la casa. Ya tendría tiempo yo de arreglarme después. La noche era joven.
 Subí a mi habitación con una escoba y un trapo y me puse a limpiar, aunque era mucho lo que tenía que hacer, pero al menos mi cuarto estaría limpio esa noche.
 Tenía la sensación de que mi estadía sería larga porque lo de Michael y yo apenas estaba empezando, no encontraría nunca en otro lugar a un hombre solo, así como si fuera el destino el que me puso en su camino. Sí, por primera vez me estaba pasando y yo no quería dejarlo pasar, yo quería experimentarlo.
 Aquel hombre estaba interesado en mí y yo quería que eso continuara, porque era hermoso y  me hacía feliz.
 Así que trabajé con gusto quitando el polvo de los muebles, que suponía valdrían una fortuna, luego barrí muy bien y unas cuantas arañas me asustaron, pero mi situación ya no me permitía enfocarme tanto en mi fobia hacia los insectos. Finalmente terminé con el cuarto y tuve energía para pasarle también a los armarios góticos que adornaban el pasillo. Me gustaba aquel trabajo hogareño siendo yo alguien profesional y con otras aspiraciones,  tal vez eso era porque estaba motivada, sentía que estaba empezando una nueva vida y aquella casa era el lugar. Que extraño: Empezando una nueva vida encerrada en una casa abandonada en medio de un lugar aterrador.
 Una gran ironía que jamás imaginé, lo que evidenciaba lo mala que estaba mi vida en la civilización.
 Luego de andar por los pasillos me aventuré al baño, el agua llegaba por gotas a la pintoresca tina de baño, otra antigüedad, pero al menos había agua, definitivamente gran cosa, y por eso no me quejaba.
 Me gustaba todo, que era muy clásico y muy ornamentado, así que me preocupé por echar a lavar las toallas y así también acomodar el baño. Aunque para eso ya habría tiempo, pensé mientras me quitaba la ropa -que cargaba desde ayer al medio día cuando salí de mi apartamento, con destino a ciudad nueva y a una vida nueva. ¿Había encontrado acaso esa nueva vida cuando creí que me había quedado accidentada y perdida? Tal vez sí, porque me topé con alguien especial por primera vez en mi vida
 Entre esas ensoñaciones estaba cuando me lavaba en la tina con agua fría y oía el viento y las ramas de los árboles afuera en la lúgubre noche, eso más… un espantoso aullido  en la noche, muy lejano pero lo suficientemente claro como para identificarlo. Di un respingo del susto y volví a la realidad, pues recordé el espantoso aullido que oí la noche anterior. Ahora no podía imaginarme que yo misma estuve por aquel bosque, a merced de lo que fuera que aullara tan horriblemente, porque ahora estaba en la seguridad de la casa, pero no podía negar la realidad de afuera y eso era lo que me tenía con las piernas temblando, no el agua fría.
 Terminé sin más ni más mi ligero baño y me puse la ropa que Michael me había dado, que era de hombre pero que me quedaba bien. Ahora sí parecía yo una campesina más de Hueco de Lobo.
 Lavé mi ropa interior, medias y zapatos y los puse a secar hasta mañana. Ahora llevaba unos jeans y una camisa montañera de cuadros azul oscuro, bajé a la cocina en medias nuevas para calentarme un poco de sopa y comer ensalada. Entreví el cuarto de Michael por una rendija de la puerta cuando pasé por el frente y aproveché que él no estaba para asomarme:
 Era de esperarse que estuviera completamente limpio y ordenado, lleno de libros y velas apagadas; había allí cuadernos y lápices sobre un pequeño escritorio y algunos libros también. Todo muy austero para ser ése el cuarto de un joven de veinticinco años.
 Bueno, seguí de largo y con aquel frío encendí la estufa para calentarme y el anafe para calentar la sopa, y sí, de esa manera aprendía cómo cocinaban las gentes de antes, todo era a carbón y me gustaba.
 Las cortinas estaban bien cerradas y menos mal, tenía miedo de mirar hacia afuera, el viento no entraba pero sí las movía suavemente y sentía su frescura por debajo de mi camisa montañera. Y sentí deseos de él, no dejaba de pensar en él y la forma en que me había mirado cuando cocinábamos esa tarde.
 Fue esa mirada la que despertó en mí esas ganas de conocer y experimentar. Pero esos pensamientos locos y nuevas emociones me atormentaban, me confundían y no quería caer en eso, pero a la vez ya había aguantado demasiado y por primera vez a alguien le gustaba tal como me vio la primera vez: toda hecha un desastre.
 Así que sí, no quería dejar pasar esa experiencia.
 Al calor de la estufa me tomé en silencio la sopa recalentada, el viento aullaba lastimero afuera, interrumpido solo por el suave tic tac del reloj en la pared. Que por cierto ya marcaban las nueve de la noche.
 ¿Qué podría estar haciendo Michael a esas horas que fuera tan urgente, y en un lugar donde no había absolutamente nada? Ni siquiera mujeres con quien él escaparse así a plena noche.
 Terminé mi sopa pensativamente y le eché mano a la ensalada, solo el tic tac del reloj me acompañaba en mi frugal cena  hasta que… levanté la vista de repente hacia la ventana frente a la mesita pues juraría que oí algo afuera. Lo ignoré, terminé mi ensalada y me enfoqué ahora en seguir limpiando la cocina que, después del trabajo de la tarde, ya lucía otra cara; pero a medida que trabajaba estaba más y más convencida de que había gente merodeando la casa.
 Debía pasarme la noche entera ignorando lo que ocurriera afuera, y confiando en que estaría segura dentro de la casa y que nada entraría. No sería fácil.
 Salí de la cocina y paseé por zonas donde no había estado en la tarde, el gran recibo con su precaria mueblería requería limpieza, eran pocos los muebles y estaban muy abandonados, pero eran hermosos y con un poco de limpieza valdrían una fortuna. Haría lo que fuera por el recibo otro día.
 El jardín de rosas estaba al otro lado pero ya todas las cortinas estaban cerradas y yo no tenía la más mínima intensión de asomarme afuera.
 Encontré una biblioteca y dentro de todo estaba bien organizada, se veía que Michael la frecuentaba, había un gran sillón y muchos candelabros, libros en los estantes y varios volúmenes reposaban sobre un pequeño escritorio. Era fascinante, las cortinas lucían glamorosos diseños Persa y había un enorme oso pardo disecado -que según parecía allí a la gente le gustaban mucho los animales disecados- adornando todo el centro. A mí me resultaba muy intimidante.
 Estaba extremadamente cansada ya pues había hecho entre ayer y hoy más de lo que había hecho en un año, sin embargo no quería acostarme, y aunque estaba asustada también me sentía feliz y quería seguir explorando la casa.
 El sofá brillaba de limpio así que me senté un rato allí donde seguro se sentaba Michael a leer con frecuencia, le echaría un vistazo a lo que estaba leyendo así que tomé uno de los pesados volúmenes sobre la mesa. Y alguien tocó a la puerta haciendo que mi corazón saltara olvidándome de los libros ¿Qué haría? No debía abrir, y es que de hecho, nadie tenía nada que hacer allí, así que apagué inmediatamente todas las velas que había encendido para ver la biblioteca. Así me había quedado totalmente oscura y me preguntaba si en verdad había oído la puerta. Quizá confundí el sonido de alguna rama golpeteando una ventana por el viento, que ya sabía que había viento esa noche… pero nuevamente tocaron a la puerta y esta vez con más insistencia. Me asusté mucho, quedándome tiesa sin moverme de mi asiento, a oscuras en toda la casa esperando a que se fueran.
 No aguanté mucho así, a tientas y completamente desconcertada volví derechito a mi cuarto y allí me encerré hasta el día siguiente, rogando no escuchar nada más.
 La cama de dosel era tan grande que cabían tres personas allí cómodamente, estaba muy elegantemente ornamentada y yo allí recostada me preguntaba cuántas historias no habían pasado ya por esa cama.
 Al poco rato ya estaba cayendo en una relajante ensoñación debido al cansancio acumulado, las sábanas recién lavadas eran suaves y desprendían el olor a flores del jabón, y no había escuchado un solo ruido más así que me sentí arrullada por la seguridad de la oscura habitación. Me fui quedando dormida con todas las imágenes de mi llegada, el jorobado, del pueblo, de los viejos y de Michael dándome vueltas y vueltas en la cabeza hasta que ya no recordé más.
 Creí haber dormido apenas unos minutos pero cuando abrí los ojos el sol matutino traslucía por  entre las finas cortinas, había dormido plácidamente toda la noche como si ése hubiera sido mi cuarto, y mi casa por veinticinco años. Lo que me pasaba con aquella casa era realmente extraño, que algo tan aterrador fuera para mí desconcertante y a la vez acogedor.
 Yo suponía que todo era porque me había brindado un refugio, así como Michael lo había hecho y tal vez por eso me estaba enamorando de él.
 Desperezada corrí las cortinas y vi que aunque había un poco de sol, el día era igualmente nublado y triste.
 Cogí la bata que también me regaló Michael, antigua y muy varonil, para ponérmela e ir al baño y luego bajar a ver qué había sido de Michael. Por los ruidos que oía supe que ya estaba en casa; cuando bajé lo encontré en la cocina devorando un mendrugo de pan con pedazos de queso que tendría guardado por semanas. Me sorprendió el aspecto que tenía Michael cuando lo vi, el joven tan pulcro y educado ahora estaba desaliñado y sucio. Parecía que había pasado la noche trabajando de obrero o de granjero, y traía tanta hambre que no se había ni quitado la ropa ni lavado antes de eso. Lo más extraño -si es que eso era posible- era que aquel aspecto le sentaba muy bien, yo lo encontraba muy sexy y rudo en aquel estado. Me parece que ya yo estaba desvariando.
 -Michael- le dije, él se mostró apenado cuando me vio llegar-¿Necesitas algo?-
 -Oh, no- dijo y siguió con su extraña comida pero ahora tratando de recobrar los modales.
 -Bueno, voy a preparar café- le sonreí contenta de tenerlo allí otra vez -¿Cómo te fue anoche?-
 -Como todas estas noches, en realidad, ya sabes- comentó como si nada. Pero yo sabía que nada normal le había pasado anoche.
 -Dormí bien, gracias por todo- comenté- Tienes una casa increíble, y con un poco de arreglos podría ser muy valiosa- y saqué todo lo del café, puse una olla de agua a hervir en el anafe.
 -Te agradezco muchísimo todo lo que has hecho, ya lo he notado, está hermoso- me dijo muy sinceramente y volvía a ser tan dulce y educado como siempre –Gracias-
 -No me fue mucho, en realidad me divierte- eché el aromático café en la bolsa. Al menos el café en Hueco de Lobo era fresco y de muy buena calidad.
 -Me alegra que te sientas bien y en casa aquí. Esta casa tiene ahora una nueva cara, un ambiente distinto- me sonrió pero fue solo por un momento, luego me preguntó -¿Todo estuvo tranquilo?-
 -Bueno…creo que hubo gente afuera-
 -¡No les abras! Nunca, si tocan a la puerta. Ya lo sabes- advirtió.
 -No les abrí, tal como dijiste-
 -Bien- se tranquilizó y luego prestó atención a la bata que llevaba puesta –Era del antiguo dueño, por cierto-
 -¿Qué?- interrumpí la colada del café, no sabía a qué se refería.
 -La bata que llevas puesta- apareció una sonrisa en sus labios cuando me miró.
 -Wow, debe ser bastante vieja ¿No? Me gusta, se nota lo fina que es la tela, es muy suave- ya terminaba de colar el café y el aroma invadió toda la cocina.
 -Si, es una bata muy fina y me encanta como te queda- coqueteó y yo me sonrojé. Nunca antes alguien me había hablado así tan bonito, que le gustara cómo me quedaba una antigua bata masculina típica de algún anciano. No podía pensar nada malo de Michael, era maravilloso.
 En cuanto a lo de anoche no me atreví a preguntarle nada, esperaba a que él me lo contara cuando quisiera hacerlo.
 -Discúlpame por haberte recibido así- Michael al fin se excusaba por su aspecto, que repito, me parecía muy sexy. Le hice un ademán de que no me importaba pues yo había estado mucho peor que él ayer, y hoy llevaba puesta la bata de un hombre que murió hace mucho. O sea la ropa de un muerto.
 -No importa, pero sí creo que debemos hacer algo para tener algo de comida- él ya se había parado para lavar los platos y marcharse al cuarto –No comiste bien-
 -Estoy bien- me guiñó el ojo –Ah, por cierto ¿Viste la biblioteca?-
 -Sí, es increíble- le dije y él se emocionó.
 -Ah, la biblioteca, quiero mostrarte algunas cosas- divagó soñador, luego volvió al tema- Mira, aquí de casualidad se consigue algo de los cultivos. Pero creo que podemos conseguir algo más. Ya veremos- y antes de irse me invitó –Vístete-
 Cuando se fue a su cuarto yo me fui al mío y qué diferente se veía todo el panorama a la luz del nuevo día. La enorme cama quedó tendida cuando me vestí otra vez con la ropa de Michael, ahora mía.
 -Lavé mis zapatos y están todavía húmedos- le dije cuando salió del cuarto y yo ponía mis tenis junto a la estufa para que se terminaran de secar. Él estaba muy guapo, con unos jeans ajustados y una camisa negra bajo una gruesa y elegante chaqueta perfumada, alto y esbelto. Era muy guapo.
 Se excusó un momento y fue a buscarme unos zapatos para yo ponerme.
 Rato después ya salíamos por la puerta principal al lúgubre jardín para bajar por la calle. Me sentía bien aunque hubiera preferido ir tomada de la mano con él.
 -Me encantaría que vieras “Amadeus”, Michael, es la peli del momento y revela un punto de vista controversial sobre la vida de Mozart, sé que te gustará- charlábamos caminando calle abajo, sabía que la película le interesaría a él porque noté en la biblioteca que la historia y la música clásica le gustaban- Ganó ocho Oscars hace poco-
 -¡Ah, me encantaría! Pero para ir al cine hay que viajar a Saw Town, que es el poblado con cine más cercano. Sería bueno encontrar tu carro, así podríamos ir- dijo y en un giro de esquina llegamos a la calle principal. No había ni un alma en el pueblo a esa hora y a mí todavía me inspiraba mucho temor.
 -¿No extrañas mucho a la gente? Aunque los dos seamos unos marginados, yo extraño ir al cine y al McDonald´s- nos detuvimos y él me miró.
 -Bueno, la última vez que fui al cine, tuvieron problemas conmigo-
 -¿Problemas? ¿Qué?- inquirí.
 -Por mi color- me dijo y apartó la mirada. Michael era moreno, de ojos oscuros y cabellos rizados, pero yo no lo consideraba negro, él era más de un color caramelo claro, de facciones finas y dulces. Muy hermoso. Por eso me sorprendió un poco esa confesión.
 -Estamos en 1985, oseas, ¿Cómo puede ser que haya problemas por eso todavía?- me preguntaba y él se veía muy cohibido por el tema –Michael, puedes hablar conmigo-
 -El tipo de la taquilla cuando fui a comprar mi entrada me dijo que ésa no era ninguna función de cine negro, como si hubiera ido a ver alguna película de negros y me hubiera equivocado de función. Ni siquiera… ni siquiera había abierto la boca para decir qué película iba a ver ¿Entiendes?-
 Yo asentí.
 -Era una indirecta, así funciona la cosa, no me hubieran impedido la entrada al cine claro, pero algo tenían que decirme. Estoy harto de eso- gruñía Michael- estamos en los 80s pero la discriminación por mi color está presente en todos lados, oculta pero presente-
 -Tienes razón, ahora no es tan evidente pero igual está allí al acecho- emprendimos nuestra caminata otra vez calle abajo –Pero el color de la piel no es lo único responsable de la suerte de uno. Solo mírame a mí, yo soy blanca, pero soy mujer y fea-
 Michael se detuvo en seco:
 -Tú no eres fea ¿Te han dicho eso?-
 -No me lo han dicho, pero lo han insinuado tal como te pasó a ti. Las mujeres bellas y sexys le quitan a una todo, los mejores trabajos, la atención de todos los hombres aunque sean una mujeres que no sirven para nada- suspiré cansinamente y él seguía mirándome sorprendido como si quisiera decirme muchas cosas– No hay remedio entonces- me encogí de hombros.
 -Sí, eso es cierto, por eso me fui de la civilización- dijo al fin –No soporto eso, y no estoy de acuerdo en lo absoluto-
 Seguimos caminando en silencio, atrás quedaba la capilla donde pasé mi primera noche en Hueco de Lobo, me volteé un momento a echarle un vistazo.
 -¿A dónde vamos?- pregunté porque al fin no tenía idea de por donde caminaba.
 -A la bodega- sonrió él y me señaló una callejuela que salía antes de llegar al final donde estaba el pub, que era la misma por donde había entrado la noche en que llegué. Ahora no me asustaba para nada el granero abandonado, ni la granja sin animales, ni el tupido bosque más allá de las fronteras.
 Lo que llamaba Michael “bodega” resultó ser un granero lleno de cosechas, granos y montones de otros artículos diversos.
 -Coge lo que quieras- me invitó con ceremonia como si entráramos a una fina boutique.
 -Por aquí pasé la noche que llegué, creí que eran las ruinas de una granja o algo- comenté yo.
 -Lo son, es una granja abandonada desde hace muchos años-
 -¿Y de donde salieron todas esas cosas?-
 -Yo las traigo, estuve aquí anoche. Bueno, uno tiene que comer y necesita de algunas cosas ¿No?- explicaba Michael- Esto lo tengo que traer de fuera, del bosque o de otros pueblos. No es un trabajo fácil-
 Y yo me preguntaba cómo hacía Michael para traer cosas de otros pueblos si no tenía un automóvil.
-Pero ¿Y qué hace la gente de este pueblo si no cosechan, no crían animales- Yo no entendía ese pueblo, por nada del mundo. Que vida tan extraña.
 -Ellos tienen sus propias cosas pero no las comparten con nadie, y no ayudan a nadie. Uno tiene que arreglárselas solo- me explicaba vagamente, aunque aún no me convencía.
 En fin, tomé un saco que había tirado por allí y empecé a coger algunas cosas puestas y clasificadas desordenadamente. Definitivamente parecía una campesina y vivía en el siglo pasado, no podía entender mi sentimiento de gusto y temor hacia aquello ni por qué me sentía cómoda con esa vida de cocinar verduras y granos y limpiar mansiones antiguas, de la cual no podía salir de noche.
 Bueno, es que estaba viviendo un paréntesis, algún día volvería a la rutina de trabajo en la ciudad… y sin Michael.
 ¡No lo quería! No quería volver a eso.
 -Yo creo que tú en la civilización podrías tener un buen futuro en el modelaje- se me ocurrió comentar cuando nos echamos a descansar sobre un montón de paja.
 -¿Tú crees? A mí el modelaje no me llama la atención, además soy muy tímido para eso- resongó él.
 -Bueno, es que tienes potencial- traté de parecer lo más indiferente posible, tal vez me había delatado demasiado –Tienes un buen porte, eres alto, esbelto y muy sofisticado- me limité a decirle procurando que no sospechara que me parecía muy guapo. Pero eso bastó para que él se sonrojara –Y en este mundo hay que sacarle provecho a lo que se tiene, porque no importa de qué color seas, eso no te impediría hacer un buen dinero con el modelaje-
 Él se tomó muy a pecho lo que le dije, le gustó que yo notara que tenía potencial físicamente. Y yo en cierta forma me desahogaba al hacerle saber de alguna manera que me resultaba guapo. Nos quedamos en silencio por un rato, muy sonrientes los dos; él me había aclarado que yo no era fea y yo le dije que tenía buen cuerpo, o sea dos indirectas muy claras, estábamos progresando.
 -Me alegra mucho haber encontrado a alguien como yo –me confesó, ya había entre nosotros esa confianza que se da en gente que lleva años conociéndose. Definitivamente había algo especial entre nosotros.
 -A mí también – le dije yo un poco apenada, nunca me había abierto así con un hombre. En el fondo no sabía cómo comportarme, y él lo notaba, lo que me hacía sentir muy incómoda. Sin embargo él me ayudaba a sentirme más cómoda, para que yo me expresara como quisiera.
 Ya habíamos pasado mucho tiempo allí y sin darnos cuenta era ya de tarde. Enseguida él volvió a la realidad y me pareció notar que estaba un poco asustado.
 Recogí el saco con las cosas que me llevaba y sin más ni más salimos del granero. Cerró muy bien la puerta cuando salimos con un candado enorme.
 Sin embargo apenas cruzamos la esquina del granero y llegamos a la calle principal nos sorprendió un corro de viejos enorme, eran como veinte viejos que yo no tenía idea de dónde habían salido; apenas al mediodía el pueblo estaba vacío.
 Yo tenía razón, Michael estaba muy asustado.
 -¿Qué pasa?- solté yo mirando con recelo al corro de viejos.
 -Nada- respondió Michael con voz tranquila pero se había interpuesto enseguida entre los viejos y yo- No les hagas caso, son gente muy prejuiciosa- y me tomó del brazo para guiarme hacia atrás del granero otra vez. Aquel contacto hizo estragos en nosotros,  que apenas nos alejamos de los viejos él me soltó enseguida sonrojado, y caminamos apresuradamente por la parte de atrás de las casas.
 -No ven con buenos ojos nuestra amistad- decía Michael vigilando severamente las esquinas- Ya te he dicho de lo terriblemente racistas que son en pueblos primitivos como éste- me decía aunque el racismo no me encajaba en esta historia, Michael vivía allí ¿Se aguantaría el racismo es ese pueblo y no en la civilización. Y todo eso me era más que sospechoso.
 La angustia de Michael crecía, me llevó por el brazo por toda la calle tratando de llegar hasta donde la casa, pero por cualquier hueco por donde nos metíamos, nos encontrábamos con un viejo al acecho.
 Seguíamos por detrás de las casas abandonadas hasta que paramos en la capilla, de hecho, por detrás de la capilla. Allí se detuvo Michael y me tomó por los hombros.
 -Prométeme que te quedarás aquí- me miraba fijamente a los ojos, y la cercanía de su cuerpo me quitaba el miedo –Quédate aquí un momento y no vayas para allá. Yo ya vuelvo-
 Asentí y Michael fue a enfrentarse a los viejos; lo espié por detrás del muro derruído que separaba la parte de atrás de la capilla de la calle principal. Todavía no me había preocupado por ver lo que había detrás de la capilla.
 -¡Les prohíbo que se acerquen a ella!¿Entendido?¡Se los advierto!- dijo Michael con un carácter tan fuerte que me sorprendió. Y lo había visto antes amenazar a los viejos con solo una mirada. Era un hombre contradictorio- Aquí ya saben que no deben meterse conmigo-
 Lo veía todo a medias y de lejos. Yo parada a un costado de la pared de la capilla, escondida tras el muro y con un gran patio trasero a mis espaldas cubierto de niebla y árboles secos -al que no le presté atención- y Michael allá adelante frente a un gran grupo de viejos marchitos parados en medio de la calle.
 Los viejos se quedaron quietos por un momento, luego comenzaron a dispersarse torpemente y fue cuando por fin Michael regresó a mí notoriamente más tranquilo.
 -Michael ¿Qué pasa?- ya no debía seguir mintiéndome, le exigí una respuesta. Él suspiró.
 -No les gusta la idea de que yo tenga una amiga- se lamentó.
 -Entonces no es cuestión de racismo-
 -No, aquí no. Pero sé que en el lugar donde vivía mi amistad contigo, que eres blanca, me hubiera causado más problemas y discriminación de la que ya tenía- confesó.
 -Yo no puedo creer eso de que los morenos no puedan tener una amistad blanca- gruñí yo furiosa, pero después me di cuenta de que Michael se refería a la amistad de nosotros dos como algo más. Y así fue como nos olvidamos del tema de los viejos, Michael se quedó callado por su timidez. Él se refería a que sabían que él tenía especial interés en mí y el hecho de que yo pasara la noche en su casa resultaba más que sospechoso.
 Lo miré por un momento pero él evitó mi mirada.
 -Tú eres un hombre adulto e independiente. No veo por qué un montón de extraños se atreven a tratar de controlar tu vida-
 -Yo…-titubeaba él- Tengo tantas cosas que decirte –y su voz sonaba suplicante. Yo solo quería abrazarlo y darle mi apoyo, pero no podía.
 El saco con la comida ya me pesaba, nos habíamos quedado parados en medio del ruinoso jardín de la capilla. Luego él empezó a caminar hacia la vereda que daba a la entrada de la calle gótica donde estaba la mansión. Ya me aprendí el camino: Saliendo de la capilla por la derecha se encontraba la vereda que estaba rodeada de árboles altos y muchísimos arbustos secos, que era precisamente lo que la ocultaba de la vista desde la calle principal; uno agarraba esa vereda y atravesaba el oscuro y espeso bosquecillo y se salía a la calle gótica. Dos estatuas de ángeles anunciaban el inicio de la calle.
 Con semejantes pasadizos secretos me imaginé que aquel bosque debía de tener muchas más cosas que descubrir.
 Michael y yo caminamos sin rumbo por allí y no fuimos a la casa sino que él me llevó a lo que fue una vez un parque, o eso suponía yo, por que había un banco oxidado donde él se sentó.
 -Michael, puedes confiar en mí. Yo no te juzgaré y prefiero que seas honesto conmigo. Por favor, no me mientas, yo confío en ti- le hablé con todo mi corazón y él parecía dolido.
 -Yo pude haberte ayudado con el carro- me confesó, y yo estaba muy asustada, no soportaba la idea de decepcionarme de él.
 -¿Cómo? Ayer no podía pasármela el día entero buscando el carro, porque, eso, al menos hubiéramos tardado un día entero buscándolo- le dije sin sentirme traicionada.
 -Es cierto, pudimos haber estado el día entero buscando el carro, pero también pudimos encontrarlo en tres horas o menos- suspiró y luego prosiguió con decisión– la verdad es… la verdad es que yo no quería que lo encontraras. Eso era-
 Yo me quedé callada, pero no por la sorpresa, en cierta forma, podía identificarme con eso también.
 -Soy muy egoísta y lo lamento- me miró.
 Decirle algo era decirle que lo quería y que quería estar con él igualmente. Y yo no sabía cómo decirle eso.
 -Yo no tengo ningún apuro por irme – me encogí de hombros- Eres la mejor persona que he conocido. Te considero un amigo y yo nunca he tenido amigos así de verdad-
 Michael se conmovió con esas palabras pero aún así había algo en él que lo atormentaba.
 -Necesito confiar en alguien por lo que he hecho- susurró y yo me senté a su lado, estaba muy vulnerable y yo me dispuse a ayudarlo y apoyarlo así como él me había ayudado a mí.
 -Yo no creo que seas capaz de hacerle daño a nadie- le dije con cariño.
 -Yo no, pero…-Michael quería abrirse, me miraba honestamente pero cuando se disponía a continuar, sus negros ojos notaron algo justo detrás de mí.
 Y el nerviosismo perturbó la calma que había entre los dos. Se paró del banco como un resorte y yo volteé enseguida hacia donde él había visto. Atrás de nosotros empezaba un tupido bosque que era en realidad el mismo que habíamos cruzado para llegar a la calle gótica, lo que pasaba era que entre las ramas se asomaban los rostros cetrinos y fríos de los viejos del pueblo, allí espiándonos. Y era aterrador, no sabía por qué, pero lo era.

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