"Thriller Night" Página Completa

Capítulo I
 Debí haber arreglado el carro cuando salí, pero no lo hice, y ahora andaba pistoneando y dando tumbos por aquella carretera oscura a media noche, porque para colmo, un accidente en la autopista había retrasado mi viaje tres horas.
 Desde hacía una hora que no veía ni un carro y mucho menos personas.
 ¿Dónde me encontraba? No reconocía en lo absoluto el siniestro bosque por donde iba, con sus interminables filas de abedules, todo frío y oscuro como salido de un cuento de terror.
 Trataba de calmarme pensando en que pronto hallaría un pueblo, pues tenía que haberlo, algún mapa, algún letrero, aquel desvío infortunado que hice más atrás debía de llegar a algún lugar. Si, esto era lo último que me faltaba, que ahora me encontrara perdida en medio de un bosque a media noche; ya de por sí me sentía bastante mal, era una fracasada, había renunciado al trabajo, todo el mundo me había dado la espalda, no sirvió para nada la reparación que le hice al carro que de paso me costó todos mis ahorros y debía mandarlo a arreglar otra vez… Había dado todo por ese viaje que ahora estaba resultando en un callejón sin salida en las profundidades de un frío y tenebroso bosque desconocido.
 El reloj del carro, mi viejo Ford Thunderbird gris del 74, marcaba las 12:30 am y no había ninguna señal en la radio. Lo que acrecentó la sensación de que estaba completamente sola en el mundo.
 Afortunadamente, si se podía decir eso, no había rastros de lluvia, la noche era clara y la luna brillaba sobre la copa de los árboles. Olía a pino fresco, aunque no veía ningún pino sino inmensos abedules marchitos con raquíticas ramas que a veces llegaban a cubrir todo el  cielo de la carretera, como si fueran garras acechando alguna incauta presa.
 Seguramente los pinos estaban detrás de las filas de árboles que bordeaban la carretera, pensé distraídamente, pinos y, de paso, muchas otras cosas, como fieras hambrientas.  Incluso creería posible que hubiera gigantes, trols o el mismo pie grande viviendo por allá atrás.
 Mi carro ronroneaba y las luces eran lo único que esparcía algo de claridad al camino silente. Iba bastante mal, sin potencia el viejo Thunderbird, un carro tan bueno pero que no había forma de que me lo arreglaran bien. Era lamentable. Había gastado una fortuna en él para nada, para volver a pagar más reparaciones o para quedarme allí varada en la peor situación.
 Estaba asustada y ¿Cuándo se iba a terminar aquella carretera abandonada? Todas las historias de fantasmas se me vinieron a la mente, la novia de la carretera, las almas en pena, la mula maniá. ¡Oh! es que si veía algo o a alguien por ahí solo pisaría el acelerador como una loca.
 Tampoco me ayudaría eso en nada, mi carro no daba más, corcoveó hasta que finalmente se fue parando poco a poco, que apenas alcancé a bordearlo para  apartarlo del camino. Y allí me quedé, a la sombra de un gran árbol cuya forma me pareció grotesca y atemorizante. Aquel árbol me daba muy mala impresión, parecía un gigante jorobado y si alguien me decía que en otros tiempos estaba vivo, y que por una maldición había quedado petrificado así tal como se veía ahora…lo hubiera creído.
 Que soledad, y ahora que ni el ronroneo de mi automóvil sonaba, el silencio golpeó mis oídos porque no chillaba ni un grillo. La zona era montañosa pero aún no podía imaginar en qué parte del estado podía estar un bosque alto e inhóspito, donde el aliento se marcaba como vaporones de humo. Ahora si era verdad que no tenía idea de lo que haría, solté el volante impotente y me recosté del asiento abatida.
 Pero no podía quedarme allí esperando por mucho tiempo.
 Eché un vistazo en general, de extremo a extremo,  lo que abarcaba un poco la claridad, y no se veía ni un insecto; y yo ni loca me pondría a caminar por esa carretera negra sin saber  quién o qué cosa podía aparecerse por allí. Sin embargo quedarme en el carro tampoco era un panorama muy seductor y, desgraciadamente, era demasiado temprano para amanecer. Si acaso serían como la una apenas. Ni modo.
 Este año 1985 ya me tenía al borde, en serio. El reloj del carro marcaba la una y veinte cuando un espantoso sonido me hizo saltar el corazón: esto no podía ser peor, lobos. ¿Y es que había sido acaso un lobo lo que aulló tan horriblemente hacía un momento? Mi mente decidió pensar que fue un simple lobo, el más extraño y sobrenatural de todos.
 Las luces del carro parpadeaban entre la neblina y yo seguía a la sombra del grotesco árbol observando la carretera. No iba a quedarme allí mucho tiempo, no lo aguantaría, pero la vocecilla de mi conciencia me repetía que si sabiendo que había lobos allá afuera me iba a arriesgar a  salir del auto para irme caminando a buscar algún sitio habitado, estaba prácticamente entregándome a sus fauces. Pero yo creo que prefería los lobos a que algo me encontrara ahí sola e indefensa.
 Un amargo sentimiento no me dejaba en paz, pero estaba segura que no quería quedarme allí esperando que me encontrara cualquier bicho raro.
 Y ya habían pasado las dos cuando distinguí al fin algo en la carretera, me esforcé para ver mejor pero era difícil, sin embargo al poco tiempo se dibujó una figura humana al borde de la carretera y el eco de sus pasos llegaba tenuemente hasta mi carro. Me quedé sentada en silencio segura de que una persona venía a lo lejos, ahora la veía entre la neblina y, que extraño, en vez de sentirme aliviada lo que hice fue inquietarme más.
 Se acercaba y pude ver que caminaba defectuosamente, renqueaba, como un cojo, y era un hombre pues cada vez lo distinguía mejor, y cada vez me gustaba menos su figura.
 La verdad es que la visión me llenó de terror, hubiera preferido quedarme sola encerrada en el carro hasta el amanecer. Pero ya no podía ser así, se acercaba un hombre horrible por la carretera directo hacia donde yo estaba, y mi inquietud me hizo pensar en la posibilidad de marcharme sin que me viera.
 Y si la figura desgarbada del desconocido ya me asustaba eso era porque aún no había notado que llevaba algo colgado de una mano, así que cuando distinguí la silueta de un hacha bamboleándose a un costado de su cuerpo, me nacieron alas en los pies para salir de allí.
 Me deslicé como una gata hacia la puerta del copiloto, no sin dejar de mirar hacia la carretera para asegurarme que el tipo aún estaba lejos, me latía el corazón fuertemente y los pasos retumbaban cada vez más fuertes. Así logré salir a hurtadillas por el lado del co-piloto agarrando todas mis cosas y lamentando que no tenía en el carro algo que me pudiera servir de arma, solo mi cartera. A rastras llegué hasta detrás del árbol con forma de trol y que me quedé estática allí oculta.
 Afortunadamente hacía mi viaje con ropa sport, lo que significaba que andaba con unos buenos jeans y zapatos de goma, lo que agradecí mucho. Nunca pensé que terminaría en pleno monte a media noche y huyendo de un jorobado con un hacha.
 Esperé tras el árbol con el corazón acelerado, oyendo como se acercaban esos pasos hasta mi carro, quería vigilar al tipo así que me asomé por un lado y distinguí al hombre llegando a mi automóvil, hacha en mano, y empezar a husmear con curiosidad a ver si encontraba algo. Lo quería lejos de mi Thunderbird, pero mejor era que el tipo se distrajera husmeando el carro y que no me descubriera a mí…
 Dios, al verlo rogaba por que se fuera y nunca supiera de mí, era horrible y extraño aquel jorobado y se le notaban las malas intenciones a flor de piel. Por supuesto que el tipo debía de sospechar que yo andaba por ahí cerca, que ingenuidad creer que no, pero yo no podía moverme, porque tan solo un ruido y el hombre me descubriría. Yo no estaba muy lejos y se podía oír lo que hacíamos, porque la noche intensifica los sonidos, y él estaba oliendo… sí, olía mi auto como un perro. No me atrevía ni a respirar.
 Entonces, por un momento la luna iluminó al hombre, y el hombre alzó el rostro, y yo, a mis ocho metros de distancia, le vi el rostro con más claridad: horror, no era un hombre, era una cosa con una cara poco humana.
 Me quedé paralizada detrás del árbol, ahora sí estaba aterrada. Dios, es que podía oír sus balbuceos que eran como los de una bestia embrutecida, incapaz de hablar.
 El jorobado husmeaba el carro con curiosidad, llevando el hacha colgando a un costado. Incluso lo vi comerse algo que encontró dentro de mi carro ¿Acaso comía insectos el individuo? Yo definitivamente me encontraba en la maldita dimensión desconocida, solo deseaba que el tipo se fuera y no volviera más ¿Y acaso eso me mostraba una salida? No, pero prefería andar perdida por un bosque sola que con un maniático rastreándome como un sabueso a su presa.
 Nada, no titubeé más, huí de allí escurriéndome entre los matorrales por detrás del árbol, como una serpiente sin hacer el menor ruido y no me detuve a mirar siquiera, sin echar un vistazo sobre el hombro todavía.
 Que locura más grande, me internaba en el bosque negro como un mapache salvaje en plena madrugada, donde posiblemente me encontraría con una manada de lobos, como los de esa nueva película que vi hace poco en el cine, “Compañía de lobos” ¡Oh, que lejos se veía la civilización en aquel momento, como si fuera un sueño! La ciudad llena de punks con sus enormes equipos de sonido sonando a Madonna o The Police a todo volumen, molestando a la gente que pasaba bajo las luces de neón de los nightclubs.
 Lloré al recordar eso y verme ahora sola y perdida en un bosque frío y tenebroso, sin mi carro, y con un horrible tipo rastreando mis pasos.



Capítulo II

 Caminé y caminé y con cada crujido de una rama apresuraba mi paso temiendo que el jorobado estuviera allí mirándome detrás de un árbol.
 Recordé a mi amiga Emilia que me había llamado la noche anterior a mi partida, por lo de mi renuncia al trabajo. Era la única persona que me llamaba, de hecho, y yo rechacé su invitación a cenar en el McDonald´s esa noche. Había perdido la oportunidad de salir por última vez con un amigo antes de venir a morirme en un bosque olvidado.
 ¿Serían ahora las tres, o las cuatro? No sabía, el reloj donde veía la hora era el del carro, pero la luna aún brillaba alto, por lo tanto la noche estaba finita. Desgraciadamente.
 Finalmente algo inusual encontré en mi deambular, era un camino, viejo y olvidado pero un camino, y los caminos llevaban a alguna civilización, así que esperanzados, mis pies palparon la superficie y ya no había más monte ni tierra. Comencé a seguirlo con renovadas fuerzas, sonando mis zapatos de goma solitariamente contra la piedra.
 Nuevamente me acordé del jorobado y mi temor seguía allí latente, no dejaba de mirar por encima del hombro y no sé qué era peor, si eso o caminar sin mirar hacia la oscuridad. No se oía nada excepto yo, y los matojos que pisaba al andar, moviéndome con paso silente y muy cautelosamente en las penumbras. Y en mi visión sólo mi aliento flotando en el aire por el frío aparecía.
 No muy lejos se oyó al fin el lamento de un búho que sonó espantoso.
  Que noche más extraña, la realidad me parecía algo del pasado, tal como si no hubiera existido; yo solo quería llegar a donde me llevaba el camino, y encontrar algún pueblo, negocio, gasolinera, algún teléfono o taller donde pudieran venir a repararme el carro y largarme de allí a casa. Eso lo deseaba tanto.
 Mi casa, ahora me parecía un palacio, mi trabajo, al que renuncié, una maravilla, y la gente que me despreciaba, un amor.
 En fin, no sé cuanto tiempo estuve siguiendo el camino, solo a un metro veía interminables filas de árboles y maleza. Hasta que al fin llegué y lo que vi no me hizo sentir mejor: encontré un arco de madera que cruzaba el camino con un letrero colgando que a la tenue luz de la luna apenas se podía leer. También abandonado, por supuesto, yo sería la primera persona en andar por ahí en décadas. El triste letrero rezaba las palabras: “Hueco de lobo”. Pero eso no fue lo que me dio escalofríos: del letrero colgaban unos huesos y yo deseé nunca haber tenido un carro y nunca haber hecho ese viaje.
 No pude mirar eso más porque la idea del jorobado persiguiéndome volvió a asaltarme y a poner nuevas alas a mis pies, así que me armé de valor y crucé el arco con paso apurado hasta que la vegetación al fin cesaba y comencé a ver signos de actividad humana, como trozos de madera y llantas viejas tiradas por allí. Brujos, santeros, pueblerinos supersticiosos, eso pensaba que había en “Hueco de lobo”.
 De pronto salí del bosque y me encontré con las siluetas de unas casas oscuras que se dibujaban a lo lejos, bajo la luz de la luna. Casas de madera ruinosas y antiguas, muy campesinas. Al menos era un pueblo, aunque no se veía ni una sola lucecilla en ningún lugar. Las corrientes frías me pusieron los pelos de punta y el espantoso aullido que había oído cuando estaba en el carro me hizo recordar que debía terminar de salir de aquel bosque y buscar refugio, así fuera en la casa de algún brujo que bebía sangre de animales.
 Crucé una granja por lo que podía ver, que no era mucho, pero donde no había ni un solo animal. Las casas obviamente estaban vacías, sin embargo más adelante parecía que al fin había algo de vida, en la zona central del pueblo. Pasé por entre unas casas y fui a parar a la calle principal, a donde salí caminando torpemente.
 Al menos tenía mis cosas, indentificación, algo de dinero en mi cartera y eso.
 La primera gente que vi fueron unos tres hombres que deambulaban todavía a esas horas por la polvorienta calle y que al notarme se quedaron mirándome fijamente como si yo fuera algo extraordinario; no podía ser más peligrosa la situación para mí encontrarme así de sola y extraviada en un pueblo fantasma. Pero no podía hacer más nada que resignarme a mi suerte.
 Caballerizas, corrales, casas de madera de apenas un solo piso, muy campesino el lugar, como si viviera en el siglo XIX todavía.
 -Buenas noches- me sorprendí dirigiéndome hacia uno de la campesinos que encontré en el camino-¿Podría decirme dónde puedo conseguir un teléfono?-
 -¿Teléfono?- balbuceó el viejo con lentitud y apenas podía verlo pues estaba en sombras-Hum… me temo, niña, que aquí no tenemos de esas cosas-
 La gente parecía embrutecida por la vida de campo, pero lo que me dijo el viejo me tumbó el alma a los pies. Que espanto, me sonrió con malicia y todo. Odiaba tener que tratar con esa gente, me daban miedo, todo me daba miedo.
 Perpleja ante la noticia de no conseguir un teléfono, permanecí petrificada en medio de la calle polvorienta y mi mente ya no daba para más. Simplemente no reaccionaba.
 Adelante había lo que parecía ser una capilla con su cruz elevada al cielo, y un prospecto de refugio para mí, así que corrí hasta allá sin pensarlo.
 Para variar, estaba abandonado el antiguo recinto; capilla había sido una vez, con su altar y bancos, ahora todos allí arrinconados y rotos. Agotada me derrumbé sobre una banca a la esquina de la puerta, deseando que nadie más entrara a la capilla y pudiera en paz esperar el ansiado amanecer allí oculta.

Capítulo III

 La neblina matutina entró al recinto con una claridad espectral, y yo embobada había permanecido en mi banco toda la noche. Ahora el amanecer había traído luz y una nueva esperanza para mí.
 El pueblo al amanecer estaba cubierto de bruma húmeda y se veía uno que otro campesino deambulando por ahí. Salí de la iglesia dando tumbos, producto de un descanso incómodo, y ahora solo me quedaba buscar algún negocio abierto, si es que lo había, y ver si alguien por aquí al menos sabía mecánica y se dignaba a ayudarme con el carro… ya que no había un teléfono.
 Pero esa desagradable sensación de andar caminando por un lugar muerto no me dejaba en paz en ningún momento.
 Atravesé la calle principal otra vez a la luz del amanecer y el día no traía nada diferente a la noche, todo lo contrario, ahora veía mejor aquello que ya había percibido la noche anterior y que nada fue una ilusión nocturna. Casas tristes que hacía tal vez cincuenta años que no restauraban, solas, y la poca gente que se veía…todos ancianos marchitos haciendo nada, vagando sin rumbo y sin esperanza.
 “Hueco de lobo” rezaban los letreros semi borrados de negocios cerrados hacía ya tiempo, y la neblina era tan espesa que parecía que andaba entre nubes.
 Al menos nadie parecía tener ningún interés en mí.
 Sin embargo y allá al fondo de la calle que daba hacia la salida del pueblo distinguí algo, eran figuras oscuras que se adentraban en un local con un enorme letrero. Varias figuras. Lo que me hizo pensar que había algo abierto y a mí el hambre ya me atormentaba.
 Caminé automáticamente hacia allá como una figura oscura más en la blanca neblina y a medida que me acercaba podía leer el letrero con más claridad “Hueco de Lobo´s Pub”. Si es que podía llamar vida a lo que había en “Hueco de Lobo”, eso se veía en el pequeño pub.
 Cuando crucé las puertas del local no solo vi que era la única mujer, tal vez de todo el pueblo también, sino que la única persona joven y vestida a una usanza más moderna que de los 50s. Polvoriento, descuidado y olvidado como todo el pueblo era aquel pequeño pub.
  Horrendos animales disecados decoraban las paredes y solo seis personas, tan viejas y disecadas como los animales de las paredes, estaban acomodadas salteadamente en las mesas. Y a penas llegué todos voltearon a mirarme como algo extraordinario, lo que me hizo sentir aún más desubicada que antes.
 Pensaba “¿Por qué tendría yo que tener tanto miedo si yo sola era más fuerte que todos aquellos viejos?”, pero aquello de nada me servía, el temor estaba siempre ahí latente.
 Tratando de aparentar normalidad me acerqué al mostrador donde un viejo de gran barba atendía y me observaba fijamente.
 -Disculpe ¿no tendrá un teléfono?- me atreví a preguntar, obviamente sin recibir respuesta, lo cual ignoré y proseguí como si nada -¿Me puede dar un café por favor?-
 Y gracias a Dios que café si tenían, el viejo reaccionó con lentitud y fue a preparármelo; pediría dos cafés. Eso me animó un poco. Curioso, pero noté que nadie en el pub estaba comiendo ni bebiendo nada.
 -Es un centavo- carraspeó el tabernero un rato después. Me dije que hacía más de treinta años que los precios de las cosas se habían congelado en aquel pueblo, yo tenía veinticinco años ya y nunca había visto que algo costara un centavo. Ni siquiera tenía monedas sino un billete de $5 de casualidad, me compraría dos cafés y un trozo de pastel si tenía la suerte de que hubiera.
 Afortunadamente el encargado no me chistó más, al rato y de mala gana me sirvió el desayuno el cual devoré con avidez. Pensé que el pastel estaría viejo y que el café rancio, pero no, todo estaba recién hecho y contando el tiempo que esperé a que me sirvieran…me atrevería a decir que todo fue hecho al momento solo para mí.
 Me recuperé un poco al recibir mi estómago algo de comida, renovando las fuerzas.  Pero el local por nada agarraba un poco del calor del día, ni el bosque tampoco; la neblina cubría todo y había tal oscuridad que velas encendidas con llamas danzantes todavía iluminaban los rincones del pub.
 Estaban las mismas seis personas en sus mesas, adormiladas y aburridas, y yo seguía preguntándome qué hacer ¿Viviría en ese pueblo el jorobado del hacha? Tan solo la idea de encontrármelo allí hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.
 Y bonita facha la que tenía yo, para variar, ropa sucia y enlodada, sin peinarme, demacrada, cansada que con toda razón la gente me miraba de esa manera.
 Y tal vez ya no eran seis las personas que había en el pub, ahora me pareció captar una sombra más cuando por casualidad paseé la mirada alrededor, y la luz de una vela iluminó de pasada una séptima figura que se encontraba a la sombra de una ventana. Sería el polvo tal vez, el humo del ambiente encerrado lo que me nublaba la vista y me hacía ver personas en donde solo había sombras. Pero volteé enseguida y enfoqué mis cansados ojos al rincón tras la vela de la ventana y sí, allí había alguien, una séptima persona que no había notado antes.
 Regresé mi atención al pastel como si no hubiera visto nada.
 Pero no pasó mucho rato desde que sentí esa presencia, para darme cuenta de que me estaba observando fijamente desde su rincón, forzándome a mirar al extraño otra vez con más atención, dejando de fingir que no lo había notado.
 Y que sorpresa, esperaba ver a otro viejo marchito pero en cambio me encontré con que era joven, ahora lo veía mejor gracias a la vela y el resplandor que entraba por la ventana, y por alguna razón ese hecho me quitó un peso de encima.
 Continué comiendo en medio de contradictorios sentimientos hacia alguien a quien no le había visto el rostro, pero que me inspiraba tranquilidad, como si supiera que era diferente a todo ser viviente en el pueblo -y además alguien amable- pero que no dejaba de mirarme fijamente, como si me estuviera llamando con eso.
 El tiempo transcurrió y yo ya no tenía más nada que hacer allí, había terminado hace rato y solo permanecía en mi mesa pensativa e insegura.
 Si se puede decir, el día aclaró, pero no era mucho, y cuando pude ver bien al joven del rincón mi corazón se estremeció pues era hermoso, de rostro gentil, grande ojos negros y piel morena. Toda una rareza sin duda en un lugar frío de gente vieja y piel cetrina.
 Ese joven irradiaba energía vestido como estaba, por lo que pude ver, con una chaqueta roja sport.
 ¿Estaría a salvo?¿Me ayudaría él? No sabía cómo entrarle, le tenía miedo a todos y no podía saber si podía confiar en el extraño junto a la ventana.
 Como si nada, me dispuse a irme esperando que él hiciera algo, y no me equivoqué, el joven se paró igualmente, iba a dirigirse a mí sin duda alguna y yo no titubearía en pedirle ayuda, debía hacerlo por supervivencia.
 -Disculpa ¿Por casualidad conoces a algún mecánico por aquí?- le pregunté torpemente cuando pasó a mi lado. El joven se había acercado a mí efectivamente pero su intensión era irse del pub y no hablar conmigo –Es que tengo el carro dañado y necesito viajar- me excusaba sintiéndome como una tonta.
 Y no tenía por qué, el joven muy amablemente me prestó atención, preocupado por mi situación. Definitivamente me dio mucha confianza.
 -No creo que haya mecánicos por aquí, señorita- lamentaba- Sabe, este pueblo está… quedado en el tiempo, digamos- añadió mientras miraba a la gente del bar tal como lo hacía yo. Este joven era como yo, de la civilización, no como los demás.
 Y mientras más lo veía, más raro pero fascinante me parecía, era muy masculino pero de rostro delicado, casi andrógino… me gustó demasiado. Tal vez era una reacción psicológica, esa de gustarme al primer  hombre normal que veía después de una noche de horror. El me dio un poco de luz y era extraño eso, pero sí, me dio un poco de luz.
 -¿Qué personas son éstas? O sea, no hay mecánicos, teléfonos…no hay ni animales ¿En que trabajan?- me aventuré a indagar.
 Noté el cambio en su expresión, una sombra le cruzó los ojos pero estaba muy dispuesto a hablar de eso.
 -La gente por aquí es rara- bajó la voz porque permanecíamos junto a la barra donde el tabernero nos miraba atentamente- Pero no te preocupes- dijo notando mi preocupación y luego alzó la voz- Aquí nadie se va a entrometer- y al decir esto me di cuenta de algo que me dio curiosidad. El joven miró a cada uno de los presentes, incluyendo al encargado, y enseguida cada uno continuó con sus quehaceres como si nosotros no existiéramos. Fue como si el joven les hubiera dado una orden.

Capítulo IV

 Salimos del pub y no parecía ser de mañana, el cielo estaba gris y el bosque lleno de neblina, y hacía frío igual.
 -Me llamo Michael, por cierto- se presentó el joven con gracia y educación y yo hice igual y nos dimos la mano cortésmente- Llévame donde tu carro a ver qué puedo hacer-
 Y así salimos al bosque atravesando la calle en el sentido contrario por donde llegué anoche, y yo me animé mucho por que la idea de no volver al pueblo hizo que el alma me volviera al cuerpo.
 -Es un largo camino. Dejé el carro en la carretera pero no tengo idea dónde- iba explicándole y mi aliento se veía como fino humo blanco.
 -Vamos, tenemos mucho por hablar- el  sonreía tranquilo.
 El bosque ya no lucía aterrador, pero sí muy triste; no había pájaros, solo animales extraños y sombras.
 -¿Por qué se llama esto “Hueco de Lobo”?- pregunté indiferente.
 -Creo que por una extraña leyenda- lo noté evasivo por primera vez- No lo sé- se encogió de hombros. Nuestros pasos crujían sobre la grama seca y la paja del camino, intensificados por el silencio profundo.
 -Que triste es todo esto- suspiré.
 No fue muy largo el trayecto hasta encontrar la carretera, que no era por cierto la misma que vi anoche -¿Por qué nadie viene por aquí?-
 -No lo sé- observaba- Tal vez esto es demasiado lejos y perdido en el mapa- y yo le di la razón, ni siquiera sabía cómo pude yo perderme de tal manera como para llegar a lugar semejante.
 -Entonces, el accidente te desvió-
 -Sí, hubo un accidente en la carretera y yo, desesperada por el retraso, me desvié buscando un atajo y el invento me trajo hasta acá- pateé una piedra con frustración pensando en eso.
 -Me gustó conocerte, eres la primera persona interesante en aparecerse por aquí en mucho tiempo- me dijo con un hermoso gesto y yo ya estaba sintiendo algo por él inevitablemente, había llegado en una hora aciaga y era demasiado atento conmigo –No te imaginas cuánto-
 Aquel hombre era como un niño, a pesar de tener mi misma edad, pero a la vez hacía gala de una sensualidad muy natural y espontánea, digna de alguien muy educado. Estaba contenta y mis problemas parecían haberse solucionado, ya me veía junto al carro y él arreglándole unos cables y ya.
 Pero no tenía idea de lo que me esperaba.
 Caminamos y caminamos, la noche pasada yo calculé que había caminado como tres horas por el bosque, y a lo mejor caminando por aquella carretera llevaría un día entero encontrar el carro.
 -Ufff, yo creo que mejor nos devolvemos- le dije a Michael cansada- No creo que por este camino encontremos el carro. En serio, no tengo idea de dónde lo dejé, tuve que escapar…-
 -¿Qué?¿Alguien te atacó?-
 -No, bueno, en realidad no- contesté y luego le conté sobre el jorobado- Es que me asusté mucho, tal vez exageré-
 -Ni se te ocurra acercarte a ese tipo- me dijo Michael muy serio- Mejor que te fuiste. Si lo vuelves a  ver ¡No te acerques!-
 Su advertencia me asustó. Por un momento creí que todo mi terror fue exageración mía, pero ya veo que no.
 -Me parece que anoche vine por aquella parte del bosque, caí donde una granja- le señalaba a Michael hacia el lado opuesto del pueblo –Pero no puedo decir de qué lado del bosque vine ni nada-
 -La carretera bordea todo el pueblo ¿No recuerdas nada específico?- indagaba él.
 -En el bosque encontré un viejo camino de piedra semi oculto, era como de adoquines. De hecho fue gracias a ese camino que pude llegar a Hueco de Lobo. Había un arco de madera. Pero parecía que nadie hubiera usado ese camino nunca- le explicaba mientras seguía caminando haciendo ecos entre los árboles secos y retorcidos.
 -Ése es el camino medieval, y tienes razón, hace muchos años que dejó de usarse. Y eso tampoco ayuda en nada a ubicar tu automóvil- suspiró él.
 -¿Qué hora es? Este día no parece aclarar- comenté ya cansada.
 Hice una pausa porque ya no podía seguir caminando, y tenía mucha sed.
 -Es una montaña muy nublada y fría, difícilmente llega el sol por aquí- nos detuvimos y yo encontré una roca, a un lado del camino, donde sentarme.
 -No puedo seguir, Michael- jadeé y él se sentó al lado mío, en la misma roca.
 -Me gustan estos bosques ¿Sabes? Podrán parecer muy intimidantes, sobre todo de noche, pero aquí encontré la paz- paseó su mirada por las copas de los árboles y habían unos pinos muy altos por donde se deslizaba la niebla –La civilización muchas veces destruye los sueños de la gente ¿No te parece?- y me miró afablemente, parecía un joven muy espiritual.
 -No lo puedo negar…yo no andaba muy bien que digamos antes de llegar aquí- la verdad tenía deseos de desahogarme con él- Estaba muy sola. Estoy muy sola, Michael-
 -Yo también- y una sombra de tristeza cruzó sus dulces ojos y un animal chilló lastimeramente bosque adentro.
 -¿Aquí hay lobos?- me acordé de inmediato del horrendo aullido de anoche, me asusté y se rompió la magia del momento, volviendo a la realidad de mi temor hacia el bosque. Me pareció ver un gesto extraño cruzarse por el gentil rostro de Michael cuando pregunté eso.
 -¿Lobos?¿Tú…viste algo anoche?- me preguntó mirando al piso con indiferencia.
 -No, de eso no, solo al hombre del hacha- dije fijando mi vista en los misteriosos árboles y  estudiando la manera en que el viento mecía sus ramas.
 -No lo creo, yo no he visto lobos por aquí. Pero deben de haber muchas fieras salvajes-
 - Y tú ¿Hace mucho que vives aquí?- Mi mayor interés no eran los lobos ni las fieras, con Michael conmigo no sentía tanto miedo por eso.
 -No mucho, estoy aquí desde el 82. Llegué tal como tú llegaste, mi viejo Civic se me quedó accidentado. Deben ser las subidas de estas montañas que son muy fuertes para los carros viejos-
 -La historia con mi Thunderbird es distinta, está en buen estado y es un carro potente, lo que pasa es que tenía que entonarle el carburador y lo llevé a un maldito taller y allá resultó que me lo echaron a perder, y me cobraron una fortuna para que quedara peor- le contaba yo.
 -Civilización- resopló Michael meneando la cabeza –Eso no lo extraño-
 -Tenía que volver a llevarlo al taller y reclamar pero no tuve tiempo y creí que no serviría de mucho- me encogí de hombros cansadamente.
 -Te dirían que tiene otra cosa y te cobraría una reparación nueva- Michael se conocía el cuento muy bien.
 -Exacto- sonreí y él también.
 -Mi viejo Civic está ahora tirado como chatarra junto a la granja que viste anoche. Te lo puedo mostrar si pasamos por allí. Creo que las gallinas lo hicieron su hogar- bromeó y yo me reí igual. Los dos nos relajamos y el viento frío ya no nos hacía tiritar.
 -Y…¿Alguien especial que podría estar preocupado por ti?- preguntó al fin y me extrañó que lo hiciera, porque ya le había dicho que estaba sola. Quería respuestas con más detalles, obviamente.
 -No,  no estoy casada y no tengo novio- aclaré encogiéndome de hombros otra vez  e ignorando la blanca bruma que golpeaba mi rostro en ese momento, sin embargo me estremecí, y no fue el viento- Tengo hambre y frío, y estoy sucia…- cambié de tema.
 -Ven conmigo, te puedo dar algo- y me invitó a regresar al pueblo. Curioso, pero me sentía como si tuviera un novio. Me hubiera parecido una soberana bobería si estuviéramos en la ciudad, pero allí en ese bosque lo básico me calentaba el espíritu- ¿Y que tal tu vida en la civilización?- se levantó de la roca para emprender el camino de regreso.
 -Mala- le confesé, ya no tenía interés en callarme o fingir que mi vida iba bien- No he tenido muy buena suerte en esta vida-
 -Bueno, no quiero ser entrometido, pero es que no he tenido más compañía en tres años que los viejos del pueblo- comentó su melodiosa voz –Este retiro ya me estaba cansando en serio, a esos viejos no les gusta hablar-
 -No te estás entrometiendo. Me siento mal y necesito hablar con alguien y no tengo a nadie en quien confiar-
 -Puedes confiar en mí. Cuando yo pasaba por aquí hace tres años, venía de fracasar rotundamente en la vida. Estuve desde los dieciocho años estudiando en la universidad, pasé por tres carreras y en ninguna me fue bien. No tenía ni una pulla ni a nadie- e hizo una pausa, le costaba decirme lo siguiente- Soy huérfano desde los quince años-
 -Michael, lo siento. A mí mis padres me echaron de la casa apenas cumplí los dieciocho, ya no iban a seguir manteniendo a una inútil. Desde entonces ando dando tumbos- comencé a patear piedritas del camino.
 -Ese trato es imperdonable, no tenían por qué comportarse así con una hija- se molestó él ante aquello- A veces la misma familia no nos conoce. De todas las personas que he conocido tú tienes un aura de honestidad y de valores que casi nadie tiene hoy en día- me decía él de corazón- Esta década comenzó demasiado alocada para mi gusto- Michael caminaba con la mirada perdida en el bosque con sus blancos jirones de niebla –Eso sin contar que yo también sufrí por mi timidez, en el colegio, en la universidad se burlaban de mí y abusaban de mí por ser diferente. Me llamaban gay también-
 Estaba asombrada de los mucho que congeniábamos, me hubiera encantado encontrarme con Michael antes, nos hubiera ido mejor a los dos con esta amistad.
 -Yo no culpo del todo a mis padres, somos demasiado diferentes, simplemente no podían entender mi forma de ser y de pensar. Ni yo misma me entiendo- respiré hondo- De mí también se han burlado, como esos tipos del taller, me ven cara de tonta y trataron de estafarme-
 -Si, pero llega un momento en que ya no más- Michael se detuvo y me miró – De mí ya no abusan más ni me llaman gay. No más- afirmó y en su mirada había una gravedad inusual.
 Nos miramos por un rato, y yo a veces me sentía un poco incómoda, porque cuando él me miraba así, lo hacía con la intensidad de alguien que está realmente interesado en uno. Y a mí irremediablemente me gustaba aquel hombre tan dulce y misterioso, que estaba dispuesto a apoyarme… así que, sí, creo que me estaba enamorando.
 Regresamos al pueblo tenebroso y yo en cierta forma me sentí decepcionada porque por un momento me imaginé regresando a casa en mi Thunderbird y dejando atrás ese lugar para siempre, pero ahora estaba él y dejar el pueblo atrás significaba también dejarlo a él. Me encontré en un enorme dilema emocional. Sin embargo cuando me acercaba al pueblo otra vez tuve la sensación de que más nunca saldría de allí.
 -¿No te da miedo vivir aquí solo? Es que, sinceramente, es tenebroso- ya llegábamos y me imaginaba que Michael me llevaría a lo que yo suponía era su casa, y no prestaba atención por dónde iba.
 -Estaba peor en la ciudad, créeme- me dijo alegremente.
 Cruzamos hacia una calle que se abría lateralmente y que no había visto antes, y al final de esta estaba una casa de dos pisos y un ático construida detrás de un pequeño jardín. No había visto esa casa antes, tal vez porque la noche y la niebla me impidió ver en realidad todo. Sin duda aquella casa debió pertenecer a alguien importante del pueblo, aún conservaba algo de majestuosidad…de una manera retorcida, pero tenía algo de majestuosidad.
 Por supuesto que todos los árboles de la calle y el jardín frontal de la mansión estaban secos y marchitos. La casa era relativamente pequeña, pero tal como dije antes, debió ser una mansión muy elegante una vez.
 -Aquí uno no vive para trabajar- Michael pasaba por delante de  unas estatuas olvidadas, y llenas de musgo, que una vez adornaron la calle que iba a la mansión –Hago lo que quiero y me valgo por mí mismo, nadie es dueño de mi tiempo ni de mí- y ya cruzábamos las cercas que daban paso al jardín frontal de la mansión.
 -Entiendo lo que dices- me detuve a ver calle abajo- Se siente una gran paz- La verdad era que la diferencia entre esa calle y el pueblo era muy grande. El pueblo era netamente campesino y esta parte en cambio tenía cierto toque gótico. Me gustaba mucho más esta parte –Esta parte es más nueva ¿Verdad?- pensé en voz alta.
 -Lo dices por la diferencia con el pueblo montañés ¿Verdad?- adivinó él.
 -Es extraño- asentí.
 -No tengo idea, esto se remonta a siglos pasados. La casa tan solo tiene doscientos años, el pueblo tiene aún mucho más. Yo supongo que esta calle fue construida tiempo después y por gente rica- dijo abriendo la puerta de entrada que chirrió a todo gañote, y yo me preguntaba por qué yo nunca había oído nada de Hueco de Lobo antes- Aquí vivo yo-
 -Me gusta, creo que ya veo por qué te agrada vivir aquí- dije fascinada, aunque esa fascinación sólo se debía a que estaba acompañada por Michael; de estar yo sola allí saldría corriendo de aquella casa, de aquella calle, de todo el pueblo.
 -Te puedo dar una camisa y un pantalón limpios si te quieres cambiar, hay baños y comida- y eso me sonó a paraíso- Eres mi huésped ¿Aceptas mi invitación?- y sonó como todo un maestro de ceremonias con un toque juguetón, Michael era muy educado.
 -Encantada- accedí  yo entrando a la casa.


 Y subimos al segundo piso, la casa estaba descuidada y abandonada como si nadie viviera allí. Supuse que eso se debía al hecho de que la habitaba un hombre solo, por lo tanto la casa necesitaba los cuidados y el toque femenino. Y la verdad era que me sentía a salvo allí dentro de lo que me atemorizaba del pueblo y del bosque, y con la compañía de Michael era más que suficiente.
 -Este es el cuarto más limpio y presentable. Yo tengo el mío abajo junto a la cocina porque  da al jardín trasero- se excusaba quitando unos trastes del medio, no había cortinas en los grandes ventanales- Las cortinas las pongo ahora, unas limpias, y sábanas recién lavadas. Disculpa esto, pues no esperábamos la dicha de tener un huésped tan glamoroso hoy-
 -Me encantaría ayudarte- reí- Como verás, no tengo absolutamente nada que hacer- y puse mi cartera en una mesa. El panorama de mi día cambió rotundamente.
 Primero bajamos a comer, luego lavaríamos las cortinas y sábanas para preparar el cuarto para la noche.
 El se veía encantado ante tales tareas hogareñas, aunque yo dudaba que se hubiera preocupado por eso antes, ya que había vivido allí tres años y si acaso habría lavado lo estrictamente necesario. La cocina era un desastre también, al menos había agua por medio de un sistema rudimentario que ni idea de cómo funcionaba. Gran cosa, definitivamente.
 Michael aprendía a hacer todo como si fuera un niño, porque no sabía hacer bien casi nada; la comida que tenía era toda enlatada y tenía puras verduras, como si guardara la comida, en vez de usarla tres veces al día.
 Tal vez yo estaba siendo demasiado ingenua e ilusa al pensar que su entusiasmo por las tareas del hogar se debía solo a mi llegada, algo típico del amor.
 Los enlatados y las verduras había que cocinarlos porque si no, no eran comibles.
 -Por ahorrarme el trabajo de cocinar y arreglar la cocina- se excusaba, como si hubiera leído mis pensamientos- suelo comer en el pub del pueblo, tal como me encontraste esta mañana-
 Curioso, pensé, porque nadie en ese pub estaba comiendo absolutamente nada, él tampoco; pero no dije nada.
 -Bueno, cocinaremos esos granos, será una rica sopa en un instante- solté alegremente y lavé unas ollas y utensilios para usarlos.
 Él me ayudó con las verduras, había que lavarlas para la sopa y hacer una ensalada, todo muy divertido, pero él me prestaba más atención a mí que a las verduras.
 -Ya me hacía falta un poco de compañía civilizada- pareció tratar de disimular su atención en mí- Aquí no hay nadie interesante con quien hablar, como ya habrás notado- Tomó unas verduras limpias y las comenzó a picar para la ensalada, como le enseñé- Dime ¿Qué películas han ganado el Oscar?¿Quién está de moda?¿Qué pasa en el mundo?-
 Eso nos llevó a una amena conversación en la cocina hasta que eran las tres y pico, según vi en el viejo reloj cucú colgado de la pared. Le dije que había que lavar las sábanas y cortinas rápido porque si no, no estarían listas para la noche. En aquel sombrío lugar no veía cómo iban a secarse las cosas.
 La cocina daba al patio trasero donde Michael tendía la ropa, y por cierto, unas zarzas secas se colaban por la ventana frente a la que estaba. En el patio había un tocón con un hacha donde, ya listo lo de las cortinas y sábanas, Michael ahora cortaba la leña para la chimenea; y al verlo en esa actividad, el joven delicado y tímido adquiría una gravedad y una fuerza que lo hacía ver muy masculino y maduro. Me fascinaba aquella ambiguedad.
 Por un momento pensé que aquel patio trasero parecía un cementerio pero sin tumbas, con su monte seco y ramas cubriéndolo todo. No me extrañaría que alguien estuviera enterrado por ahí secretamente. El total es que tenía la cabeza llena de locas fantasías.
 Al fin comí bien a eso de las cuatro y pico, las sábanas y las cortinas se secaban junto a una estufa de carbón. Así se secaba la ropa cuando no había sol en el siglo pasado, yo apenas me estaba enterando de eso.
 La llegaba de la noche me asustaba; después de comer y charlar con Michael encendimos la chimenea- pues la niebla enfriaba toda la casa- lavamos los platos, acomodamos la cocina y recogimos las sábanas tratando de ignorar la inquietud que llegaba junto con la noche, tanto para mí como para Michael.
 No entendía por qué el joven sonriente se había puesto de repente muy sombrío mientras el reloj cucú avanzaba y avanzaba.
 -Esta noche me tengo que ir- dijo al fin cuando íbamos al cuarto- Vamos a poner esto, porque no tengo mucho tiempo-
 Llevamos las cortinas limpias  a mi cuarto, y las sábanas y él las colocó. Cambió de aspecto todo tan solo con eso. Luego volvió a hablarme disimulando su apuro:
 -Esta noche estoy muy ocupado, tengo que mostrarte como abrir y cerrar todas las puertas. Ven- De nuevo salimos y a unos pasos a la izquierda de mi cuarto bajaba la escalera. Junto a la puerta de entrada, a un lado, colgaba el llavero que supuse eran las llaves de la casa, pero que estaba lleno de telarañas. Otra vez me parecía que hacía años que no las usaban.
 -Mira, ésta es la llave principal- me mostraba- ésta es la de la puerta de la cocina que da al patio que ya viste. Hay dos puertas más en los laterales, el de la derecha va a un jardín de rosas- ahora me mostraba el pasillo que llegaba al llamado jardín de rosas, más oscuro que boca de lobo. Al llegar a la puerta Michael la cerró con llave. Nos volvimos y nuestros pasos retumbaban por entre las vacías estancias de la estructura -Es muy importante…- me miró fijamente- muy importante que cierres con llave todas las puertas y no las abras en toda la noche. La gente sabe que estás aquí, que no está sola la casa, y ya has visto que hay gente muy rara aquí-
 Todo aquello era una advertencia así que no me calmaba, ni mucho menos, la inquietud que tenía, y mi realidad volví: Todo aquello era una locura. La sombra de la aflicción empañó mi rostro pálido.
 -Pero aquí estas segura- me tranquilizaba él al notar mi aflicción – Por eso te traje aquí, es un lugar seguro. Nadie te molestará aquí dentro si las puertas están cerradas. No temas, solo corre las cortinas y ya-
 Eso no me tranquilizaba. Me advertía que no saliera porque claro que había algo malo afuera y eso ya era suficiente como para asustar a cualquiera.
 -Entiendo- dije, pero el panorama de toda la noche sola en esa casa vacía y tenebrosa no me gustaba. Tomé el manojo de llaves con resignación.
 -Puedes cambiarte esa ropa al fin. Tienes casi mi misma estatura y mi mismo peso, puse una ropa en tu cuarto que te servirá. Siéntete cómoda, ésta es tu casa- me sonrió al fin - Aquí no te pasará nada- Estaba apurado y con un gesto se despidió- Debo irme, pero mañana muy temprano voy a estar aquí otra vez-
 Y tan misteriosamente como se apareció, así se desapareció cruzando la puerta de entrada, sin cambiarse de ropa siquiera.
 Cerré la puerta con llave y me quedé mirando la cerradura con desasosiego.

Capítulo V

 Allí estaba yo sola otra vez, y me preguntaba si no había soñado todo. Me preguntaba si no despertaría de repente y descubriría que nada era real… y que Michael no existía.
 No, claro que no, era todo muy real, allí estaba yo y ahora debía cerrar todas las puertas, así que me apresuré y fui a revisar la otra puerta lateral y la de la cocina. Y cerré todas las cortinas que había, tal como Michael me aconsejó.
 Entonces inevitablemente me imaginé al jorobado caminando por el patio de atrás y me invadió el terror. No debía andar imaginándome cosas, así no podría dormir en toda la noche. Pero tenía trabajo que hacer y eso desviaría mi mente de cosas aterradoras; arreglaría el cuarto y pondría un poco de orden en la casa. Ya tendría tiempo yo de arreglarme después. La noche era joven.
 Subí a mi habitación con una escoba y un trapo y me puse a limpiar, aunque era mucho lo que tenía que hacer, pero al menos mi cuarto estaría limpio esa noche.
 Tenía la sensación de que mi estadía sería larga porque lo de Michael y yo apenas estaba empezando, no encontraría nunca en otro lugar a un hombre solo, así como si fuera el destino el que me puso en su camino. Sí, por primera vez me estaba pasando y yo no quería dejarlo pasar, yo quería experimentarlo.
 Aquel hombre estaba interesado en mí y yo quería que eso continuara, porque era hermoso y  me hacía feliz.
 Así que trabajé con gusto quitando el polvo de los muebles, que suponía valdrían una fortuna, luego barrí muy bien y unas cuantas arañas me asustaron, pero mi situación ya no me permitía enfocarme tanto en mi fobia hacia los insectos. Finalmente terminé con el cuarto y tuve energía para pasarle también a los armarios góticos que adornaban el pasillo. Me gustaba aquel trabajo hogareño siendo yo alguien profesional y con otras aspiraciones,  tal vez eso era porque estaba motivada, sentía que estaba empezando una nueva vida y aquella casa era el lugar. Que extraño: Empezando una nueva vida encerrada en una casa abandonada en medio de un lugar aterrador.
 Una gran ironía que jamás imaginé, lo que evidenciaba lo mala que estaba mi vida en la civilización.
 Luego de andar por los pasillos me aventuré al baño, el agua llegaba por gotas a la pintoresca tina de baño, otra antigüedad, pero al menos había agua, definitivamente gran cosa, y por eso no me quejaba.
 Me gustaba todo, que era muy clásico y muy ornamentado, así que me preocupé por echar a lavar las toallas y así también acomodar el baño. Aunque para eso ya habría tiempo, pensé mientras me quitaba la ropa -que cargaba desde ayer al medio día cuando salí de mi apartamento, con destino a ciudad nueva y a una vida nueva. ¿Había encontrado acaso esa nueva vida cuando creí que me había quedado accidentada y perdida? Tal vez sí, porque me topé con alguien especial por primera vez en mi vida
 Entre esas ensoñaciones estaba cuando me lavaba en la tina con agua fría y oía el viento y las ramas de los árboles afuera en la lúgubre noche, eso más… un espantoso aullido  en la noche, muy lejano pero lo suficientemente claro como para identificarlo. Di un respingo del susto y volví a la realidad, pues recordé el espantoso aullido que oí la noche anterior. Ahora no podía imaginarme que yo misma estuve por aquel bosque, a merced de lo que fuera que aullara tan horriblemente, porque ahora estaba en la seguridad de la casa, pero no podía negar la realidad de afuera y eso era lo que me tenía con las piernas temblando, no el agua fría.
 Terminé sin más ni más mi ligero baño y me puse la ropa que Michael me había dado, que era de hombre pero que me quedaba bien. Ahora sí parecía yo una campesina más de Hueco de Lobo.
 Lavé mi ropa interior, medias y zapatos y los puse a secar hasta mañana. Ahora llevaba unos jeans y una camisa montañera de cuadros azul oscuro, bajé a la cocina en medias nuevas para calentarme un poco de sopa y comer ensalada. Entreví el cuarto de Michael por una rendija de la puerta cuando pasé por el frente y aproveché que él no estaba para asomarme:
 Era de esperarse que estuviera completamente limpio y ordenado, lleno de libros y velas apagadas; había allí cuadernos y lápices sobre un pequeño escritorio y algunos libros también. Todo muy austero para ser ése el cuarto de un joven de veinticinco años.
 Bueno, seguí de largo y con aquel frío encendí la estufa para calentarme y el anafe para calentar la sopa, y sí, de esa manera aprendía cómo cocinaban las gentes de antes, todo era a carbón y me gustaba.
 Las cortinas estaban bien cerradas y menos mal, tenía miedo de mirar hacia afuera, el viento no entraba pero sí las movía suavemente y sentía su frescura por debajo de mi camisa montañera. Y sentí deseos de él, no dejaba de pensar en él y la forma en que me había mirado cuando cocinábamos esa tarde.
 Fue esa mirada la que despertó en mí esas ganas de conocer y experimentar. Pero esos pensamientos locos y nuevas emociones me atormentaban, me confundían y no quería caer en eso, pero a la vez ya había aguantado demasiado y por primera vez a alguien le gustaba tal como me vio la primera vez: toda hecha un desastre.
 Así que sí, no quería dejar pasar esa experiencia.
 Al calor de la estufa me tomé en silencio la sopa recalentada, el viento aullaba lastimero afuera, interrumpido solo por el suave tic tac del reloj en la pared. Que por cierto ya marcaban las nueve de la noche.
 ¿Qué podría estar haciendo Michael a esas horas que fuera tan urgente, y en un lugar donde no había absolutamente nada? Ni siquiera mujeres con quien él escaparse así a plena noche.
 Terminé mi sopa pensativamente y le eché mano a la ensalada, solo el tic tac del reloj me acompañaba en mi frugal cena  hasta que… levanté la vista de repente hacia la ventana frente a la mesita pues juraría que oí algo afuera. Lo ignoré, terminé mi ensalada y me enfoqué ahora en seguir limpiando la cocina que, después del trabajo de la tarde, ya lucía otra cara; pero a medida que trabajaba estaba más y más convencida de que había gente merodeando la casa.
 Debía pasarme la noche entera ignorando lo que ocurriera afuera, y confiando en que estaría segura dentro de la casa y que nada entraría. No sería fácil.
 Salí de la cocina y paseé por zonas donde no había estado en la tarde, el gran recibo con su precaria mueblería requería limpieza, eran pocos los muebles y estaban muy abandonados, pero eran hermosos y con un poco de limpieza valdrían una fortuna. Haría lo que fuera por el recibo otro día.
 El jardín de rosas estaba al otro lado pero ya todas las cortinas estaban cerradas y yo no tenía la más mínima intensión de asomarme afuera.
 Encontré una biblioteca y dentro de todo estaba bien organizada, se veía que Michael la frecuentaba, había un gran sillón y muchos candelabros, libros en los estantes y varios volúmenes reposaban sobre un pequeño escritorio. Era fascinante, las cortinas lucían glamorosos diseños Persa y había un enorme oso pardo disecado -que según parecía allí a la gente le gustaban mucho los animales disecados- adornando todo el centro. A mí me resultaba muy intimidante.
 Estaba extremadamente cansada ya pues había hecho entre ayer y hoy más de lo que había hecho en un año, sin embargo no quería acostarme, y aunque estaba asustada también me sentía feliz y quería seguir explorando la casa.
 El sofá brillaba de limpio así que me senté un rato allí donde seguro se sentaba Michael a leer con frecuencia, le echaría un vistazo a lo que estaba leyendo así que tomé uno de los pesados volúmenes sobre la mesa. Y alguien tocó a la puerta haciendo que mi corazón saltara olvidándome de los libros ¿Qué haría? No debía abrir, y es que de hecho, nadie tenía nada que hacer allí, así que apagué inmediatamente todas las velas que había encendido para ver la biblioteca. Así me había quedado totalmente oscura y me preguntaba si en verdad había oído la puerta. Quizá confundí el sonido de alguna rama golpeteando una ventana por el viento, que ya sabía que había viento esa noche… pero nuevamente tocaron a la puerta y esta vez con más insistencia. Me asusté mucho, quedándome tiesa sin moverme de mi asiento, a oscuras en toda la casa esperando a que se fueran.
 No aguanté mucho así, a tientas y completamente desconcertada volví derechito a mi cuarto y allí me encerré hasta el día siguiente, rogando no escuchar nada más.
 La cama de dosel era tan grande que cabían tres personas allí cómodamente, estaba muy elegantemente ornamentada y yo allí recostada me preguntaba cuántas historias no habían pasado ya por esa cama.
 Al poco rato ya estaba cayendo en una relajante ensoñación debido al cansancio acumulado, las sábanas recién lavadas eran suaves y desprendían el olor a flores del jabón, y no había escuchado un solo ruido más así que me sentí arrullada por la seguridad de la oscura habitación. Me fui quedando dormida con todas las imágenes de mi llegada, el jorobado, del pueblo, de los viejos y de Michael dándome vueltas y vueltas en la cabeza hasta que ya no recordé más.
 Creí haber dormido apenas unos minutos pero cuando abrí los ojos el sol matutino traslucía por  entre las finas cortinas, había dormido plácidamente toda la noche como si ése hubiera sido mi cuarto, y mi casa por veinticinco años. Lo que me pasaba con aquella casa era realmente extraño, que algo tan aterrador fuera para mí desconcertante y a la vez acogedor.
 Yo suponía que todo era porque me había brindado un refugio, así como Michael lo había hecho y tal vez por eso me estaba enamorando de él.
 Desperezada corrí las cortinas y vi que aunque había un poco de sol, el día era igualmente nublado y triste.
 Cogí la bata que también me regaló Michael, antigua y muy varonil, para ponérmela e ir al baño y luego bajar a ver qué había sido de Michael. Por los ruidos que oía supe que ya estaba en casa; cuando bajé lo encontré en la cocina devorando un mendrugo de pan con pedazos de queso que tendría guardado por semanas. Me sorprendió el aspecto que tenía Michael cuando lo vi, el joven tan pulcro y educado ahora estaba desaliñado y sucio. Parecía que había pasado la noche trabajando de obrero o de granjero, y traía tanta hambre que no se había ni quitado la ropa ni lavado antes de eso. Lo más extraño -si es que eso era posible- era que aquel aspecto le sentaba muy bien, yo lo encontraba muy sexy y rudo en aquel estado. Me parece que ya yo estaba desvariando.
 -Michael- le dije, él se mostró apenado cuando me vio llegar-¿Necesitas algo?-
 -Oh, no- dijo y siguió con su extraña comida pero ahora tratando de recobrar los modales.
 -Bueno, voy a preparar café- le sonreí contenta de tenerlo allí otra vez -¿Cómo te fue anoche?-
 -Como todas estas noches, en realidad, ya sabes- comentó como si nada. Pero yo sabía que nada normal le había pasado anoche.
 -Dormí bien, gracias por todo- comenté- Tienes una casa increíble, y con un poco de arreglos podría ser muy valiosa- y saqué todo lo del café, puse una olla de agua a hervir en el anafe.
 -Te agradezco muchísimo todo lo que has hecho, ya lo he notado, está hermoso- me dijo muy sinceramente y volvía a ser tan dulce y educado como siempre –Gracias-
 -No me fue mucho, en realidad me divierte- eché el aromático café en la bolsa. Al menos el café en Hueco de Lobo era fresco y de muy buena calidad.
 -Me alegra que te sientas bien y en casa aquí. Esta casa tiene ahora una nueva cara, un ambiente distinto- me sonrió pero fue solo por un momento, luego me preguntó -¿Todo estuvo tranquilo?-
 -Bueno…creo que hubo gente afuera-
 -¡No les abras! Nunca, si tocan a la puerta. Ya lo sabes- advirtió.
 -No les abrí, tal como dijiste-
 -Bien- se tranquilizó y luego prestó atención a la bata que llevaba puesta –Era del antiguo dueño, por cierto-
 -¿Qué?- interrumpí la colada del café, no sabía a qué se refería.
 -La bata que llevas puesta- apareció una sonrisa en sus labios cuando me miró.
 -Wow, debe ser bastante vieja ¿No? Me gusta, se nota lo fina que es la tela, es muy suave- ya terminaba de colar el café y el aroma invadió toda la cocina.
 -Si, es una bata muy fina y me encanta como te queda- coqueteó y yo me sonrojé. Nunca antes alguien me había hablado así tan bonito, que le gustara cómo me quedaba una antigua bata masculina típica de algún anciano. No podía pensar nada malo de Michael, era maravilloso.
 En cuanto a lo de anoche no me atreví a preguntarle nada, esperaba a que él me lo contara cuando quisiera hacerlo.
 -Discúlpame por haberte recibido así- Michael al fin se excusaba por su aspecto, que repito, me parecía muy sexy. Le hice un ademán de que no me importaba pues yo había estado mucho peor que él ayer, y hoy llevaba puesta la bata de un hombre que murió hace mucho. O sea la ropa de un muerto.
 -No importa, pero sí creo que debemos hacer algo para tener algo de comida- él ya se había parado para lavar los platos y marcharse al cuarto –No comiste bien-
 -Estoy bien- me guiñó el ojo –Ah, por cierto ¿Viste la biblioteca?-
 -Sí, es increíble- le dije y él se emocionó.
 -Ah, la biblioteca, quiero mostrarte algunas cosas- divagó soñador, luego volvió al tema- Mira, aquí de casualidad se consigue algo de los cultivos. Pero creo que podemos conseguir algo más. Ya veremos- y antes de irse me invitó –Vístete-
 Cuando se fue a su cuarto yo me fui al mío y qué diferente se veía todo el panorama a la luz del nuevo día. La enorme cama quedó tendida cuando me vestí otra vez con la ropa de Michael, ahora mía.
 -Lavé mis zapatos y están todavía húmedos- le dije cuando salió del cuarto y yo ponía mis tenis junto a la estufa para que se terminaran de secar. Él estaba muy guapo, con unos jeans ajustados y una camisa negra bajo una gruesa y elegante chaqueta perfumada, alto y esbelto. Era muy guapo.
 Se excusó un momento y fue a buscarme unos zapatos para yo ponerme.
 Rato después ya salíamos por la puerta principal al lúgubre jardín para bajar por la calle. Me sentía bien aunque hubiera preferido ir tomada de la mano con él.
 -Me encantaría que vieras “Amadeus”, Michael, es la peli del momento y revela un punto de vista controversial sobre la vida de Mozart, sé que te gustará- charlábamos caminando calle abajo, sabía que la película le interesaría a él porque noté en la biblioteca que la historia y la música clásica le gustaban- Ganó ocho Oscars hace poco-
 -¡Ah, me encantaría! Pero para ir al cine hay que viajar a Saw Town, que es el poblado con cine más cercano. Sería bueno encontrar tu carro, así podríamos ir- dijo y en un giro de esquina llegamos a la calle principal. No había ni un alma en el pueblo a esa hora y a mí todavía me inspiraba mucho temor.
 -¿No extrañas mucho a la gente? Aunque los dos seamos unos marginados, yo extraño ir al cine y al McDonald´s- nos detuvimos y él me miró.
 -Bueno, la última vez que fui al cine, tuvieron problemas conmigo-
 -¿Problemas? ¿Qué?- inquirí.
 -Por mi color- me dijo y apartó la mirada. Michael era moreno, de ojos oscuros y cabellos rizados, pero yo no lo consideraba negro, él era más de un color caramelo claro, de facciones finas y dulces. Muy hermoso. Por eso me sorprendió un poco esa confesión.
 -Estamos en 1985, oseas, ¿Cómo puede ser que haya problemas por eso todavía?- me preguntaba y él se veía muy cohibido por el tema –Michael, puedes hablar conmigo-
 -El tipo de la taquilla cuando fui a comprar mi entrada me dijo que ésa no era ninguna función de cine negro, como si hubiera ido a ver alguna película de negros y me hubiera equivocado de función. Ni siquiera… ni siquiera había abierto la boca para decir qué película iba a ver ¿Entiendes?-
 Yo asentí.
 -Era una indirecta, así funciona la cosa, no me hubieran impedido la entrada al cine claro, pero algo tenían que decirme. Estoy harto de eso- gruñía Michael- estamos en los 80s pero la discriminación por mi color está presente en todos lados, oculta pero presente-
 -Tienes razón, ahora no es tan evidente pero igual está allí al acecho- emprendimos nuestra caminata otra vez calle abajo –Pero el color de la piel no es lo único responsable de la suerte de uno. Solo mírame a mí, yo soy blanca, pero soy mujer y fea-
 Michael se detuvo en seco:
 -Tú no eres fea ¿Te han dicho eso?-
 -No me lo han dicho, pero lo han insinuado tal como te pasó a ti. Las mujeres bellas y sexys le quitan a una todo, los mejores trabajos, la atención de todos los hombres aunque sean una mujeres que no sirven para nada- suspiré cansinamente y él seguía mirándome sorprendido como si quisiera decirme muchas cosas– No hay remedio entonces- me encogí de hombros.
 -Sí, eso es cierto, por eso me fui de la civilización- dijo al fin –No soporto eso, y no estoy de acuerdo en lo absoluto-
 Seguimos caminando en silencio, atrás quedaba la capilla donde pasé mi primera noche en Hueco de Lobo, me volteé un momento a echarle un vistazo.
 -¿A dónde vamos?- pregunté porque al fin no tenía idea de por donde caminaba.
 -A la bodega- sonrió él y me señaló una callejuela que salía antes de llegar al final donde estaba el pub, que era la misma por donde había entrado la noche en que llegué. Ahora no me asustaba para nada el granero abandonado, ni la granja sin animales, ni el tupido bosque más allá de las fronteras.
 Lo que llamaba Michael “bodega” resultó ser un granero lleno de cosechas, granos y montones de otros artículos diversos.
 -Coge lo que quieras- me invitó con ceremonia como si entráramos a una fina boutique.
 -Por aquí pasé la noche que llegué, creí que eran las ruinas de una granja o algo- comenté yo.
 -Lo son, es una granja abandonada desde hace muchos años-
 -¿Y de donde salieron todas esas cosas?-
 -Yo las traigo, estuve aquí anoche. Bueno, uno tiene que comer y necesita de algunas cosas ¿No?- explicaba Michael- Esto lo tengo que traer de fuera, del bosque o de otros pueblos. No es un trabajo fácil-
 Y yo me preguntaba cómo hacía Michael para traer cosas de otros pueblos si no tenía un automóvil.
-Pero ¿Y qué hace la gente de este pueblo si no cosechan, no crían animales- Yo no entendía ese pueblo, por nada del mundo. Que vida tan extraña.
 -Ellos tienen sus propias cosas pero no las comparten con nadie, y no ayudan a nadie. Uno tiene que arreglárselas solo- me explicaba vagamente, aunque aún no me convencía.
 En fin, tomé un saco que había tirado por allí y empecé a coger algunas cosas puestas y clasificadas desordenadamente. Definitivamente parecía una campesina y vivía en el siglo pasado, no podía entender mi sentimiento de gusto y temor hacia aquello ni por qué me sentía cómoda con esa vida de cocinar verduras y granos y limpiar mansiones antiguas, de la cual no podía salir de noche.
 Bueno, es que estaba viviendo un paréntesis, algún día volvería a la rutina de trabajo en la ciudad… y sin Michael.
 ¡No lo quería! No quería volver a eso.
 -Yo creo que tú en la civilización podrías tener un buen futuro en el modelaje- se me ocurrió comentar cuando nos echamos a descansar sobre un montón de paja.
 -¿Tú crees? A mí el modelaje no me llama la atención, además soy muy tímido para eso- resongó él.
 -Bueno, es que tienes potencial- traté de parecer lo más indiferente posible, tal vez me había delatado demasiado –Tienes un buen porte, eres alto, esbelto y muy sofisticado- me limité a decirle procurando que no sospechara que me parecía muy guapo. Pero eso bastó para que él se sonrojara –Y en este mundo hay que sacarle provecho a lo que se tiene, porque no importa de qué color seas, eso no te impediría hacer un buen dinero con el modelaje-
 Él se tomó muy a pecho lo que le dije, le gustó que yo notara que tenía potencial físicamente. Y yo en cierta forma me desahogaba al hacerle saber de alguna manera que me resultaba guapo. Nos quedamos en silencio por un rato, muy sonrientes los dos; él me había aclarado que yo no era fea y yo le dije que tenía buen cuerpo, o sea dos indirectas muy claras, estábamos progresando.
 -Me alegra mucho haber encontrado a alguien como yo –me confesó, ya había entre nosotros esa confianza que se da en gente que lleva años conociéndose. Definitivamente había algo especial entre nosotros.
 -A mí también – le dije yo un poco apenada, nunca me había abierto así con un hombre. En el fondo no sabía cómo comportarme, y él lo notaba, lo que me hacía sentir muy incómoda. Sin embargo él me ayudaba a sentirme más cómoda, para que yo me expresara como quisiera.
 Ya habíamos pasado mucho tiempo allí y sin darnos cuenta era ya de tarde. Enseguida él volvió a la realidad y me pareció notar que estaba un poco asustado.
 Recogí el saco con las cosas que me llevaba y sin más ni más salimos del granero. Cerró muy bien la puerta cuando salimos con un candado enorme.
 Sin embargo apenas cruzamos la esquina del granero y llegamos a la calle principal nos sorprendió un corro de viejos enorme, eran como veinte viejos que yo no tenía idea de dónde habían salido; apenas al mediodía el pueblo estaba vacío.
 Yo tenía razón, Michael estaba muy asustado.
 -¿Qué pasa?- solté yo mirando con recelo al corro de viejos.
 -Nada- respondió Michael con voz tranquila pero se había interpuesto enseguida entre los viejos y yo- No les hagas caso, son gente muy prejuiciosa- y me tomó del brazo para guiarme hacia atrás del granero otra vez. Aquel contacto hizo estragos en nosotros,  que apenas nos alejamos de los viejos él me soltó enseguida sonrojado, y caminamos apresuradamente por la parte de atrás de las casas.
 -No ven con buenos ojos nuestra amistad- decía Michael vigilando severamente las esquinas- Ya te he dicho de lo terriblemente racistas que son en pueblos primitivos como éste- me decía aunque el racismo no me encajaba en esta historia, Michael vivía allí ¿Se aguantaría el racismo es ese pueblo y no en la civilización. Y todo eso me era más que sospechoso.
 La angustia de Michael crecía, me llevó por el brazo por toda la calle tratando de llegar hasta donde la casa, pero por cualquier hueco por donde nos metíamos, nos encontrábamos con un viejo al acecho.
 Seguíamos por detrás de las casas abandonadas hasta que paramos en la capilla, de hecho, por detrás de la capilla. Allí se detuvo Michael y me tomó por los hombros.
 -Prométeme que te quedarás aquí- me miraba fijamente a los ojos, y la cercanía de su cuerpo me quitaba el miedo –Quédate aquí un momento y no vayas para allá. Yo ya vuelvo-
 Asentí y Michael fue a enfrentarse a los viejos; lo espié por detrás del muro derruído que separaba la parte de atrás de la capilla de la calle principal. Todavía no me había preocupado por ver lo que había detrás de la capilla.
 -¡Les prohíbo que se acerquen a ella!¿Entendido?¡Se los advierto!- dijo Michael con un carácter tan fuerte que me sorprendió. Y lo había visto antes amenazar a los viejos con solo una mirada. Era un hombre contradictorio- Aquí ya saben que no deben meterse conmigo-
 Lo veía todo a medias y de lejos. Yo parada a un costado de la pared de la capilla, escondida tras el muro y con un gran patio trasero a mis espaldas cubierto de niebla y árboles secos -al que no le presté atención- y Michael allá adelante frente a un gran grupo de viejos marchitos parados en medio de la calle.
 Los viejos se quedaron quietos por un momento, luego comenzaron a dispersarse torpemente y fue cuando por fin Michael regresó a mí notoriamente más tranquilo.
 -Michael ¿Qué pasa?- ya no debía seguir mintiéndome, le exigí una respuesta. Él suspiró.
 -No les gusta la idea de que yo tenga una amiga- se lamentó.
 -Entonces no es cuestión de racismo-
 -No, aquí no. Pero sé que en el lugar donde vivía mi amistad contigo, que eres blanca, me hubiera causado más problemas y discriminación de la que ya tenía- confesó.
 -Yo no puedo creer eso de que los morenos no puedan tener una amistad blanca- gruñí yo furiosa, pero después me di cuenta de que Michael se refería a la amistad de nosotros dos como algo más. Y así fue como nos olvidamos del tema de los viejos, Michael se quedó callado por su timidez. Él se refería a que sabían que él tenía especial interés en mí y el hecho de que yo pasara la noche en su casa resultaba más que sospechoso.
 Lo miré por un momento pero él evitó mi mirada.
 -Tú eres un hombre adulto e independiente. No veo por qué un montón de extraños se atreven a tratar de controlar tu vida-
 -Yo…-titubeaba él- Tengo tantas cosas que decirte –y su voz sonaba suplicante. Yo solo quería abrazarlo y darle mi apoyo, pero no podía.
 El saco con la comida ya me pesaba, nos habíamos quedado parados en medio del ruinoso jardín de la capilla. Luego él empezó a caminar hacia la vereda que daba a la entrada de la calle gótica donde estaba la mansión. Ya me aprendí el camino: Saliendo de la capilla por la derecha se encontraba la vereda que estaba rodeada de árboles altos y muchísimos arbustos secos, que era precisamente lo que la ocultaba de la vista desde la calle principal; uno agarraba esa vereda y atravesaba el oscuro y espeso bosquecillo y se salía a la calle gótica. Dos estatuas de ángeles anunciaban el inicio de la calle.
 Con semejantes pasadizos secretos me imaginé que aquel bosque debía de tener muchas más cosas que descubrir.
 Michael y yo caminamos sin rumbo por allí y no fuimos a la casa sino que él me llevó a lo que fue una vez un parque, o eso suponía yo, por que había un banco oxidado donde él se sentó.
 -Michael, puedes confiar en mí. Yo no te juzgaré y prefiero que seas honesto conmigo. Por favor, no me mientas, yo confío en ti- le hablé con todo mi corazón y él parecía dolido.
 -Yo pude haberte ayudado con el carro- me confesó, y yo estaba muy asustada, no soportaba la idea de decepcionarme de él.
 -¿Cómo? Ayer no podía pasármela el día entero buscando el carro, porque, eso, al menos hubiéramos tardado un día entero buscándolo- le dije sin sentirme traicionada.
 -Es cierto, pudimos haber estado el día entero buscando el carro, pero también pudimos encontrarlo en tres horas o menos- suspiró y luego prosiguió con decisión– la verdad es… la verdad es que yo no quería que lo encontraras. Eso era-
 Yo me quedé callada, pero no por la sorpresa, en cierta forma, podía identificarme con eso también.
 -Soy muy egoísta y lo lamento- me miró.
 Decirle algo era decirle que lo quería y que quería estar con él igualmente. Y yo no sabía cómo decirle eso.
 -Yo no tengo ningún apuro por irme – me encogí de hombros- Eres la mejor persona que he conocido. Te considero un amigo y yo nunca he tenido amigos así de verdad-
 Michael se conmovió con esas palabras pero aún así había algo en él que lo atormentaba.
 -Necesito confiar en alguien por lo que he hecho- susurró y yo me senté a su lado, estaba muy vulnerable y yo me dispuse a ayudarlo y apoyarlo así como él me había ayudado a mí.
 -Yo no creo que seas capaz de hacerle daño a nadie- le dije con cariño.
 -Yo no, pero…-Michael quería abrirse, me miraba honestamente pero cuando se disponía a continuar, sus negros ojos notaron algo justo detrás de mí.
 Y el nerviosismo perturbó la calma que había entre los dos. Se paró del banco como un resorte y yo volteé enseguida hacia donde él había visto. Atrás de nosotros empezaba un tupido bosque que era en realidad el mismo que habíamos cruzado para llegar a la calle gótica, lo que pasaba era que entre las ramas se asomaban los rostros cetrinos y fríos de los viejos del pueblo, allí espiándonos. Y era aterrador, no sabía por qué, pero lo era.

Capítulo VI

-¡Maldita sea!- exclamó Michael con un inusitado mal humor-¡Vámonos rápido!- y me dijo que tomara su mano.
 -Tú- habló uno de los viejos con una voz horrible y cuando salió de entre los arbustos vi que era el tabernero- Tú estás maldito, muchacho, no puedes unirte a esa chica- chirrió dejando ver sus podridos dientes y luego todos los viejos se rieron con voces de ultratumba.
 Michael se enfrentó a él protegiéndome de ellos pero no les dijo nada, sin embargo, algo que yo no pude ver, porque estaba detrás de él, hizo que de inmediato todos los viejos se asustaran y volvieran a internarse en el bosque de donde habían salido.
 -Jajajaja- se rió Michael como si nada hubiera pasado –Tú los viste ¡Son lo más supersticioso que pueda haber!-
 -No entiendo- a mi nada me hacía gracia, pero pude ver por primera vez que Michael llevaba un collar bajo su camisa con un dije de lo más grotesco que he visto en mi vida.
 -Sí, ya sé que es algo feo- dijo guardándose el collar otra vez en el pecho –Pero en estos bosques hay fuerzas sobrenaturales y esos viejos les temen con toda razón. Es un amuleto este pequeño lobo-
 Lo que Michael llevaba en el collar era un lobo retorcido, marchito, disecado, del tamaño de un ratón recién nacido. Me miró muy seriamente a los ojos y se veía imponente y misterioso –Te dije que tengo mucho que decirte- y sentí su mano cálida asir la mía como si con eso hiciéramos un pacto.
 Me guió hasta nuestra casa, su casa, y la noche se venía sobre nosotros. Agarrados de la mano me prometió que nunca me pasaría nada malo porque él estaba allí.
 -Era un demonio- aclaró a la luz de las velas de la biblioteca un rato despues; la chimenea calentaba el lugar de la lluviosa noche. Ambos vestíamos elegantes batas de terciopelo, yo la misma del antiguo dueño y Michael otra más nueva pero igual de elegante y ornamentada. Me sirvió una copa de vino tinto añejo. –Yo mismo lo destruí a los pocos meses de mi llegada al pueblo-
 -¿Y por qué dicen que estás maldito?- yo estaba sentada en su sillón, él se recostó de uno de los armarios.
 -Porque se supone…- él buscaba las palabras- que yo al destruirlo heredé su maldición. Ellos dicen que pasó a mí. Por eso yo uso su cuerpo…- y observaba el amuleto iluminado por la vela, yo me estremecía, aquello era un cuerpo momificado entonces. Y el gran oso pardo que “adornaba” la biblioteca me asustaba aún más –para alejar la maldición- concluyó y yo lo escuchaba fascinada, porque en esos momentos del Michael juvenil no quedaba nada, y veía ahora a un hombre de la experiencia y madurez de uno de cincuenta. Un destructor de demonios.
 Mi estadía en Hueco de Lobo se estaba volviendo ya como una película de la Dimensión Desconocida.
 -Entonces ésa es la leyenda. Me dijiste ayer que el nombre del pueblo se debía a una leyenda. A ése demonio entonces-
 -Sí, creo que sí- le encantó que yo haya deducido eso, cada vez nos conectábamos más y entendíamos de maravilla. Yo solo deseaba que él tomara la iniciativa, eso era lo que evitaba que yo saliera huyendo de aquel pueblo, aunque no tuviera éxito en mi huída. Me estaba seduciendo, desde el primer día, pero aún no se lanzaba a tomar la iniciativa.
 Yo seguiría esperándolo.
 Aún no era tarde y la lluvia cesaba cuando nuestra conversación sobre los libros y estudios, que hacía Michael allí, se vio interrumpida por el resplandor de la luna llena que entraba por la ventana. Y Michael cambió, su seductora tranquilidad se volvió inquietud y puso la copa de vino sobre la mesa, junto al oso pardo.
 -Debo irme. La noche es el único momento que tengo para ir a buscar cosas sin que la gente del pueblo me vea. Cosas sólo para nosotros- se excusaba él con mucha educación pero a la vez con urgencia en la voz, y antes de que yo le dijera que esa gente no tenía ningún derecho sobre él, agregó –Es mejor que no sepan de las cosas que consigo por afuera, porque son unos ladrones y roban- y se despidió de mí besándome la mano.
 Y ese beso nos hizo estremecer a los dos.
 Y así desapareció Michael la segunda noche, y yo de nuevo me quedé dueña y señora de la casa.
 E hice lo mismo, no solo recorrer sus grandes pasillos y descubrir cada vez más cosas, sino preparar comida para mañana, acomodar un poco más los lugares más ruinosos, y, aunque la ruina y el abandono eran demasiado, poco a poco todo cambiaba.
 Me sentía yo plenamente, y pronto le metería mano al jardín de rosas también. Me entusiasmaba mucho eso, que hubiera un jardín de rosas, aunque mucho dudaba que quedara algún rastro de rosas. Pero de alguna manera lo resucitaría.
 Casi a las doce de la medianoche me fui a bañar y fue en ese momento cuando subía las escaleras, que noté bajo la escalera unos trastes arrinconados y, entre esos trastes, un gran cuadro. La curiosidad me ganó y fui a sacarlo para seguir descubriendo cosas fascinantes; era muy pesado debido al marco que estaba bañado en oro, pero lo pude sacar y echarle una mirada. Creo que esa noche vi al antiguo dueño de la mansión, pintado al óleo bajo un completo estilo renacentista en aquel cuadro. Fue un hombre horrible, o tal vez era culpa del pintor que su rostro quedara con la maldad y la locura plasmadas en las líneas de su gesto.
 No me gustó, lo devolví enseguida a su oculto rincón.
 Pero por sobre todas mis actividades, eran las explicaciones de Michael lo que más daba vueltas en mi cabeza, no me convencían. Mi amigo Michael guardaba en sí muchos más secretos.
 Esperaba que, por cierto, se hubiera llevado el dije con él. Tan solo de recordar la imagen de aquel lobo momificado en miniatura me perturbaba. No quisiera tener semejante cosa en mi casa, ni tampoco el grotesco cuadro del retrato del antiguo dueño de la mansión.
 Pero eran cosas de Michael, así que nada podía hacer.
 Dormí plácidamente a pesar de eso y de la agitada tarde, ya ni siquiera escuché a nadie merodeando afuera. Encerrada allí en mi cuarto estaba segura… como quien es el alcalde o el terrateniente de algún lugar y al que todos respetaban.
 Al día siguiente Michael me recibió con un buen desayuno, gracias a las cosas que trajimos del granero y lo que yo había dejado preparado de anoche. Pero era un desayuno como nunca antes había comido, porque parecía algo realizado por algún chef de algún país exótico.
 Me dio los buenos días con mucho ánimo y me dijo que mis zapatos de goma ya estaban secos, y de hecho me lavó mi ropa sport que ahora colgaba del tendedero afuera en el lúgubre patio trasero de la casa.
 De hecho, esa ropa era mi único contacto con el año 1985, que por cierto pronto llegaría a su fin, pues era Septiembre.
 Al ver el patio trasero lleno de matojos, ventanales sucios y rotos, trastes tirados por todas partes y vegetación salvaje rodeando la casa, me decía que teníamos trabajo en grande y por mucho tiempo.
 Hoy limpiaríamos el jardín, le propuse a Michael eso durante el desayuno y a él le gustó la idea, incluso ideó una parrillada para el almuerzo.
 -¿De dónde sacaremos la carne?- reí yo y él se rió también.
 -Bueno, pues no lo sé. Tendremos que hacer una parrillada sin carne- comentó alegre –Me encanta que estés aquí, todo se ha puesto muy animado- dijo fingiendo indiferencia, y yo me sonrojé inevitablemente. Por un momento se vio tentado a acercar su mano por sobre la mesa, llegando sólo hasta la mitad, donde estaba colocada una lámpara de aceite. No se atrevió a acercarla más.
 Y Michael tenía una piel extraña, a veces se aclaraba tanto que era difícil ver que él era de un ligero color tostado. Yo suponía que era su vida en el bosque nublado, hacía mucho que no recibía el sol, tal vez por eso se había aclarado su piel.
 Sonrió otra vez tímidamente y se levantó de la mesa con la excusa de buscar el café.
 -Definitivamente quiero ver “Amadeus” contigo un día de estos- comentó mientras tomaba un sorbo de café.
 -Sería genial, yo también quiero. A ver cómo hacemos con el carro, si lo encontramos y lo podemos arreglar – me entusiasmé terminando mi aromática taza de café. Y ya empezaba a extrañar la leche- Y ¿Cómo hacen aquí para vivir sin leche?- comenté de casualidad.
 -Para eso tengo que llegarme hasta la bodega del señor Thompson- resopló Michael -En serio no estaría mal tener el carro-
 -Me preocupa que lo desvalijen o se lo roben- suspiré con un dejo de angustia, recordando lo que me costó comprar ese carro.
 -No te preocupes. No le pasará nada- aseguró él. Y luego me invitó a conocer algunas cosas de la cocina y de la casa. Me enseñó dónde guardaba las cosas frías, que era una cava con hielo seco. Los escaparates necesitaban mucha reparación pero las vajillas antiguas se veían en buen estado.
 En un cobertizo afuera estaban todas las herramientas. Yo comencé lavando bien las ventanas de todo el lado trasero, hacía frío y me tomó un tiempo echarles agua y secar cada una de las grandes ventanas. Pero era divertido todo eso.
 Mientras, Michael con el rastrillo iba limpiando el patio de la maleza y el monte.
 -Michael, el cuadro que está bajo la escalera ¿Es el antiguo propietario de la casa?- pregunté para aclarar la idea que ya tenía, alzando la voz pues Michael estaba más lejos.
 -Sí, así es- me contestó desde el final del patio, casi al borde del bosque -¿Qué te pareció el tipo?-
 -Raro- contesté yo sin entrar en detalles.
 -Era un tipo muy malo- comentó acercándose un poco- Eso me contaron cuando llegué. De hecho, dicen que mató gente y la enterró por aquí-
 ¡Entonces mis ideas de cuerpos enterrados en ese patio no eran tan locas después de todo! Pensé yo.
 -¿No te da miedo?- ahora Michael estaba parado a mi lado con el rastrillo sobre el hombro –O sea todo esto- y paseó la mirada por el jardín, la casa y los bosques lejanos y luego posó esos ojazos grandes y hermosos sobre mí, con esa gravedad tan inquietante que mostraba a veces su gentil rostro. Michael trataba de decirme algo que por alguna razón no hacía -Estos bosques, están malditos, aquí pasan cosas…sobrenaturales- y luego continuó pasando el rastrillo sobre la maleza –Hay que tener cuidado-
 -Yo ¿Debería tener miedo?- solté muy seriamente terminando mi trabajo con las ventanas. Él se detuvo y volvió a mirarme.
 -No mientras yo esté contigo, no en esta casa- me aseguró con un esbozo de sonrisa.
 -Yo soy muy mente abierta, sabes, yo no cierro mis ojos completamente ante la idea de ciertas cosas- ahora lo ayudaba a él con la maleza.
 -Lo sé, se te nota. Eres superior, tu mente no está limitada. Si no fuera así, nunca te hubieras quedado en Hueco de Lobo, y nunca hubieras hablado conmigo- él se mantenía enfocado en su trabajo con el rastrillo sin mirarme –Cualquier otra chica hubiera huido de aquí histérica- concluyó y se oyo un cuervo graznar en la lejanía. Michael había pasado de la seriedad a la soledad absoluta.
 La casa no solo tenía matojos, sino que también mucha hiedra pegada a las paredes, así que en un día sólo limpiaríamos la cara trasera, del piso de abajo nada más.
 -Ya tendremos tiempo para lo demás- me decía- la casa necesita suministros y para eso tenemos que ir a Saw Town- y su respirar estaba ya agitado por el trabajo- Después del almuerzo debemos volver a la carretera- añadió refiriéndose a lo del carro.
 -Estoy de acuerdo, intentémoslo otra vez- ya cansada retiraba la hiedra arrancada y el monte recogido para echarlo por encima de la reja al bosque. Con la próxima lluvia eso se esparciría y se uniría a la naturaleza. Había que arreglárselas sin servicio de aseo.
 Y tal como me lo ofreció, mi distinguido anfitrión preparó una parrillada de verduras asadas con salsa y yo me preguntaba si en verdad Michael se había pasado tres años sin comer carne.
 Nos divertimos mucho con la parrillada y yo le pedí que me contara historias sobrenaturales sobre el bosque.
 Sentados en la sencilla mesa de la cocina, nos remontamos a bizarros parajes oscuros llenos de fantasmas y aparecidos; pero lo que más me llamó la atención fue la historia de que hay hombres lobo. Me quedé fría cuando Michael me contó la historia, porque me recordó inmediatamente el horrendo aullido que aún me ponía los pelos de punta, y me veía corriendo por el bosque como hacía dos noches atrás y cayendo presa de las fauces del monstruo.
 -Y tú…¿Lo has visto?- mi voz interrumpió el aullar del viento afuera -¿Has visto algo?-
 -Bueno, sí- confesó él muy sombrío- en el bosque, te digo que he visto seres que no son normales, no son animales y no me importa cuántas explicaciones científicas hayan para eso-
 Aquellos cuentos de Michael me ponían los pelos de punta, pero a la vez estaba fascinada y feliz de vivir en la mansión abandonada, que era ahora mía y estaba a mis anchas allí. Pero al rato nos decidimos aventurarnos otra vez hacia el bosque, y agarraríamos la carretera porque Michael siempre advertía que se debía ir por la carretera y nunca cruzar el bosque.
 -Creo que en la granja al menos hay gallinas. Podemos hacer la parrillada de pollo la próxima vez- rió Michael cuando recorríamos alegremente la calle principal, saliendo por el sendero de la capilla.
 Llegamos a la granja por donde llegué mi primera noche y él me llevó a un lado del granero. Quería mostrarme lo que fue su auto una vez.
 Y en efecto allí estaba, oxidado y viejo, el chasis de un Civic, semi cubierto por el monte, y había gallinas y otros tipos de aves de corral, tal como sospechó Michael.
 Luego de eso pasamos por el pub, ya que Michael iba a ordenar unos pollos para nosotros, o sea mandarles un poco de trabajo a los viejos aquellos. Un trabajo desagradable como lo era matar unos pobres pollos.
 El tabernero y los otros se comportaron como leales sirvientes. De hecho el pub estaba de lo más acogedor y era sorprendente ver cómo un mismo lugar  pasaba de ser tenebroso a ser acogedor en solo dos visitas.
 A la final, Michael y yo tuvimos flojera de ir a caminar por la carretera con ese frío, porque, de repente, nos sentimos muy a gusto en el pub, rodeados con sus horrendos animales disecados y a la luz de las velas. El tabernero nos trajo pastel recién horneado y, por mandato de Michael, también unas cervezas que no sé de dónde las sacó. Seguramente había mercancía guardada y por eso Michael tenía que ordenarles con firmeza que sacaran las cosas.
 Yo creo que aquella quedada en la taberna iba a terminar siendo la cita que tanto deseábamos los dos, pero que ninguno supo cómo hacer. Fue el destino quien lo decidió.
 -Puedes llamarme Mike, por cierto- me dijo él y la luz de la vela solo le iluminaba su perfil derecho- Mi nombre es Michael Jackson, pero mis allegados siempre me llamaban Mike, o Mickey- se sonrojó y yo pensé que así lo debió de llamar alguna chica.
 -Mucho gusto señor Jackson- saludé yo con ceremonia y él se sonrojó aún más.
 -Dime ¿Alguna vez pensaste en casarte y esas cosas?- me preguntó por segunda vez por mi vida sentimental.
 -No- le volví a decir –Nunca se me ha presentado un pretendiente ¿Y tú?-
 -No- suspiró con tristeza –Una chica en la universidad, sabes, creí que era mi novia y por un tiempo me gustó, Diana, pero ella no aceptaba del todo mi forma de ser ni de pensar- y Mike tomaba sorbos de su cerveza como si Diana fuera un trago amargo que pasar- Ella no era diferente, era igual a todas y eso me decepcionó tanto…- y luego se quedó callado concentrado en la vela de la mesa. Al local habían llegado dos viejos más a medida que se acercaba la noche, los dos viejos me vieron con recelo pero luego se sentaron en la barra a charlar con el tabernero como si nada. Nuestra mesa estaba al fondo junto a la pared, bajo la enorme cabeza de un alce.
 -Me afectó mucho- continuó, ya se sentía que había entre los dos la confianza suficiente para todo eso –Lo que hizo después, yo no lo merecía, no, no lo merecía. Ella incentivó los rumores de que yo era gay, porque yo no era como ella quería que fuera. Trató de cambiarme-
 Y ya la amargura le había empañado la voz.
 -Que puede uno hacer, Mike, así es la vida- resoplé picando mi pastel- No podemos pensar que todo el mundo quiera hacernos daño a propósito. Aunque a veces lo parezca-
 -No entiendo como no has tenido pretendientes- me dijo cambiando de tema y de tono, ya no le importaba más Diana, ahora jugueteaba conmigo y yo no sabía si era por ingenuidad o con toda la intensión de seducirme. Con Michael no se podía saber.


 -Yo tampoco lo entiendo- mi mirada estaba perdida en el oscuro local, detallando cada animal, cada silla de madera, cada letrero desgastado por los años. Porque cuando él me miraba así, yo no sabía qué hacer, yo no sabía cómo actuar.
 -Sus pollos están listos señor- interrumpió el tabernero con esa voz gutural, me sacó de mis pensamientos, no me explicaba cómo alguien podía hablar con semejante voz. Pero yo ya no me molestaba por entender el mundo de Hueco de Lobo.
 -Bien, los recogeremos luego- dijo Mike muy serio- Esfúmate- agregó con fastidio. Luego volvió su atención a mí como si nunca nos hubieran interrumpido- No es un trabajo agradable, sacrificar pollos; pero comemos carne ¿No? algunos animales deben ser sacrificados-
 -Yo prefiero no ver nada de eso, si no, no comería nunca más-
 -Cuando era niño soñaba con un mundo en que los animales no tuvieran que morir para ser nuestra comida. Pero cuando uno crece, ya sabes, acepta la realidad y los sueños se van- se encogió de hombros- A veces yo me sentía más como un animal que como un humano, quería perderme en el bosque y no volver nunca más-
 -Yo me siento aquí igual- suspiré involuntariamente y sorbiendo más de mi cerveza- No quiero regresar a vivir metida en un cuarto y presa en una oficina cinco días a la semana- mi jarra de cerveza ya estaba vacía y mi plato, puesto a un lado –En serio que estaba mal mi vida como para encontrarme mejor aquí- y fue cuando, sin saber cómo, la mano de Michael se posó sobre la mía. Sorprendida  sentí un calor, era suave y cálida su mano y su contacto nos hizo estremecer a los dos.
 -No siempre la civilización es lo mejor, tal vez sea lo peor, de hecho- canturreó su voz mientras manos seguían unidas entre las dos jarras de cerveza vacías y la vela.
 Sin que supiéramos cuánto tiempo habíamos pasado en el pub, llegó la noche, y con eso un grupo más grande se reunió allí. Pero no importaba que tan concurrido estuviera el local ni que tan siniestro fuera, para nosotros era el lugar más romántico que hubiéramos conocido ambos.
 -Tengo tanto miedo de que no me aceptes como soy- me soltó Michael inesperadamente y  con expresión evasiva- Me importas demasiado y no quiero que salgas corriendo de aquí-
 -Confío en ti, Michael, lo que sea que hayas hecho en el pasado, yo lo entenderé porque he visto que eres una buena persona- le apreté la mano dándole todo mi apoyo en su angustia. Estaba siendo paciente, esperando que aquel hombre que se escondía del mundo, pudiera abrirse conmigo y contarme su crimen.
 -Sí, muchacho, dile lo que eres- al fin había hablado uno de los viejos recién llegados, y  todos se agruparon alrededor de nuestra mesa. Michael estaba muy inquieto, a punto de llorar.
 -¡Dile la verdad!- ladró otro viejo, uno tan aterrador que ahí en la penumbra parecía un esqueleto. Yo supuse que el ambiente pesado del pub y la bruma de la noche me estaban haciendo ver visiones.
 -¡Tú no puedes amarla, muchacho!- bufó otro más.
 -¡Ya basta!- gritó Michael y al fin me tomó del brazo para salir de la taberna. Ninguno de los viejos se atrevió a tocarnos.
 Salimos del pub a la frialdad del bosque y de la niebla. El silencio nos golpeó como un puño invisible.
 -Michael, te lo digo otra vez, puedes confiar en mí. Yo no te juzgaré- y mi mano rozó su mejilla con cariño mientras nos alejábamos del pub.
 -Por favor, no me dejes- tartamudeaba él aunque trataba de mantener la compostura –Tú no-
 -¿Por qué crees que te voy a dejar? No quiero irme- insistía yo.
 -Por lo que soy, por lo que he hecho-
 -Si cometiste un crimen, podré entender por qué lo hiciste-
 Y sin darnos cuenta llegamos al granero, justo donde habíamos estado ayer, y Michael se detuvo. Su brazo ahora se había aferrado a mi cintura y ya ninguno de los dos iba a seguir fingiendo nada.